Más allá de quién sea declarado ganador o ganadora luego de la votación de mañana, lo cierto es que se va a tratar de un gobernante con una legitimidad muy baja. Surgido de una primera vuelta históricamente apática y de una segunda con un componente de antivoto aún más determinante de lo que estamos acostumbrados.
En esa línea, será indispensable contar con contrapesos políticos y civiles que permitan limitar el poder al que acceda el personaje electo y fiscalizar su labor en el cargo por los cinco años que dure su gobierno.
Sin embargo, en un país sin partidos políticos, con organizaciones sociales sumamente debilitadas y con un sistema de justicia que vive en perpetua crisis, los contrapesos institucionales son débiles. Es por ello que el rol de los medios de comunicación es particularmente relevante. En democracias como la nuestra, una prensa independiente es el principal aliado de la ciudadanía para controlar a los poderosos.
¿Qué hubiera sido de los casos Lava Jato o Cuellos Blancos sin la exposición mediática que lograron? ¿Cómo hubiese retrocedido el Congreso en leyes impopulares sin la cobertura de las marchas ciudadanas? ¿Cómo hubiese caído el gobierno de Merino si la prensa no cubría el proceso de vacancia de Vizcarra?
Además, en épocas de ‘fake news’ y redes sociales, los medios grandes y serios, con periodistas de reputación intachable, que investigan con rigurosidad, son una isla de verdad en un mar de mentiras.
Si bien algunos pueden pensar que cualquiera puede hacer periodismo, lo cierto es que la investigación y la cobertura del acontecer nacional son actividades que requieren recursos. No es barato estar todos los días en el Congreso con dos camarógrafos y dos reporteros. Tampoco es fácil cultivar fuentes en diversas instituciones, viajar al lugar de los hechos o entrevistar diariamente a los protagonistas de la noticia. Los medios grandes son necesarios para estas y otras actividades, y difícilmente pueden ser reemplazados en esos ámbitos por los podcast o cuentas de Instagram independientes.
Pero, desafortunadamente, buena parte de la prensa nacional tomó la pésima decisión de hipotecar su credibilidad en esta campaña, de sesgar su cobertura, de esconder, de elegir qué cosas merecía conocer la ciudadanía y qué no, de exagerar o, sencillamente, de mentir abiertamente. El daño que le han hecho a su reputación es enorme y recuperarla va a ser un camino escarpado que va a tomar tiempo y esfuerzo. Sin embargo, creo genuinamente que es indispensable que logren volver a ser espacios en los que la ciudadanía pueda confiar.
Para ello, además de varios cambios a nivel directivo y editorial, la prensa tiene que asegurarse de no caer en dos trampas. La primera es, si gana un candidato con el que no están de acuerdo, salir a atacar todos los días sin un motivo relevante. Si optan por ese camino, lo único que van a lograr es que la mayoría de la población se vuelva insensible a sus denuncias y, así, cuando realmente haya una situación alarmante que merezca ser visibilizada, ya no les crean.
La segunda trampa se daría en el escenario opuesto, en el que gane un candidato que sí sea de su agrado. En ese caso, si es que los medios optan por no fiscalizar y ser complacientes con el gobierno, claramente le estarían haciendo un daño terrible a la democracia, además de a su bolsillo. Los medios de comunicación están en crisis en el país hace años. Solo un segmento reducido de la ciudadanía informada sigue consumiéndolos de manera regular. Ese consumo está directamente relacionado con la confianza que les tienen. Continuar mellando su reputación solo aceleraría su quiebra.
A partir del 7 de junio empieza un nuevo capítulo en la política nacional. Esperemos que el periodismo logre, esta vez sí, ocupar el lugar que le corresponde.
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