
Como se sabe, Pedro Castillo Terrones y un grupo de sus exministros están siendo enjuiciados por haber dado un golpe de Estado. Todos vimos y escuchamos el mensaje a la nación del expresidente que ordenaba a las FF.AA. y policiales intervenir el Poder Judicial, cerrar el Congreso y anunciar que iba a gobernar por decreto.
Este llamado al golpe de Estado es la muestra más palpable de sus intenciones para mantenerse como dictador en el poder y fue un atentado contra el orden constitucional y democrático.
Sin embargo, la intentona golpista fracasó porque los institutos armados y policiales decidieron respetar la Constitución y no intervenir. Este hecho debe ser destacado, porque por primera vez en nuestra historia ambas instituciones se negaron a cumplir una orden totalmente autoritaria y antidemocrática. Fueron estas las que salvaron la democracia para que no sucumba ante el golpista, que estaba siendo investigado por supuestos actos de corrupción.
Todo golpe de Estado es un delito. Lo es no solo por violar el orden constitucional, sino porque rompe un pacto entre el elegido y los electores, que consiste en que el elegido debe gobernar democráticamente. En consecuencia, los electores no le deben obediencia al golpista porque ha traicionado su confianza y las reglas del juego establecidas, que son un acuerdo público. En este caso, el pueblo tiene el derecho a la insurgencia para reponer el orden democrático y recuperar su libertad, un derecho que fue fundamentado por el filósofo John Locke, pero que se remonta aún más atrás, a Santo Tomás de Aquino y a Marco Tulio Cicerón.
Una de las características de la personalidad autoritaria es el secretismo. Ello explica por qué Castillo era renuente con el periodismo que investigaba su accionar como gobernante. Escondía muchas cosas para que no se enterara la opinión pública y atacaba a ciertos medios de comunicación considerándolos sus enemigos, una conducta que ahora continúa Boluarte, quien afirma que la prensa y la fiscalía quieren darle un golpe de Estado, pero como esto no es así, le llama ‘blando’ o ‘blanco’.
Más allá de suavidades y colores, es la falta de transparencia lo que más le está haciendo daño a su gobierno, porque allí donde no hay transparencia surge la desconfianza y desde luego la corrupción. Como bien declaró Carlos Jornet, presidente de la Comisión de Prensa e Información de la SIP, hay “un peligroso deterioro” de la libertad de prensa en nuestro país.
Esto no va a cambiar, continuará porque quienes gobiernan tienen una cultura del secretismo, como la tiene su antecesor. Seguiremos navegando en el mar proceloso de la baja calidad democrática, que, a pesar de todo, es menos mala que una dictadura.