En la reciente cumbre APEC, los principales líderes se han manifestado en contra de caer en políticas proteccionistas, pues estas limitan el comercio internacional y por tanto afectan el crecimiento mundial de largo plazo.
Ciertamente, en la crisis financiera del 2008 una de las principales preocupaciones de los líderes mundiales fue evitar usar medidas proteccionistas que podrían surgir como respuesta inmediata ante el aumento del desempleo. Esta coordinación en los foros mundiales se hizo teniendo como antecedente histórico la crisis de 1929, cuya intensidad y persistencia fue potenciada por la guerra de aumento de aranceles desatada entre las principales economías del mundo.
Existen tres reflexiones que se pueden hacer al respecto. La primera es que el proteccionismo afecta negativamente el crecimiento porque anula la principal fuerza detrás del aumento de la productividad: la competencia. Si existen barreras o impedimos que nuestras empresas compitan, o mantenemos nuestros mercados cerrados, el resultado será que no hay incentivos para mejorar procesos, reducir costos o innovar en productos; por lo tanto, la productividad se estanca y con el tiempo declina. Las grandes diferencias de productos per cápita entre los países pobres y los países ricos no ocurren porque tienen más capital, sino porque son más productivos.
Ahora bien, el mecanismo para generar la competencia es el comercio internacional, pero la causa fundamental del crecimiento de la riqueza de las naciones es el aumento de la productividad.
Esta mayor competencia hace que los costos medios de los productos se reduzcan y así se mantengan precios más bajos, pero este proceso puede generar deslocalización de empleo y algunas industrias dejan de ser competitivas en determinados países. Ese desempleo será absorbido por otras industrias. Se trata de un proceso que puede ser costoso y serán necesarios programas de reentrenamiento laboral para que la mano de obra desempleada pueda ser absorbida más fácilmente por los sectores con mayores niveles de competitividad internacional.
La segunda reflexión tiene que ver con quién pierde más con el proteccionismo. Y aquí la respuesta es muy simple: los países más pobres. Los países que son ricos y tienen niveles de PBI per cápita altos tienden a tener menores tasas de crecimiento, mientras que los países pobres tienen la posibilidad –aplicando políticas adecuadas– de mantener tasas de crecimiento altas durante largos períodos. Pero si cerramos los mercados, esas posibilidades se diluyen o desaparecen.
Adicionalmente, aquellos países con mercados internos más pequeños pierden mucho más que aquellos con grandes mercados, porque las economías de escala que pueden obtener dentro de sus fronteras tenderán a ser mucho más eficientes que las industrias en países pequeños, como es el caso del Perú. Asimismo, habría que considerar que teniendo comercio interindustrial (por ejemplo, vendemos cobre y compramos autos) tendremos un mayor costo de la reducción de comercio versus países que tienen comercio intraindustrial (que exportan autos, pero también importan autos), que a través de cambios en precios relativos mínimos lograrán el ajuste entre la oferta y la demanda.
La tercera reflexión tiene que ver con el atractivo político del proteccionismo. La principal razón de esto es que un discurso proteccionista tiene elementos de ganancia tangibles y visibles para grupos de interés o segmentos de la población muy concretos. El argumento fundamental es el de proteger las fuentes de trabajo.
De otro lado, los beneficios que trae la libertad de comercio son indirectos y se manifiestan en el largo plazo a través de un mecanismo invisible: la competencia. Aquí la lógica política que favorece al proteccionismo funciona igual que con cualquier política populista.
¿Cuál debería ser la respuesta de las economías desarrolladas si ven que el empleo se está generando en las economías emergentes y no en sus economías? La respuesta política realista ante la pérdida de puestos de trabajo debido al comercio internacional no es cerrar las fronteras, sino intentar recuperar competitividad. Pero hacer eso requiere ajustes que pueden ser costosos y no tienen solución en el corto plazo. El deterioro de las infraestructuras, el exceso de cargas laborales, la composición fiscal inadecuada (muchos impuestos mal gastados) toma tiempo en revertir.
Lamentablemente las soluciones simples son las peores, pero las más tentadoras. Como implementar controles de precio cuando hay inflación.