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Vacío de poder no resuelto
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En el Perú, parecemos a veces movernos a gusto como peces en el agua en una república que aún tenemos incompleta.
A propósito de la Encuesta del Poder 2025 y de la carrera por el poder presidencial y parlamentario del 2026, la gran pregunta de ahora y a futuro es si podemos seguir manteniendo una jefatura de Estado prácticamente acéfala y conformándonos con una jefatura de gobierno en trance competencial con los poderes Legislativo y Judicial.
Quien tenga que suceder en el 2026 a la presidenta Dina Boluarte no debería encontrarse con una situación así, en la que la prerrogativa de la jefatura de Estado es más un enunciado en la Constitución que un mandato con debido empoderamiento estructural, logístico y presupuestal.
En verdad, es demasiado imperiosa la necesidad de que la jefatura de Estado realmente funcione y sea capaz de emitir las señales de confianza y estabilidad política de las que hoy carecemos los peruanos.
La presidencia de la República es, y nos ha acostumbrado a serlo, un órgano de gobierno. De ahí que la reconocemos y tratamos todo el tiempo como órgano de gobierno y no como órgano de Estado. Y cuando, por eso mismo y frente a situaciones graves y complejas, queremos que el mandatario o mandataria de turno ejerza la jefatura de Estado, por encima de los demás poderes públicos, constatamos, con tristeza, que no sabe qué hacer.
No basta con que un presidente sepa que es también jefe de Estado, así como es comandante supremo de las Fuerzas Armadas y encarnación de la nación. Hace falta que sepa que, como jefe de Estado, puede convocar a los demás poderes, sin tener que morirse de miedo sobre si ello es legal o ilegal. Hace falta que sepa que puede estar, todo el tiempo que dure su mandato, por encima de la organización política del país. Eso es ser y sentirse jefe de Estado.
Muchas de las naciones europeas y asiáticas democráticas tienen perfectamente definidas sus jefaturas de gobierno y sus jefaturas de Estado. Se desunen, políticamente, en torno a las primeras, y se unen, socialmente, en torno a las segundas. En eso reside su estabilidad, añadiendo a su funcionamiento un componente más: la diferencia entre políticas de gobierno, de corto y mediano plazos, y políticas de Estado, con mayor perdurabilidad en el tiempo.
En el colmo de los colmos, la presidenta Boluarte llena muchas veces más un salón de Palacio con ministros, gobernadores y alcaldes provinciales de todo el país, pero le resulta forzado e imposible, cada vez que las papas queman, colocar cinco sillas delante para sentar allí a los dignatarios del Congreso, del PJ, del Ministerio Público, de la Defensoría del Pueblo, del TC y del JNE.
Por último, Boluarte empata en poder con quienes dominan el Congreso y lideran los mayores partidos políticos, César Acuña y Keiko Fujimori. El desempate solo puede dárselo una real jefatura de Estado, que por ahora ella no tiene.

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