Candidatear en el Perú se ha vuelto motivo de toda sospecha. Es un acto de sorpresa, como el golpe en un juego. No es el acto de personas que prosiguen una carrera política en el partido que las formaron y, excepcionalmente, en otro con parecidas propuestas.
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No, en el Perú, la candidatura se ha vuelto para muchos el escape, el salto de un lado a otro, cuando no el cortacamino para tener la mejor remuneración de su vida. Pero para que un aventurero siga siéndolo, necesita otros que le allanen el camino y reglas que permitan actuar con la soltura de quien solo pierde una oportunidad. Veinticuatro partidos inscritos es el perfecto número para todo tipo de acuerdos, acomodos y tropelías.
Eso parece la precandidatura de Martín Vizcarra por Somos Perú. Terminó su interrumpido mandato con un respaldo de alrededor del 77%, lo que ningún presidente ha logrado. Retirarse un tiempo para postular en el 2026 y dedicarse a construir su partido, que tanta falta le hizo para dar fortaleza a su gobierno y limitar la capacidad opositora del Congreso, parecía el mejor camino.
No ha habido en el Perú un caso de un presidente que, luego de haber ejercido un alto cargo, luego es congresista, como sí ocurrió con Fernando Lugo, Cristina Fernández o Álvaro Uribe en Paraguay, Argentina y Colombia, respectivamente. Alberto Fujimori es el único intento fallido para el Senado japonés. Sin embargo, todos fueron acusados de buscar la inmunidad parlamentaria. Esa parece ser la misma motivación de Vizcarra, en tanto las razones que manifiesta para candidatear son cada vez menos creíbles.
El Congreso es un espacio que, por más esfuerzo individual que se haga, requiere decisiones colectivas que son el producto de mucho acuerdo y capacidad de convicción, características que no ha mostrado el expresidente en relación con el Congreso. ¿Qué de atractivo puede tener ser congresista luego de haber sido presidente, cargo tan personalizado y con tanto poder? Es un cargo que desgasta con el desgaste del Congreso, donde no siempre el más afilado opositor al Gobierno produce réditos.
Si casi nada convence, se refuerza la idea de una candidatura en busca de la inmunidad parlamentaria que, si bien no tiene la de “proceso”, sí tiene la de “arresto”. Útil si se tiene una sentencia, pues el que la levanta es el Congreso y eso puede demorar mucho tiempo, como lo demuestran los casos de Benicio Ríos y Edwin Donayre de APP. Pero, quizá lo más importante, estaría protegido de la “prisión preventiva” que, como se ha visto, puede llegar hasta los tres años.
Finalmente, el partido escogido no importa mucho. Importa más si tenía vacío el primer lugar de la lista de Lima para los designados. Ese era el único atractivo de Somos Perú. Partido que, probablemente, sin Vizcarra no pasaría la valla electoral, desmembrado, encabezado por un candidato presidencial que lo criticó duramente y con una bancada que votó por su vacancia. Podrá ganar el escaño con la más alta votación, difícilmente hará ganar la presidencia, reducirá la presencia de otros partidos, pero cargará el peso de hacer ingresar a una serie de parlamentarios que ni él conoce, la razonable duda sobre su participación en relaciones ilícitas y haberse distanciado de las reformas políticas que él mismo alentó.
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