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El pasado miércoles, 6 de agosto, mi último día en Lima antes de volver a Madrid, fui al Mercado Inka de Miraflores a comprar recuerdos para mis hijas. A la salida, una mujer me llamó por mi nombre. Al principio no la reconocí, pero a los segundos capté que se trataba de Mili Gagliuffi, una de las diagramadoras del fondo editorial de la Universidad de Lima, donde estudié a fines de los noventa. «¿Cómo has estado?», me preguntó con cariño y enseguida añadió: «te veo y me acuerdo de inmediato de tu primo Fonchín». No bien Mili pronunció ese nombre vino a mi mente el rostro de mi querido primo Alfonso Cisneros Cox, fallecido hace casi quince años.

En la Universidad, nadie le decía Alfonso, sino Fonchín. Era poeta, profesor, melómano, cinéfilo, arquero de grandes reflejos, hincha apasionado de la U, veraneante en La Quipa, Lomas, La Ensenada y, al momento de brindar, cervecero sin remedio.

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Juan Carlos Fangacio

En los pasillos de Comunicaciones, su figura se reconocía desde lejos, porque era alto, de rostro alargado y, fuera verano o invierno, llevaba lentes de sol. Su pelo (enteramente blanco) contrastaba con su indumentaria (enteramente negra). Más que un profesor maduro, parecía un enigmático Conde cincuentón.

Cada vez que lo visitaba en su casa de San Antonio, nos quedábamos hasta muy tarde hablando de libros, de música, de fútbol, de las chicas lindas de la facultad. Nos partíamos de risa criticando a los profesores sombríos, pero también charlábamos de nuestras preocupaciones; de cuánto extrañábamos a su madre y a mi padre, ambos muertos; y acabábamos felices, leyéndonos nuestro poemas –yo los suyos, él los míos– con la lengua enredada por el alcohol.

Durante muchos años, Fonchín fue director de Lienzo, la revista cultural de la Universidad. Mili Gagliuffi era la diagramadora oficial de esa revista. Eso comentábamos el otro día, en las afueras del Mercado Inka, cuando, de la nada, se nos acercó tímidamente un buen hombre. «Disculpe, ¿es usted Renato Cisneros?», me consultó. Le respondí que sí. «Es que llevo años queriendo contactarme con su familia», continuó, «en particular con la hija del señor Alfonso Cisneros Cox». Mili y yo nos quedamos boquiabiertos. Ese hombre, que no había escuchado nada de lo que veníamos hablando, nos acababa de interrumpir súbitamente para mencionar, precisamente, a mi primo Fonchín. «Mi nombre es Teobaldo Nina Mamani, soy pintor…el señor Alfonso publicó unas acuarelas mías en esta revista…», dijo el hombre mientras extraía de una bolsa un antiguo ejemplar de Lienzo. Ni Mili ni yo podíamos creer tan extraña coincidencia. ¿Cómo era posible que se produjera tal conexión? ¿Era solo el azar o se trataba de una señal? ¿Acaso Fonchín intentaba decirnos algo? Teobaldo nos pidió acompañarlo al puesto del Mercado Inka donde vende sus pinturas; desde luego accedimos. Ahí nos habló de su trabajo, nos contó que ha participado en varias exposiciones y ganado muchos premios (entre ellos, el Premio de Dibujo de la Escuela de Bellas Artes), y que era o había sido profesor en Bellas Artes.

«Quisiera obsequiarle este cuadro, señor Renato, porque su primo me ayudó mucho cuando publicó mis acuarelas», me dijo de repente Teobaldo, entregándome un pequeño, maravilloso óleo del cerro San Cristóbal. Fue un momento tan extraño como emotivo. Segundos después, él indico que solo acudía a trabajar al mercado una o dos veces por semana, y que ese día, 6 de agosto, casi se queda en casa, lo cual subrayaba lo impactante de la simultaneidad de todos esos hechos accidentales.

Cuando Mili y yo nos despedimos del pintor, nos quedamos un buen rato comentando el incidente, deliberando si se trataba o no de un episodio mágico, esotérico, sincrónico, cósmico, apocalíptico, o todo eso al mismo tiempo.

Horas después, al llegar a casa, no podía dejar de pensar en mi primo. Me metí al buzón de mi correo electrónico y por pura nostalgia me eché a bucear en sus mensajes. Me entretuve largo rato releyéndolos, pensando en los años en que nos hicimos amigos íntimos y parábamos juntos de arriba a abajo. Noté que su último correo fue enviado a mediados del 2010. Quince años atrás. Lo escribió un viernes. «Primo, gracias por los poemas que me enviaste el otro día, mañana cáete por la oficina». Me quedé pasmado cuando vi la fecha: viernes, 6 de agosto.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Renato Cisneros es Escritor y periodista

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