Nuestros ancestros cazadores recolectores pasaban mucho tiempo al aire libre, se exponían a la radiación solar y seguramente “fabricaban” miles de unidades de vitamina D por día. Pero en la actualidad su deficiencia está ampliamente extendida. Estudios locales muestran que sus niveles descienden en invierno y que más del 80% de los mayores de 65 clínicamente sanos la padecen.
Se calcula que en la última década alrededor de 30.000 publicaciones analizan el impacto de la vitamina D en la salud, pero con la propagación de la pandemia, equipos científicos de muchas partes del mundo, y también de la Argentina, la pusieron bajo la lupa para analizar su administración terapéutica en cuadros graves de COVID-19.
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Numerosos trabajos observacionales (muestran asociación, pero no pueden probar causalidad) sugieren que las personas con deficiencia de vitamina D podrían tener mayor mortalidad y riesgo de infectarse. Un estudio en 489 pacientes de la Universidad de Chicago, Estados Unidos, publicado en JAMA Online, mostró que aquellos con menos de 20 nanogramos (ng) por mililitro (ml) tenían casi el doble de probabilidades de resultar positivos para coronavirus en comparación con los que tenían niveles adecuados. Otro, realizado por investigadores del Queen Elizabeth Hospital Foundation Trust y la Universidad de East Anglia, en el Reino Unido, cruzaron los niveles promedio de vitamina D de cada país con su tasa de mortalidad relativa por coronavirus y encontraron una correlación entre ambas cifras. Otro realizado en Suiza midió los niveles de esta prohormona en individuos Covid positivos y negativos, y encontró diferencias ostensibles en cada grupo.
En los Estados Unidos se vio que los afroamericanos, un grupo que se encuentra entre los de mayor mortalidad por Covid, también presentan mayor proporción de individuos con déficit de vitamina D. Las personas con obesidad, otra población de riesgo, tienen en general la mitad de la vitamina D o 2/3 de la que tiene la población control de la misma edad y sexo.
“La vitamina D es fundamental para la salud ósea en todas las etapas de la vida, pero también participa en la regulación de numerosos tejidos y órganos por sus acciones ‘no clásicas’ -explica Beatriz Oliveri, investigadora independiente del Conicet en el Instituto de Inmunología, Genética y Metabolismo, y en Mautalén, Salud e Investigación-. Tiene dos caras: una es la que se refiere a los beneficios para la salud esquelética (previene el raquitismo, la osteomalasia, la osteoporosis); la otra es la que regula más de 900 genes. ¿Qué es lo interesante? Niveles adecuados de vitamina D favorecen la inmunidad innata, que es la primera barrera contra todas las infecciones”.
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Según explica Oliveri, este efecto se observó por primera vez en tuberculosis. “Se vio in vitro que la mycobacterium tuberculosis se une a un receptor del macrófago, que a su vez activa la síntesis tanto del receptor de la vitamina D como de la 1-alfa-hidroxilasa, que capta de la circulación vitamina D activa. Y esta favorece la síntesis de determinadas proteínas que matan a la micobacteria. Ese mismo mecanismo existe también para otros microorganismos y, en especial, para los virus encapsulados, como es el coronavirus”.
En cuanto a la inmunidad adquirida, disminuye y regula las respuestas inflamatorias, lo que puede ayudar a modular o inhibir la tan mencionada “tormenta de citoquinas” que destruye el tejido pulmonar y se presenta como distrés respiratorio en los cuadros graves de COVID-19.
En el laboratorio
Todas estas asociaciones indujeron a estudiar los engranajes moleculares de la vitamina D en el laboratorio. “Se vio que niveles adecuados de vitamina D también promueven la expresión de unos péptidos (moléculas formadas por un pequeño número de aminoácidos) llamadas catelicidinas -coincide Paulo Maffía, investigador independiente del Conicet en la Universidad Nacional de Quilmes (Unqui), pero que a partir del año próximo trasladará su lugar de trabajo la Universidad Nacional de Hurlingham (Unahur)-. Son componentes importantes de la inmunidad innata que se expresan en células del sistema inmune, como neutrófilos y macrófagos, pero también en células epiteliales y pulmonares”.
Desde hace unos años se viene viendo que estos agentes antimicrobianos aumentan su expresión en presencia de vitamina D y, a la inversa, no se expresan cuando esta falta.
“Entre 2015 y 2017 se publicó una serie de artículos muy interesantes -dice Maffía, que está desarrollando una línea de investigación financiada por la Unahur para estudiar el rol de las catelicidinas en Covid-19-: en uno de ellos, un grupo del Instituto Karolinska junto con otro de Bangladesh demostraron que la administración de vitamina D indujo la expresión de estos péptidos en pacientes con tuberculosis activa. Y que el tratamiento redujo los síntomas y aumentó la muerte de la bacteria (mycobacterium tuberculosis)”.
Maffía y su grupo comprobaron, en modelos de ratón infectados con Pseudomonas aeruginosa (que causa un cuadro pulmonar agudo) que al administrarles estos péptidos por vía inhalatoria, reducían la carga bacteriana en el pulmón y también disminuían todas las citoquinas proinflamatorias. Recientemente publicaron estos resultados en Microbial Pathogenesis. Además, junto con Alejandra Capozzo y Nancy Cardozo, del INTA Castelar, van a probar las catelicidinas en coronavirus canino y bovino. “Hasta ahora tenemos muy buenos resultados con un flavivirus bovino, un microorganismo que, como el coronavirus, es envuelto y a ARN”.
En humanos
Médicos del Hospital El Cruce y de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ), de la Provincia de Buenos Aires, y del Instituto de Medicina y Biología Experimental de Cuyo (Imbecu/Conicet) comenzaron otro proyecto financiado por la Unidad COVID-19 del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación para probar en seres humanos lo que estos científicos observan en el nivel molecular: en un estudio aleatorizado a doble ciego, tratarán a pacientes internados con Covid moderado con una dosis alta de vitamina D para probar la hipótesis de que se podría prevenir la evolución desfavorable.
“Hay evidencia bastante importante sobre su eficacia, sobre todo con tratamientos un poco más prolongados y dosis más bajas, para prevenir las infecciones respiratorias en invierno -destaca Javier Mariani, jefe de docencia del Hospital El Cruce-. En Covid hay estudios con algunas debilidades pero que sugieren eficacia. Nosotros mismos mandamos a publicar hace poquito uno que correlaciona la posibilidad de infección y la tasa de mortalidad con los porcentajes de vitamina D en el nivel poblacional. Encontramos que hay una correlación directa entre el déficit, y más ocurrencia de infección y mortalidad por coronavirus”.
Es sabido que en la COVID-19 una parte del daño no depende del virus, sino de la respuesta inmunológica, y la vitamina D tiene efectos inmunomoduladores, la hipótesis del estudio es que en altas dosis podría prevenir el deterioro vinculado con la enfermedad. Teniendo en cuenta que una única dosis alta asegura niveles apropiados de vitamina D en sangre hasta por lo menos 30 días o más después de la administración, y es segura, los investigadores administran 500.000 unidades en cápsulas blandas o placebo, de acuerdo con lo que le toque al paciente según una distribución al azar.
“Considerando que estamos implementando el ensayo en hospitales públicos con sobrecarga de trabajo, optamos por un enfoque pragmático -cuenta Mariani-. Reclutamos pacientes internados que pueden estar con suplemento de oxígeno de bajo flujo; es decir, con una saturación de más de 93%. Es una población de más de 45 años que está en riesgo de deteriorarse, pero que no está tan comprometida”.
El diseño es “secuencial”. En una primera etapa estudiarán a 200 pacientes en los que se evaluará la ocurrencia de deterioro respiratorio. Si el tratamiento se puede traducir en algo clínicamente relevante, la idea es seguir hasta 1265 personas y evaluar el requerimiento de ventilación mecánica.
El investigador principal del protocolo es Walter Manucha, del Imbecu, y participan también León Ferder y Felipe Inserra de la Universidad Maimónides, y Laura Antonietti y Carlos Tajer, de El Cruce y la Universidad Arturo Jauretche, y se aplica en hospitales públicos de la Provincia y la ciudad de Buenos Aires.
La evidencia observacional “es bastante consistente”: “Estamos todos muy entusiasmados porque este es un fármaco que está disponible hace muchísimo tiempo y es económico”, concluye Mariani.
Por: Nora Bär, La Nación/GDA
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