A mediados de los noventa empezó un periodo de transición en el rock local. La distinción entre underground y mainstream aún podía mantenerse en pie, pero los límites se volvían cada vez más tenues y los extremos se distanciaban con mayor radicalidad. Mientras Pedro Suárez-Vértiz se asentaba como el rockero masivo de la época, los ‘subtes’ de la década pasada —Leusemia, G3— cobraban una notoriedad mediática impensable tan solo cinco años antes. Al mismo tiempo, un nuevo y más profundo underground iba creciendo de la mano de proyectos de corte industrial como Distorsión Desequilibrada e Insumisión, así como de bandas cercanas al shoegaze y al post rock como Catervas, Evamuss e Hipnoascensión, que ya prefiguraban la experimentación más explícita que estallaría con el nuevo milenio. En medio de todo ello, se fue gestando una nueva banda que lograría unir la sensibilidad más pop del rock noventero con las texturas y atmósferas electrónicas de los grupos más experimentales del momento, dando inicio a lo que actualmente señalamos, a falta de un mejor rótulo, como indie rock local.
—Un sonido propio y nuevo—
Electro-Z se formó en 1998 cuando Luis Aníbal Salgado (Lase) y Jenniffer Cornejo (Jeni C), una pareja de estudiantes de fotografía, se juntaron con el guitarrista Carlos García (Carlangas) para dar forma a un sonido propio y nuevo, influenciado por las más notables bandas de indie rock estadounidense como Pavement, Silver Jews y Yo La Tengo. Otro aporte fundamental fueron los fotógrafos a quienes Salgado y Cornejo admiraban, como Philip-Lorca diCorcia, Martin Parr y, especialmente, William Eggleston, quienes apelaban a colores iridiscentes para enmarcar la realidad cotidiana con una mirada fantástica y epifánica.
Su influencia serviría para que Lase creara una imagen que pasaría a la posteridad: la portada del disco. Esta realidad fantástica también tuvo un rol central en las letras que Lase y Jeni empezaron a escribir para los temas que iban saliendo en la sala de ensayo, un reflejo de la vida que proyectaba la mirada de estos jóvenes de veinte años.
Si bien las guitarras de Lase y Carlangas ya eran signo de una nueva sensibilidad instrumental que apelaba a los efectos para pintar las canciones como si se tratasen de lienzos, el elemento distintivo del sonido de Electro-Z provenía de la caja de ritmos de Lase y el sampler de Jeni, donde se mezclaban chirridos y señales electrónicas que les daban a los temas un acabado ultramoderno para la época. Algo que pocos saben es que el curador de arte Jorge Villacorta, profesor de Lase y Jeni, fue invitado a uno de los ensayos, y quedó tan impresionado que decidió financiar la grabación de todos los temas que tenía la banda.
—Pop y experimental—
La grabación se llevó a cabo en Mega Estudios, bajo la supervisión del ingeniero de sonido Rafo Arbulú. El disco apareció el 24 de setiembre y se presentó en el Centro Cultural de España. Esta presentación bastó para convertir a Electro-Z en una banda de culto de forma instantánea. No había nada en la escena local que sonara igual. Electro-Z se las había arreglado para sonar pop y experimental al mismo tiempo. Si bien las siguientes décadas verían la aparición de bandas influenciadas por el sonido y la actitud del grupo, ninguna sonaría igual a ellos. Y quizás ese sea el mejor elogio que se les puede ofrecer.
Con el cambio de milenio, ya sin Carlangas, la banda enrumbaría a Nueva York para grabar un segundo disco que nunca llegó a concretarse. Lase y Jeni reclutaron a dos músicos estadounidenses, Ben Arons y Bob Donlon, y formaron Dasher, una banda de hard rock que poco o nada tenía que ver con la cotidianidad fantástica de Electro-Z. Mientras tanto, en Lima, Carlangas, junto Valentín Yoshimoto, Miguel Uza y quien escribe, formó Rayobac, una nueva banda que continuó con la sensibilidad más noise de Electro-Z.
Unos años después, ya instalado en Suecia, Carlangas iniciaría una prolífica carrera como solista, en la que las texturas y atmósferas creadas por los efectos de su guitarra ocupan el primer plano. Desde entonces, decenas de grupos locales han aparecido con una propuesta en la que se superponen texturas experimentales y melodías pop, siguiendo la ruta pauteada veinte años atrás por el álbum de Electro-Z, el kilómetro cero del indie rock local.