Noam Chomsky fue uno de los escritores e intelectuales que criticaron firmaron la “Carta sobre justicia y debate abierto”, en la que se critica la llamada 'cancel culture' norteamericana. (Foto: Agencia)
Noam Chomsky fue uno de los escritores e intelectuales que criticaron firmaron la “Carta sobre justicia y debate abierto”, en la que se critica la llamada 'cancel culture' norteamericana. (Foto: Agencia)
Czar Gutiérrez

La indignación que sobrevino al asesinato de arrojó, ya se sabe, multitudes a las calles. Incendiaron la pradera a ambos lados del Atlántico y, a 45 días del luctuoso suceso, las protestas no cesan. Siguen cayendo los monumentos de antiguos esclavistas y hasta del insigne navegante que llegó por casualidad a las indias. En una secuencia que incluye el derrumbe de ciudadanos de carne y hueso, como el jefe de opinión de The New York Times, James Bennet, por publicar las opiniones de un senador republicano. La presión en las redes también se trajo abajo a seis directivos del Círculo Nacional de Críticos de Libros, a dos de la Poetry Foundation, a un analista electoral, etcétera.

Entonces y 149 intelectuales de talla alzaron la voz: “Se despide a editores por publicar textos polémicos; se retiran libros por una supuesta falta de autenticidad; se impide que los periodistas escriban de algunos temas; se investiga a profesores por citar obras literarias en clase; se despide a un investigador por difundir un estudio académico con revisión de pares; y se expulsa a dirigentes de organizaciones por lo que a veces solo son torpes errores (…). El resultado ha sido una constante constricción de los límites de lo que puede decirse sin la amenaza de sufrir represalias”.

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Con la firma de notables como Francis Fukuyama, Martin Amis, Jeffrey Eugenides, J. K. Rowling, John Banville, Salman Rushdie y hasta del ajedrecista Garry Kasparov, la “” se publicó hace tres días en Harper’s Magazine. Lo que le pedían al activismo progresista, apertrechado especialmente en Twitter, era una mayor tolerancia a las ideas discrepantes y a no optar por una falsa elección entre la justicia y la libertad, ya que no puede existir una sin la otra. La respuesta fue todavía más virulenta. Tanto que algunos vieron que el silenciamiento de las disidencias podría entronizar la famosa ‘cancel culture’ norteamericana. ¿Tanto así?

EPICENTRO GENERACIONAL

“Acción y reacción”, dice el literato y analista político Mirko Lauer. “Uno hubiera pensado que con más posibilidades de expresar opiniones, estas iban a ser más meditadas. En las tripas de lo que he llamado una nueva intolerancia sin duda está el cableado de la electrónica contemporánea. Cada vez más soltamos impulsos que luego no podemos recuperar y en los que nos atrincheramos”. Para Fietta Jarque, periodista cultural, “básicamente se trata de polarizar el debate para que el famoso ‘conmigo o contra mí’ se imponga. En nombre de la corrección política se consigue señalar y atacar no solo a las disidencias sino simplemente a las preguntas legítimas sobre temas muy complejos en los que suele y debe haber matices en aras de llegar a ideas más justas sobre ellas”.

El terremoto, con epicentro en la gran manzana, encuentra en Odi Gonzáles —poeta y catedrático de Antropología Lingüística Andina de New York University— a un testigo privilegiado. Es colega, además, de más de uno de los firmantes. “Entre todos ellos, Chomsky es el único que da la talla en este páramo. A sus 92 años, sigue encimando a los gobiernos corruptos, a las corporaciones perniciosas, al extractivismo nocivo. Sus minuciosas, lúcidas exposiciones no son recogidas jamás por el diario The New York Times ni por el Washington Post. De vez en cuando la periodista y escritora Amy Goodman lo entrevista en su programa ‘Democracy Now!’. Chomsky es de estirpe; nos sobrevivirá y gritará por todos: ¡kachkaniraqmi, sigo siendo, ‘alive and kicking!’”

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Consultado si el panorama pinta como para hablar de autocensura, Lauer se pregunta. “¿Más activismo, menos autocensura? Sí puedo imaginar intensidades e insistencias que lleven a la difusión del silencio en el bando contrario. Pero ese es un juego elástico, que luego de una concentración de silencio puede producir un estallido de, precisamente, intolerancia. Ha perdido parte de su prestigio, pero todavía hay cosas que decir a favor del justo medio”. Para Jarque, “la autocensura siempre ha existido y es así por conveniencia, por proteger los propios intereses”. Gonzales va más allá: “Estados Unidos es un país con una deplorable tradición de censura; entre otros, el ‘Ulises’ de Joyce fue proscrito por obsceno; ‘Howl’, el libro de poesía de Ginsberg, fue sometido a juicio en los tribunales, donde Ferlinghetti, poeta y editor de la Generación Beat, debatió con los magistrados y rígidos ciudadanos sobre el alcance semántico del término ‘vagina’”.

AJUSTE DE CUENTAS

La carta también señala que “el libre intercambio de información e ideas, la savia de una sociedad liberal, está volviéndose cada día más limitado”. Pero será precisamente ese intercambio el que ha generado tal torrente de opiniones en contrario que muchos firmantes se han retractado. “Uno llegó a decir que si hubiera sabido que su colega también estaba, no habría firmado. Pueblo chico, infierno grande, este asunto de aldea global no llega al domingo”, dice Gonzáles. Para Lauer, “retractarse es un derecho. Muchos quieren afirmar un punto de vista enfático, pero no quieren participar en una trifulca sangrienta. Es lo que lleva a simplemente apartarse de las redes sociales, hasta donde eso todavía es posible. Además en una carta con tantas posiciones disímiles, un cierto grado de desbande era previsible. Firmaron juntos, pero quizás no se conocían tanto como creían”.

Ante el aluvión en las redes, es inevitable preguntarse si esas son las mismas “legiones de idiotas en Internet, la invasión de los imbéciles” de los que hablaba Eco. ¿O son idiotas evolucionados? “Son, y quizás somos, idiotas que no aguantan pulgas. Intolerantes ante cualquier cuestionamiento de sus ideas fijas. Casi nadie quiere evolucionar, solo les interesa escuchar y apoyar lo que refuerza sus prejuicios. La crítica en temas culturales está cada vez más arrinconada y disminuida. Pero también es cierto que la ética y el conocimiento que deberían acompañarla de forma ideal, tampoco abundan”, dice Jarque. “Eco sigue siendo de los más lúcidos en la crítica a Internet. Léase ‘El borracho del pueblo con un megáfono en la mano’. Me pregunto si los idiotas evolucionan, y si llega a suceder, ¿en qué dirección lo hacen?”, pregunta Lauer.

Hay quienes ven aquí un ajuste de cuentas generacional entre viejos participantes de mayo del 68 versus los jóvenes liberales actuales, que les consideran unos traidores. “Hay eso, de todas maneras. Comenzó con los llamados nuevos movimientos sociales de los años 60 y 70, hijos del fin de las ideologías y precursores de cosas como la política de la identidad. Pero me temo que las más feas conductas sociales de hoy van a terminar siendo reemplazadas por otras de parecida fealdad. ¿El populismo de estos días puede ser visto como un asunto generacional? No es lo que dicen las votaciones en el mundo”, dice Lauer.

Y para terminar, ¿sería imaginable un escenario similar en territorio patrio? Es decir, ¿tenemos una generación de jóvenes radicales plenamente convencidos de ser más libertadores que unos improbables ‘baby boomers’ nacionales? “El hartazgo frente a la discriminación, la del gesto y la del lugar social que se ocupa, está en la agenda de las futuras convulsiones peruanas. Lo que falta todavía es una articulación que logre hacer pasar las cosas del ‘me too’ al ‘we’, sin lo cual la furia personal seguirá sin poder entrar a la política, colectiva por definición”, señala Lauer. “Hay radicales jóvenes y mayores. Hay intelectuales –si de eso hablamos- jóvenes y mayores que no alzan tanto la voz pero hacen un trabajo serio, siguen buscando fuentes de conocimiento y la manera de comunicarlo. No soy catastrofista, ni siquiera cuando pienso en el Perú. Insisto, lo que hay es un ruido insoportable. Y, por supuesto, las carencias materiales de siempre”, concluye Jarque.

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