"Me gustaría que mi novela pueda unir a chilenos y peruanos"
José Silva

El poderío de Huáscar y la astucia de su comandante, Miguel Grau Seminario, obsesionaron al bando chileno durante un buen tramo de la Guerra del Pacífico. Si bien el resultado final del conflicto es conocido por todos, lo cierto es que queda aún mucho por contar de aquel momento gravitante de nuestra historia republicana.

Y si la historia ya ha trabajado al respecto, la literatura aún tiene mucho por hacer. Quizás por ello “Huáscar”, la novela del escritor chileno --publicada en Lima por Estruendomudo --  fue una de las más comentadas (y vendidas) en la reciente Feria Internacional del Libro 2016.

El autor nacido en Valparaíso incursiona  por primera vez en el género histórico con el objetivo de brindar una visión sobre la naturaleza de una contienda que marcó a ambos países. Sin dejar de lado que en “Huáscar” hay mucha más información sobre Chile que sobre el Perú, la novela tiene como principal punto fuerte su capacidad para entretener.

La estrategia peruana para sostenerse en un conflicto en el que su rival tenía superioridad numérica, y un posterior vuelco a favor del vecino país –amparado en un preciso golpe de timón de sus autoridades—son la trama de este buen intento por rescatar nuestro pasado común.

Aquí una breve charla con Carlos Tromben, quien visitó Lima para la FIL 2016.

¿Por qué a un peruano proclive a cierto chauvinismo le podría gustar una novela como “Huáscar”, en la que se narra la captura de la nave más emblemática de nuestra historia republicana?

Precisamente porque la historia del Combate de Angamos engrandece al Perú, a su comandante y a toda su tripulación, por una serie de motivos. No solo por la grandeza humana de Miguel Grau, sino también por la abnegación, el heroísmo y el espíritu de resistencia de su tripulación, de la que quizás muchos peruanos desconocen bien cómo estaba compuesta. Había mucha diversidad en el elemento humano en dicho barco. Se habla mucho de Grau y de sus oficiales, pero poco quizás de esos hombres (marineros). Y eso está en este libro con mucho cariño y amor.

Usted ha dicho que esta novela tiene 70% de investigación y 30% de ficción.  ¿Qué cuidados especiales tiene un escritor para, en este intento que usted ha hecho, no termine ‘torciendo’ la historia oficial?

Hay que intentar que los elementos de ficción sean verosímiles, coherentes con la historia tal como quedó registrada en documentos trabajados por los historiadores, y que de alguna forma esto aporte a la emoción del relato. Así el lector podrá disfrutar de una novela de aventuras, emociones, personajes fuertes y peripecias entretenidas.

¿Podría decirse que el segundo capítulo, “El encuentro”, tiene más ficción que el resto?

Es una buena pregunta. Sí, es probable que ese capítulo tenga más del 30% de ficción, porque hay aspectos del combate que la historia no registró, sobre todo en lo relacionado a la marinería de ambas escuadras.

Se puede reconocer dos etapas en el conflicto, la primera, corta y marcada por cierta ‘hidalguía’ de las partes, y la segunda en donde ya se rompió todo tipo de ‘respeto’ y se perpetró el  saqueo Lima. ¿Por qué ocurrió esto?

La guerra,  cuando se trata de conquista territorial y de ocupar ciudades, tiene aspectos de crueldad que no los podemos soslayar, y uno como chileno no se siente orgulloso de eso. Sin embargo, la guerra naval protagonizada por marinos, que además se conocían, tenían relaciones personales y afectivas, tuvo un marco distinto. Y eso marcó la diferencia respecto a los aspectos de la ocupación de Lima.

Usted habla muy bien sobre el Huáscar en su novela. ¿Qué factor influyó más en la importancia del monitor? ¿Su nivel tecnológico o el estratega que la comandaba (Miguel Grau)?

Creo que ambos. La tecnología contenida en el monitor, pero también la estrategia de Miguel Grau. Y ambos aspectos se conjugan en las grandes campañas que la nave realizó por las costas del Pacífico. Sin embargo, finalmente se impuso la superioridad numérica de la escuadra chilena. Desde ese punto de vista, fue un encuentro bastante desigual.

Otro detalle muy presente en su novela es la política. Teniendo en cuenta el contexto económico en el que se desarrolló el conflicto. ¿Cómo podría resumirse la importancia de este factor zonas muy dependientes de los recursos naturales?

En la política chilena había una tensión entre los partidos políticos vinculados a la iglesia católica y los vinculados a la masonería, a groso modo, entre el secularismo, el laicismo y los partidos llamados ‘clericales’. Esa era la división política dentro del marco de un sistema manejado por los civiles. En ese sentido, ambas facciones tenían un gran apetito por las riquezas que había en el desierto de Atacama y en las provincias de Antofagasta y Tarapacá. El conflicto entorno a dichos recursos naturales es muy propio de dicha época, porque no existía aún una legalidad internacional como la actual. Entonces la riqueza se generaba al obtener recursos. Y ocurría no solo en América Latina, sino también en Sudáfrica, en el sudeste asiático, etc.

Desde muy chicos los peruanos asumimos que Miguel Grau es el Peruano de Milenio, el gran héroe de nuestra vida republicana. Siendo usted chileno, ¿qué le sorprendió a usted de este personaje durante su investigación?

Me sorprendió mucho su estatura como personaje de un libro de aventuras, por lo que se puede entroncar con las grandes tradiciones literarias del mar. Y te hablo de los personajes de Melvin, Conrad, Stevenson. Desconocía que Grau tuvo una vida vinculada a los buques balleneros, a los buques lejanos, a la Polinesia y Oceanía. Esto lo convierte en un personaje propio de la novela romántica del siglo XIX.

Para la época del conflicto la comunicación era vía telegramas, algo completamente inexistente actualmente. ¿Cómo fue el proceso de recolección de estas conversaciones para convertirlas en insumos novelables?

Los telegramas operaban no muy distinto a lo que es el Twitter hoy. Por ejemplo, frente a un combate, fluían entre nodos de una red y primero llegaba uno que decía “está ocurriendo un combate”, luego vendrían los detalles. Quizás surge otro con el mensaje “resultado incierto” y otro más tipo “habría sido capturado el Huáscar”. Esa sucesión de información llega de a pocos a los puntos finales, en este caso Valparaíso o Santiago, y al día siguiente los periódicos lo reproducen de forma integral. Y la llegada de esa data generará una expectación pública muy parecida al actual ‘Breaking news’. En ese sentido, hemos ganado en inmediatez y sofisticación de la red informativa, pero al final esta operaba igual hace 150 años.

Finalmente, ¿cuál fue el proceso de transformación del Huáscar desde su captura hasta la actualidad?

La nave tuvo un accidente a fines del siglo XIX, quedando inoperable y casi botada en un sector de la costa chilena  llamado Talcahuano. Muchos años después se descubrió que estaba ahí, a punto de sucumbir a la herrumbre, al deterioro y a la entropía. Y ahí se transformó en lo que es hoy en día. No quedó nada de la ‘máquina’ que la hacía funcionar. Se reconstruyó la cámara, se restauraron los muebles, la tabiquería. Creo que lo importante es hacer del Huáscar un símbolo en el cual nos encontremos chilenos y peruanos en lo más noble y más heroico de nuestras naciones. Tal como ha ocurrido con otros países que, si bien tuvieron encuentros bélicos en la Segunda Guerra Mundial, hoy se reencuentran en las playas de Normandía como un patrimonio compartido a partir de cual se crea un nuevo futuro. Me gustaría que mi libro lo compartamos chilenos y peruanos y podamos sentirnos orgullosos de nuestra historia compartida.

Contenido sugerido

Contenido GEC