"La hija de Marcial" es la primera obra de teatro que Héctor Gálvez escribe en solitario. (Foto: Eduardo Cavero)
"La hija de Marcial" es la primera obra de teatro que Héctor Gálvez escribe en solitario. (Foto: Eduardo Cavero)
Juan Diego Rodríguez

No es verdad que esta sea la primera vez que Héctor Gálvez hace teatro. Si bien es más conocido por el documental "Lucanamarca" (2008) y las películas "Paraíso" (2009) y "NN” (2014), fue uno de los dramaturgos de “Astronautas”, obra que se montó en el 2011 en el Museo de Arte de Lima y que se repondrá en abril del 2018 en el Teatro de la Universidad del Pacífico. Ahora, 5 años después de ese primer acercamiento a las tablas, él dirige en el teatro de esa casa de estudios “La hija de Marcial”, en la que narra la historia de Juana, una muchacha cuya vida cambia tras hallar el cadáver de su padre, a quien nunca conoció pero que reconoce por una inscripción en su chalina.

— Hace años contaste que la primera vez que viste “NN” te dijiste a ti mismo “¡No… Qué carajo hice!”, porque la película te parecía muy larga y densa. ¿Te pasó lo mismo con “La hija de Marcial?
¡No! [Risas] No sentí eso, aunque cada uno tiene sus gustos. El teatro es un proceso vivo y uno puede cambiar cosas de una función a otra y hemos ido afinando. La primera pasada duraba una hora y 45 minutos, pero la versión final es de 1 hora y cuarto. Ayer le dijimos a Kelly [Esquerre, quien interpreta a Juana] que para esta función no gritara tanto ni se pusiera tan eufórica, pero quizás mañana le digamos que no baje tanto la intensidad. Uno va editando. Creo que “La hija de Marcial” se cuenta bien, aunque todo es perfectible. Lo que me dicen mis amigos de teatro es que la obra va ganando piso con cada pasada.

— Entonces, ¿en qué te enfocaste durante el estreno?
Me senté al fondo y pensaba: “¿A qué hora empieza la catástrofe?” [ríe]. Me producía pánico imaginar que se iban a olvidar el texto, la salida de una escena o que no fueran a encontrar la chalina, aunque también aproveché para ver la reacción del público para saber si había huecos en la historia.

— Una visión totalmente apocalíptica del estreno.
Claro, esperaba que en algún momento pasara algo, que la luz no entrara a tiempo. Pero ya me habían dicho que en el estreno los actores sacan algo nunca visto en los ensayos. Había una energía distinta. Me acuerdo que la gente se puso a llorar con el monólogo final.

Juana (Kelly Esquerre) espera la exhumación del cuerpo de su padre, mientras que el pueblo (Gerald Espinoza, Beto Benites y Julián Vargas) le oculta la verdad sobre su pasado. (Foto: Eduardo Cavero)
Juana (Kelly Esquerre) espera la exhumación del cuerpo de su padre, mientras que el pueblo (Gerald Espinoza, Beto Benites y Julián Vargas) le oculta la verdad sobre su pasado. (Foto: Eduardo Cavero)

— ¿Se te hizo fácil soltar la cámara?
No, fue muy difícil. Maricarmen [Gutiérrez, directora adjunta] me ha ayudado mucho porque el trabajo con el espacio es distinto. En el cine, tu ojo es el encuadre, pero en el teatro, ¿cómo compones? En una película se pueden solucionar las malas actuaciones con un plano-contraplano, pero ¿cómo hacerlo aquí? Me costó y me está costando, pero ya entiendo que esto es como un largo plano secuencia. Un autor decía que en la literatura y en el cine, los diálogos son parte de la trama, pero que en el teatro, la voz, la palabra y los actores lo son todo.

— Tu obra trata sobre conocer o no el pasado personal. ¿Qué es lo que te llama la atención sobre el tema?
El misterio y la incertidumbre. Hay distintas maneras de desconocer: una cosa es que racionalmente no quieras saber algo y está ese misterio que produce aversión. Esa pregunta me resuena mucho.

— Llevas casi 10 años abordando el tema de los desaparecidos. ¿Tu curiosidad parte de un hecho familiar?
Mi familia es de Chiclayo y, hasta donde sé, ninguno ha sido víctima directa del terrorismo, ha desaparecido o lo han torturado.

— ¿De dónde nace tu interés, entonces?
Debe ser porque no conocí a mis abuelos. [Silencio] Recién este año vi una foto del paterno y me sorprendió… Yo sabía que se llamaba Rigoberto porque mi hermano se llama así, pero mi pareja hizo que me diera cuenta de que allí estaba anotado su segundo nombre: Marcial. [Silencio] Siento que hay algo que ver con ellos, pero no debe ser solo eso. Mi trabajo con la CVR también está presente.

— Pero en algún punto, sobre todo si te apellidas Gálvez o Rodríguez, va a ser imposible saber más sobre tu pasado. ¿Por qué insistir en saber más de ellos?
Será porque escuchaba historias de ellos, aunque no sé si serán ficción o no. Mi tías maternas son de Pomalca [distrito de Chiclayo] y me contaban que a mi abuelo se lo había llevado la Gentile, el espíritu de las huacas. Me decían que le quitó el alma. ¡Parece realismo mágico! [Ríe] Según ellas, fue por eso que se murió al poco tiempo. Y hace tres años, cuando les pregunté si la historia era real, se rieron y repitieron que no sabían.

— A ellas les basta con eso.
Sí, y es lo que le termina pasando a Juana, quien se dice a sí misma: “Por lo menos me quería cuando era chiquita”.

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