Abran las puertas todos, por Harry Belevan-McBride
Abran las puertas todos, por Harry Belevan-McBride
Harry Belevan-McBride

En su editorial “”, publicado el martes, este Diario ha llamado acertadamente la atención sobre los “motivos humanitarios de fondo” que deben atender las naciones europeas enfrentadas a una invasión migratoria mayoritariamente musulmana, esquivando así eufemismos hipócritas como “ola” o “corriente” para hablar de los desplazados islámicos que hoy procuran refugio en la cuna de Occidente. En el editorial queda implícita la responsabilidad europea en el drama mediterráneo, desde que no hay referencia explícita a la de la comunidad internacional ni, menos todavía, a la que correspondería prioritariamente a la Liga Árabe y a la . Analicemos, sin embargo, algunos datos. 

Seis países de la Liga Árabe circundan miles de kilómetros más de costa mediterránea que toda Europa, a lo que se añade que la suma geográfica de sus 22 miembros es de 14 millones de kilómetros cuadrados y que su población total no rebasa los 340 millones. En contraste, las 28 naciones de la alojan una población mayor a los 500 millones de habitantes en un territorio de apenas 4 millones de kilómetros cuadrados(solo entre Argelia y Libia superan esta superficie), lo que ubica a la UE como la tercera región más poblada del planeta, pero cuyos ciudadanos viven en el continente más pequeño. Por lo demás, la Liga Árabe cuenta en su membresía con varias de las naciones petroleras de más altos ingresos per cápita del mundo. Y respecto a la Unión Africana, que une a algunos países con potencial inigualable en recursos naturales, se trata de una superficie de 30 millones de kilómetros cuadrados con tan solo 3 de sus 51 miembros con una población superior a la de Alemania, la nación más poblada de una Europa que tiene tasas de densidad demográfica sólo equiparables con las de India o China. Sin embargo, a ninguno de aquellos 73 países, harto más afines que los europeos a las raíces civilizadoras de la mayoría de los refugiados, se les ha conminado a que encuentren soluciones urgentes a lo que constituye, probablemente, la tragedia humana más atroz desde la segunda gran guerra. 

Con todas sus improvisaciones y contramarchas la respuesta europea ha sido, entonces, la más solidaria y comprometida con aquel indescriptible drama humano. En lo que atañe a América Latina, algunas voces tímidas en Chile, Brasil, México y, quizá, un par de otras voces casi afónicas por allí, han manifestado su disposición a acoger unos cuantos de estos nuevos parias de la tierra. Lamentablemente no se ha escuchado ni siquiera un carraspeo del gobierno peruano sobre esta materia, tal vez porque, reverdeciendo acaso una práctica velasquista que resultó tan ilusoria como pueril, ha improvisado ahora una suerte de no alineamiento posmoderno con el que pretendería soslayar los asuntos más espinosos que ocurren en el escenario internacional, aduciendo su lejanía con los hechos, o la condición de país emergente cuyas responsabilidades serían proporcionales a su influencia. Olvida, sin embargo, este gobierno que en la actual interdependencia entre naciones, la legitimidad se mide por la relevancia de cada nación en el contexto mundial, y que esa cota de influencia solo se alcanza incidiendo en los asuntos más apremiantes de la agenda internacional, como es el caso de los migrantes en Europa o, dicho sea de paso, el de Venezuela en el barrio.