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¿Qué pensaba mi abuelo mientras atravesaba la Plaza San Martín con su elegante esposa madre de diez hijos rumbo a almorzar al Club Nacional? No creo que pensara en su posición política ni en su ideología ni menos en su posición social; esas cosas las daba por sentadas. Es más probable que estuviera apurado por terminar las obras en su casa y mudarse para retomar la vida que los años en Europa habían puesto en suspenso. Mi abuelo Antonio nació en el siglo 19 durante la última época victoriana que culminó con los inicios de la ‘Belle Epoque’.
Era civilista, conservador, jefe de familia numerosa, casado con una rica terrateniente y en el país había alcanzado la presidencia del Congreso, ser el primer embajador en Bélgica y dirigir el Diario El Comercio. Se puede deducir que, si bien preocupado por lo que sucedía en el Perú, era un hombre feliz. Uno que no vio venir el final de su vida que acabó en un instante con un tiro por la espalda que lo mató en el acto. Segundos después asesinaron a su mujer.
Para mi familia allí quedan congelados Antonio Miró Quesada y María Laos para toda la eternidad. Nada de lo que sucedió antes de ese 15 de mayo ni mucho menos después, tiene visos de realidad; eso forma parte de la historia que tejieron los demás. Para nosotros mis abuelos solo existían en el contexto de ese último acto de sus vidas que, de paso, dañó de forma irreparable a sus descendientes porque los hizo tristemente distintos a los demás.
Uniendo cabos llego a la conclusión de que el pensamiento político de mi abuelo debió ser uno profundamente conservador fruto del medio y del momento. Debió ser “Dios, patria y familia” y oponerse a todo lo que atentaba contra un orden establecido que de paso le convenía. De lo poco que se filtró, entiendo que tenía un sólido sentido de humor lo que, llegado el momento, hubiera podido ayudar a cerrar brechas porque las cosas estaban por cambiar. Se armaban grandes movimientos sociales en el mundo y en el Perú el APRA se erigía como el abanderado del cambio. Mi abuelo claramente se oponía. Lo amenazaron de muerte, no hizo caso y decidieron eliminarlo. Grave error.
A partir del asesinato de mi abuelo, El Comercio le declara muerte civil al APRA y a su fundador Haya de la Torre, a quien sus hijos siempre señalaron como el autor intelectual del crimen. Los apristas podían poner 10 mil personas en la calle, en El Comercio no salía una letra. Según algunos, Haya de la Torre ganó dos veces la Presidencia del Perú, lo cierto es que nunca asumió. Más hubiera valido no matar a mi abuelo y que viva para que quizás algún día se sentara a conversar con Haya. Matarlo nos enlutó para siempre pero también extendió un manto de odio irreconciliable que le hizo mucho daño al Perú y que tardó el resto del siglo 20 en disiparse.
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