Martín Vizcarra
Martín Vizcarra
Diego Macera

No recuerdo cuándo fue la última vez que, en momentos en que el tema de la coyuntura política se filtraba en esas conversaciones forzadas que uno tiene a veces con desconocidos casi para matar tiempo, las palabras más usadas no fueran ‘difícil’, ‘complicada’, ‘tensa’, o llanamente ‘crisis’.

El reciente destape de audios que ponen en evidencia el tinglado sobre el que se montaba una red de tráfico de influencias y otros ilícitos nos reafirma, en realidad, una situación usual. Lejos de ser la excepción a la regla de estabilidad en política peruana, la incertidumbre y el destape permanente es la regla.

Indudablemente, la seriedad de este asunto es de proporciones mayores: renuncias de la cabeza del Poder Judicial y del ministro de Justicia, declaración de emergencia del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), planteamiento de reforma política profunda vía referéndum, y la lista posiblemente siga engordando en los próximos días. Y, sin embargo, es parte de un patrón tan regular como el gris de Lima en agosto.

Haciendo un poco de memoria, solo este año hemos tenido ya otra crisis mayor: la renuncia del presidente Kuczynski. Minicrisis, como la renuncia del ministro de Economía hace menos de dos meses, apenas mueven aquí la aguja. El año pasado ocuparon espacio los terremotos locales de Lava Jato, la renuncia del entonces ministro Vizcarra y posteriormente del ministro Thorne en medio del escándalo sobre el aeropuerto de Chinchero y el contralor Alarcón, la caída del Gabinete Zavala, Westfield Capital y la novela del primer pedido de vacancia presidencial, la prisión preventiva al ex presidente Humala y su esposa, entre otros. El mismo ejercicio se puede repetir para el 2016, 2015, o el año que uno elija. En el Perú siempre hay una crisis a la mano –de mayor o menor intensidad– sobre la cual comentar, durante la siguiente conversación inocua, lo “complicada” que está la situación. Lo que pasa es que nos olvidamos fácilmente. Y, lo que es peor, nos hemos acostumbrado a vivir así.

Hay, sí, algo diferente y especial sobre esta coyuntura. Los audios de hoy se escuchan como se escucharon en su momento los ‘petroaudios’, las grabaciones del contralor Alarcón, o los ‘mamanivideos’, y –al margen de nombres y maniobras específicas– la verdad es que no sorprendieron demasiado (¿o alguien pensaba que el sistema de justicia del Callao era cuna de pulcritud?, ¿que el CNM era paradigma meritocrático?).

Pero a diferencia de otras ocasiones, decíamos, esta vez la respuesta de política pública no se ha tratado ya de un cambio de nombres y seguimos adelante igual. Las herramientas comunes para salir de las crisis –nuevos nombramientos en el Gabinete, la renuncia de un magistrado, una prisión preventiva por ahí, o un mensaje a la nación– no son hoy suficientes. Lo que se ha puesto sobre la mesa a partir del discurso de 28 de julio es una propuesta seria de reforma estructural, de esas que no se habían visto en mucho tiempo.

Uno puede discrepar de algunos temas concretos a incluir en el eventual referéndum (personalmente, estoy en desacuerdo con extender la desacertada prohibición de reelección de alcaldes para incluir también a congresistas), pero el fondo de la reforma es interesante, y el momento para llevarla a cabo es inmejorable. Las crisis también hay que aprovecharlas. Hemos tenido varias, pero pocas han suscitado una respuesta que de verdad haga la diferencia y nos evite ir de escándalo en escándalo como nuestra ruta habitual de construir nación. A ver si con esto de vez en cuando nos toca, por fin, un año aburrido.