
“Éramos felices y no lo sabíamos”, reza un dicho popular muy usado para evocar épocas buenas que no fueron debidamente dimensionadas en su momento. No es extraño, nuestra naturaleza es la inconformidad y analizar el “ahora” siempre resulta opaco, como la situación actual del libro en el Perú. Descreído de las cifras de visitantes (siempre al alza) de las ferias más importantes del país, donde se confunden “visitas” con “visitantes”, y mirando sin prejuicios la emergencia de nuevas ferias de libros pospandemia que se vienen desarrollando, puedo concluir lo siguiente: la atomización de los espacios feriales está golpeando al mercado del libro y a sus agentes.
Esta paradoja de la atomización puede tener varias causas, pero la principal que he identificado es que la realización de una feria suele ser un atractivo negocio para los organizadores de esta, no así para los expositores, y menos para el público lector. Es paradójico porque, desde un vistazo somero al panorama, podríamos decir que, tener una feria del libro en cada provincia o en cada distrito es lo más democrático y horizontal que puede haber.
Y en cierto sentido lo es, pero hay un asunto central: organizar una feria que no mide el impacto sobre el quehacer de sus agentes deja en la indefensión a estos. A inicios de 2025, por ejemplo, el Ministerio de Cultura del Perú se tomó el trabajo de mapear la realización de 44 ferias de libros, cuyas fechas o fechas tentativas, colocó a en su portal Perú Lee, a modo de calendario; y se han quedado cortos, pues sé de varias otras que se han programado luego de publicada dicha agenda. Es crucial que el Mincul realice no solo la calendarización sino un seguimiento del impacto de cada una de ellas (déjenme soñar).
Por otro lado, si bien en ferias auspiciadas por municipalidades o entes gubernamentales, se suelen dar algunos apoyos para incentivar la participación de editoriales, distribuidoras y librerías, esto no puede soslayar un análisis frío de la demanda que existe en la plaza ocupada. En cristiano, estamos participando en ferias donde no se vende nada. Por supuesto que no es obligación participar, luego de algunos fracasos el agente del libro normalmente desiste. Pero las ferias se siguen haciendo, y es allí a donde quiero llegar.
Hasta ahora que mencioné a editoriales y librerías podría objetárseme que solo estoy poniendo la lupa en el problema desde una lógica de mercado, además, que solo me preocupan agentes interesados más en el lucro que en la promoción de la cultura. Y me excuso de ello diciéndoles que es vital comprender que, para efectos de garantizar la perdurabilidad de un evento que combina el comercio y la cultura, las cifras son fundamentales.
Aunado a ello, siendo que en muchos casos hay órganos estatales organizando o auspiciando estos eventos, corresponde que su participación no se restrinja a destinar una partida presupuestal para montar unos toldos y estrados sobre un parque, sino a promover que haya una parrilla de invitados que convoque público (según cifras de la Encuesta Nacional de Lectura 2022, aproximadamente solo el 15 % del universo de lectores asiste a una feria), una buena publicidad, una buena gestión de prensa, y/o a pensar si no es mejor unirse a tres o cuatro distritos vecinos para hacer una actividad de mayor envergadura: una feria bien hecha que reemplace a los simulacros de ferias que hoy tenemos. Parece que estamos ante una competencia de “no quedarse atrás” entre instituciones. Esa no es una visión de cultura, es la peste.

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