El Perú no es, como se dice con bastante frecuencia –e incluso fue la muletilla de campaña del expresidente Pedro Castillo Terrones–, un país rico. En realidad, somos un país potencialmente rico, que ha sido bendecido con múltiples recursos, pero que, si no los explota con inteligencia, seguirá siendo pobre.
Así pues, la solo existencia de recursos abundantes o de reservas en determinados bienes no nos convierte en ricos, como demagógicamente se señala.
De qué nos sirve tener abundantes reservas auríferas, cupríferas o de gas, si estas siguen enterradas; o gozar de importantes recursos hídricos, si la gran mayoría termina perdiéndose en el mar sin ser aprovechada. Tenemos una variedad de climas y microclimas únicos que permiten, por ejemplo, que nuestras tierras puedan generar una mayor productividad. También gozamos de un amplio litoral con extraordinarios recursos marinos, muchos de los cuales son explotados por naves foráneas sin respeto al marco jurídico existente.
En ese sentido, nuestro país requiere de inversión para poder aprovechar las ventajas naturales de las que gozamos y, qué duda cabe, el foro del APEC que acaba de terminar ha sido una ventana de exposición hacia el mundo que ojalá nos lleve a que mucho de lo que he escuchado se convierta en realidad en un futuro próximo.
La inauguración del megapuerto de Chancay, liderado por la empresa estatal china Cosco Shipping Ports, ha sido de lo más destacado en estas fechas; sin embargo, considero que, por ser de justicia, al menos por parte de las autoridades peruanas, se debió destacar la visión e intervención de los empresarios peruanos que originalmente impulsaron el proyecto que hoy ya es una realidad.
Aunque tal omisión, debo confesar, no me extrañó; me hizo recordar una conversación que tuve hace muchos años con don Jaime Rizo Patrón Remy, el gran industrial peruano que en su dilatada carrera empresarial tuvo que enfrentar confiscaciones y gobiernos autoritarios, cuando no ineptos o sin mayor proyección, quien me decía que nuestra Constitución Política no debía establecer que la inversión extranjera se sujeta a las mismas condiciones que la inversión nacional, sino que, para ser justos, debía indicar que se garantizaba que la inversión nacional recibiría el mismo tratamiento que la foránea.
La aparente tautología que encierra el comentario de Rizo Patrón no es tal. Efectivamente, muchas veces en el Perú los empresarios peruanos, algunos de los que son verdaderos gladiadores de nuestro tiempo, no reciben un tratamiento similar al que se le da a la inversión extranjera.
Apoyar las inversiones extranjeras, que son y deben ser bienvenidas, no puede significar un tratamiento diferenciado. Frente a incumplimientos normativos, la respuesta debe ser única, venga de donde venga la inversión: el cumplimiento de la ley.
Solo así funcionan las cosas, siendo un país respetado y predecible, en el que impera el Estado de derecho, donde los ciudadanos, los empresarios y el gobierno adecúan su actuar al marco jurídico. Desterremos de una vez ese mal histórico que se resume en la famosa frase “la ley se acata, pero no se cumple” que decían los antiguos virreyes frente a la normativa que venía del Imperio español.
En ese sentido, el Estado debe trabajar arduamente para garantizarnos una burocracia con funcionarios que apliquen la ley, sin importar si la inversión es peruana o extranjera, occidental o asiática.