Una reciente encuesta desarrollada por el Instituto de Opinión Pública de la ya centenaria Pontificia Universidad Católica del Perú ha explorado la identidad étnica que los peruanos tienen de sí mismos; es decir, ¿cómo nos sentimos? o ¿qué consideramos que somos: blancos, mestizos, indios? No es una sorpresa que la mayoría (56%) se considera mestizo; siguen luego los grupos originarios o indígenas, que en esta encuesta fueron divididos entre quechuas, aimaras y nativos amazónicos, con 34%, y mucho más abajo: los blancos (7%) y afroperuanos (3%).
La encuesta presenta también las variaciones regionales. El oriente y el norte representarían las regiones mestizas por excelencia, ya que ahí este grupo llega a representar a tres de cada cuatro personas. En el oriente (la selva amazónica) los mestizos superan incluso claramente a los nativos amazónicos, que solo alcanzan el 13%. En las regiones sur y central (que excluye al polo urbano de Lima y Callao) dominan los indígenas, con 64% y 72%, respectivamente. Lima Metropolitana se muestra más o menos similar al promedio nacional, con cierto aumento de los mestizos, que crecen hasta llegar al 63%, y de los blancos (9%).
Los sesgos étnicos se vuelven más acusados cuando se cruzan con variables clasistas. El perfil del hombre blanco es en el Perú el de una persona del nivel socioeconómico A, que goza de educación universitaria y vive en una zona urbana residencial con buenos servicios públicos, mientras el descendiente de los grupos étnicos originarios pertenece al nivel socioeconómico E, llega solo a la educación primaria y habita en el campo en una vivienda precaria de pobres servicios públicos. Salvo en estas categorías extremas, en todas las demás los mestizos son mayoría.
A pesar de dos siglos de vida republicana, en el plano étnico social los peruanos mantenemos el perfil de una sociedad colonial, en la que los descendientes de los colonizadores ocupan los lugares de privilegio y los de los colonizados quedan arrinconados como la población desfavorecida por la vida y el Estado. Podríamos consolarnos pensando que este perfil étnico clasista fue en el pasado peor, pero no cabe duda de que la encuesta nos revela la inmensa tarea que queda pendiente en este campo para la tercera centuria de la vida republicana.
Si comparamos esta encuesta con los datos sobre etnicidad (o sobre razas, como se decía anteriormente) de los censos del virrey Gil de Taboada en 1791 y el presidente Manuel Pardo en 1876, resaltan cambios importantes. El primero es el desplazamiento de los indios por los mestizos como el componente dominante de la sociedad. En dichos censos, los indios fueron el 57% y 58% respectivamente, mientras ahora han caído al 34%. Los mestizos fueron el 23% y 25%, y ahora han subido al 56%; los blancos fueron el 13% y 14%, y hoy se han reducido al 7%.
Pero este triunfo del mestizaje tiene mucho de ideología, ya que los censos de Gil de Taboada y de Manuel Pardo no fueron de autopercepción, sino registros en los que un funcionario entrenado por el Estado consignaba la categoría racial de la persona a partir de unos criterios establecidos por las autoridades censales (que, aparte de los rasgos faciales, incluían elementos como lugar de residencia, ocupación, tipo de ropa y, sobre todo, competencia lingüística). El estudio que ahora comentamos descansa en cambio en la idea que las personas tienen de su identidad étnica, para lo que se les invita a considerar sus ancestros y sus costumbres.
En el siglo XX en el Perú primó una ideología del mestizaje, que historiadores como Antonio Zapata y Paulo Drinot han explorado en trabajos recientes. De acuerdo con esta ideología, aceptarse mestizo implicaba una renuncia a los orígenes étnicos o geográficos diferenciados, para fundirse en una amalgama nacional, que facilitaba la integración e igualación con los demás habitantes del país. Para los indios el mestizaje fue presentado como un ascenso, en la medida en que en la época colonial los mestizos gozaron, por lo general y en la práctica, de mejores consideraciones que los nativos. El mestizaje implicaba la incorporación a la vida urbana y a la economía moderna; para los indios fue presentado como una forma de progreso y casi como un deber nacional. En esta línea, fue sintomático que el censo de 1940 no considerara al grupo de los blancos como diferente al de los mestizos, sino que creó una sola categoría de blancos y mestizos, que alcanzó el 52% del total, lo que permitió al presidente Manuel Prado presentar al Perú como un país occidental y moderno, que había superado su herencia indígena.
En esta ideología parecen haberse sumergido también los directores del estudio de la PUCP ya que, quizás sin ser conscientes de ello, han favorecido la expansión del mestizaje en la encuesta con actos como la omisión de los grupos originarios de la costa, como si el indio costeño no existiera. Aunque la conquista española literalmente diezmó a la población indígena de esta región, los tallanes, moches, chinchas y chiribayas no desaparecieron. Sobre todo en el norte, sobrevivieron y se recuperaron demográfica y culturalmente, al punto que el etnógrafo alemán Heinrich Brüning pudo hallar todavía a personas hablando la lengua muchik en el siglo XIX. También se ha omitido a los inmigrantes asiáticos o sus descendientes, que sí fueron contemplados en los censos de 1876 y 1940, como “raza amarilla”. Con dicha ausencia, también quedaron invitados implícitamente a integrarse en el grupo de los mestizos.
El hecho de que en las regiones sur y central la autopercepción indígena alcance proporciones tan altas, puede entenderse como una resistencia a la ideología del mestizaje. Con vistas al bicentenario de la independencia resulta oportuno reflexionar acerca del tipo de identidad nacional y cultural a que aspiramos los peruanos.