
La muerte del papa Francisco ha conmovido a medio mundo. Es que fue un hombre que le dio al papado sencillez, cercanía y humanidad; pero que a la vez fue capaz de sancionar con severidad a los que desde dentro deshonraban su Iglesia y a sus feligreses.
Qué bueno habría sido haber tenido alguien que nos represente en el día de su entierro. No por figurar en la foto junto con presidentes importantes y muchos reyes, como sostiene un canciller que cada vez se parece más a su jefa, sino porque esa persona encarnase algunos de los valores del fallecido.
Duro decirlo, pero ella más bien se acerca a ser la antítesis: frívola, distante, poco empática y con vocación por la impunidad; en este caso de la suya y de su entorno. El desagrado nacional con lo que ella representa ha llegado al punto de que su aprobación ha caído al 3% (Ipsos/ “Perú21″), confirmando que el suelo es el límite.
Es cierto que no pocos de los jefes de Estado que le rendirán desmesurados homenajes mañana en el Vaticano, en realidad, respiran aliviados por su partida. Lo mismo vale acá para muchos políticos que abominan lo que dijo e hizo. Así como, en el otro extremo, hay los que les falta poco para reivindicarlo como un Papa marxista leninista.
¿Debió el Congreso darle la autorización para viajar? Me parece que el problema de fondo no es ese, sino la argumentación con que se lo impiden.
Sostener que no debe ir porque dada la crisis que vivimos debe quedarse en casa es una falacia. Cuatro días con ella fuera del Perú no cambiarían en nada la situación; quizás incluso los ministros, menos aturdidos por sus diarias peroratas de autobombo y descansando de la exigencia de defender lo indefendible, puedan trabajar mejor.
Esta no ha sido una semana de crisis, lo que ha ocurrido es más de lo mismo. Un par de ejemplos: hubo decenas de asesinatos en diversas regiones, con los que a la fecha hemos pasado el umbral de los 700 homicidios, o sea, más de lo que hubo en todo el 2017.
De otro lado, el ministro de Salud nos devolvió al antiimperialismo de los 70, denunciando al Banco Mundial por cobrar intereses leoninos en sus préstamos. Anunció que en defensa de la patria el dinero saldría de nuestros inagotables recursos propios (sabemos de sus nada heroicas motivaciones).
De qué crisis se puede hablar si encima en estos últimos días los congresistas solucionaron un grave problema de las familias; más precisamente de las de los congresistas y, por qué no, las de los ministros. Ello debido a que entró en vigor la ley que permite a sus familiares contratar con el Estado, salvo en la entidad en que desarrollan sus funciones. ¿Qué puede ser más importante?
La motivación para impedir el viaje fue claramente otra: su futuro electoral. Si ya les es difícil conseguir la reelección por haber sido miembros del Congreso más repudiado que se conozca, el haber estado asociados a Dina Boluarte es como amarrarse al ancla de un trasatlántico y pretender nadar a tierra.
Necesitan desesperadamente tomar distancia y aparecer como indignados con su gestión. Ello va a irse incrementando conforme pasen las semanas. Por eso censuraron a Santiváñez e interpelaron a Adrianzén y se presagia que la próxima víctima será la ministra del Midis, por la nueva intoxicación masiva de niños en diferentes regiones. El ministro de Salud, en cambio, se convierte en el nuevo intocable, dado que tiene el respaldo de Alianza para el Progreso y Fuerza Popular, los dos partidos que roncan en el Congreso y que hasta ahora han optado por inmolarse junto con ella.