
Hace dos semanas, aquí en Madrid, acudí a la proyección de Esta es la U, película que a inicios de abril obtuvo el Premio Luces 2024 en su categoría. Semanas atrás, el director, Daniel Farfán, me había llamado para invitarme a ver el documental y, a continuación, participar en una mesa redonda junto al recordado Ángel Cappa, el técnico argentino que llevó a la U a ganar el título del Apertura 2002.
Bajé del taxi una cuadra antes y me encontré con que la policía había cortado un tramo de la Gran Vía. Al fondo se escuchaban cánticos de fondo. Pensé que se trataba de una marcha política o la huelga de algún sindicato, pero luego pensé: qué raro, si es domingo. Pasados tres minutos, me di cuenta de que la zona había sido tomada por cientos de hinchas de Universitario que, vistiendo la camiseta crema y envueltos en banderolas con el rostro de Lolo, azotaban bombos y entonaban las clásicas barras de la U.
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«Ojalá que esto salga bien», me dijo el director no bien nos saludamos, sin dejar de mirar con respeto a la muchedumbre que avanzaba en procesión, como si se dirigiera no a una sala de cine sino a la tribuna popular del estadio. Enseguida se apareció Cappa, y desde el primer minuto se dedicó a firmar autógrafos y tomarse fotos con todo el que se lo solicitara. No era de extrañar. En aquel 2002, Cappa sacó campeón a la U en medio de una insultante precariedad económica. De los seis meses que estuvo al frente del equipo, solo cobró el primero; él, Chemo del Solar, el Puma Carranza y algunos otros jugadores experimentados tuvieron que meterse la mano al bolsillo para cubrir parte del salario de los más jóvenes. «Un día, después de meterse un partidazo y ser ovacionado, el Cholito Sotil se me acercó para pedirme unas monedas para su pasaje. ¿Te lo podés creer?», me contó Cappa, con la misma indignación de hace 23 años. Fue tal el descuido dirigencial esa temporada que, al grave problema de los sueldos, se sumó la falta de uniformes en el vestuario y el corte de servicios básicos en el Monumental. Por eso, el día que la U campeonó en Trujillo (tras derrotar nada menos que a Alianza Lima en los Play-Off), Cappa, en medio de abrazos y felicitaciones, lanzó un aullido de rabia que fue captado por una cámara de televisión y que de inmediato quedó grabado con hierro en la memoria colectiva de la hinchada: «¡contra todos!, ¡contra todos!, ¡hijos de puta!». Varios de los fanáticos que se le acercaron ese domingo en Madrid ni siquiera habían nacido cuando Cappa dirigió a la U, pero crecieron escuchando el mito y adoptaron al entrenador sin miramientos, como se adoptan a los ídolos del pasado. «Esto es impresionante», me dijo en otro momento, ante la avalancha de gente que no lo dejaba ni caminar, «estuve solo seis meses en la U y, mirá, me quieren como si hubiese estado seis años».
El amor de los hinchas no es gratuito, pero sí compensatorio. Porque Cappa no solo tiene un recuerdo avinagrado de los dirigentes de Universitario de aquel entonces. Ocurre que, a los pocos meses de haberse ido de Perú, contrató a un estudio de abogados a ver si conseguía que el club le pagara a destiempo el dinero adeudado. Los profesionales le cobraron una suma importante, pero nunca lo llamaron a Buenos Aires para informarle del avance del caso. Cuando él los telefoneó, se excusaron diciendo «no pudo hacerse nada»; desde luego, no le devolvieron un solo centavo. Para colmo, meses más tarde, una conocida editorial limeña lo contactó para convencerlo de escribir un libro relatando la proeza futbolística conseguida con la U. Cappa cumplió. El libro, titulado “¿Y el fútbol, dónde está?”, con prólogo de César Luis Menotti, fue publicado en 2004 y presentado por todo lo alto en la feria del libro de aquel año. Sin embargo, cuando un tiempo después el argentino llamó al editor para preguntarle por el dinero de las regalías (”¿Y la guita, dónde está?”, podría haberle dicho), éste le salió con excusas inverosímiles y una serie de promesas que jamás honraría. O sea que a Cappa, en el Perú, lo estafaron tres veces: los dirigentes, los abogados y los editores.
Los únicos que le pagaron y le siguen pagando con creces son los hinchas. El día de la película, el técnico argentino y yo nos ubicamos en la fila tres de la sala y nos quedamos charlando mientras las cuatrocientas cincuenta butacas iban colmándose. La conversación fue constantemente interrumpida por aficionados que se acercaban súbitamente a pedirle, otra vez, una firma, un selfie, un video para el padre, el hijo o el sobrino. Cappa aceptaba cada requerimiento con una sonrisa inmutable.
Al final, pudimos ver y disfrutar “Esta es la U” a pesar de que los hinchas –como adolescentes en su primera incursión cinéfila– lanzaban arengas repentinas cada cinco minutos. De hecho, cuando Cappa apareció en la pantalla nadie pudo escucharlo con claridad, porque el grueso de espectadores, a sabiendas de que el ex técnico estaba presente, se puso a corear desde la platea: «¡Olé, olé, olé, Cappa, Cappa!».
No bien terminó la proyección, Cappa me comentó al oído: «necesito ir al baño con urgencia, pero temo que no me van a dejar salir». El momento fue conmovedor. Con 79 años cumplidos (una edad en la que podría dirigir otra vez en Perú), don Ángel Cappa asistía a un improvisado homenaje en vida. Nuestra mesa redonda duró apenas diez minutos, porque lo que el público quería esa tarde madrileña, no era escuchar a Cappa (mucho menos a mí), sino fotografiarse con él, tocar al guía del campeón del 2002, darle las gracias por su liderazgo y jurarle amor eterno por su sacrificio. Cuando me retiré del cine lo dejé así: rodeado, o debería decir secuestrado por jóvenes y señores con celular en la mano que le pedían, o debería decir exigían, la penúltima fotografía. En el taxi de regreso me hice la misma pregunta una y otra vez: ¿habrá llegado al baño a tiempo?