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Faltan poco más de ocho meses para que el país enfrente uno de los procesos electorales más complejos y caóticos de la historia reciente. A la reintroducción del Senado –esta vez, además, con una mitad de representación regional y otra de distrito único nacional– se suma la participación de más de 40 partidos. La cédula electoral será insondable.
Había una última esperanza para moderar el efecto desestabilizador de la cantidad de organizaciones en lid. La conformación de alianzas electorales –con miras a pasar la valla electoral– podía reemplazar parte de los esfuerzos políticos más débiles y dispersos por espacios más amplios con algún nivel de concertación política.
La semana pasada, sin embargo, venció el plazo del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) para solicitar la inscripción de alianzas, y se lograron apenas cinco pequeñas uniones, de entre dos y tres partidos cada una, a último momento para la fecha límite. Aun si se aprobasen todas, el número de planchas presidenciales y listas congresales en abril será todavía de más de 30 (aunque el proceso de tachas podría sacar de carrera a algunas). Parte de la responsabilidad recae en un Congreso que arrastró los pies para facilitar la coordinación entre fuerzas políticas. La percepción, por supuesto, es que los partidos con marca más establecida no tenían mayores incentivos para engendrar a su eventual competencia.
Pero la responsabilidad más clara está en las mismas organizaciones políticas y en sus líderes, quienes no quisieron o no pudieron encontrar puntos en común. Si los partidos se ven en realidad como un emprendimiento laboral para captar –con algo de suerte– espacios de poder personal, la mayoría preferirá correr su propia carrera. No había que ser demasiado perspicaz para sospechar que el espíritu personalista que animó la creación de tantos grupos políticos sería el mismo que impediría la conformación de alianzas entre ellos.
Mención aparte merece la solicitud de inscripción de Nuevo Perú, de Vicente Alanoca y Verónika Mendoza, con Voces del Pueblo, de Guillermo Bermejo. Esta es una alianza de izquierda, pero evidencia hasta qué nivel está dispuesta a llegar la supuesta izquierda progresista y democrática para cosechar resultados. La integración con Bermejo –acusado e investigado por afiliación terrorista y corrupción, y quien en el 2021 había llamado “pelotudeces democráticas” a, precisamente, las ideas del equipo de Mendoza– recuerda vívidamente el oportunismo del que Nuevo Perú hizo ya gala en la elección de Pedro Castillo.
El Perú necesita menos aspirantes a caudillos con suerte y más espacios políticos coherentes. En estas elecciones no se logrará ni lo uno ni lo otro.

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