"No se trata de conculcar ideales, ni de dejar de defender los principios y los procesos institucionales establecidos, sino encontrar puntos en común con aquellos que –de buena fe– los quieran también buscar". (Ilustración: Giovanni Tazza).
"No se trata de conculcar ideales, ni de dejar de defender los principios y los procesos institucionales establecidos, sino encontrar puntos en común con aquellos que –de buena fe– los quieran también buscar". (Ilustración: Giovanni Tazza).
Editorial El Comercio

Es normal que las segundas vueltas electorales generen mucha más que la primera parte de la contienda. Con apenas dos candidatos entre quienes elegir, la campaña toma un tono de batalla frontal –los unos contra los otros– en la que los defectos del adversario, reales o percibidos, se magnifican hasta el punto de hacer irreconocible cualquier espacio de coincidencia y posibilidad de diálogo.

La presente contienda electoral ha llevado este proceso de desencuentro anunciado hasta el paroxismo. Con dos alternativas políticas antagónicas que suscitan diversos miedos –ninguna de las cuales obtuvo una preferencia importante en primera vuelta–, era previsible que las tensiones se elevaran al máximo. Y las controversias alrededor del escrutinio han vuelto a encender los ánimos en momentos en los que el país debía estar ya preparándose para un largo proceso de reunificación y búsqueda de consensos.

En la agitación, líneas rojas se están cruzando, y las alarmas deben prenderse. La discusión en , por ejemplo, se ha tornado insostenible. Si bien estos espacios siempre fueron campos abiertos de confrontación digital amparados en el anonimato, hoy lucen su peor faceta: noticias falsas, intolerancia, burla y agresividad desmedida. Ambos lados políticos han demostrado que, cuando la situación se tensa, el país parece incapaz de expresar adecuadamente sus diferencias.

Las consecuencias pueden fácilmente trascender las redes sociales y saltar a la violencia o amedrentamiento físico. Desde esta página editorial condenamos ayer las marchas de intimidación realizadas en las afueras de los domicilios de periodistas y autoridades electorales. Ahora esta lamentable práctica se quiere escalar. De parte de algunos opositores a un eventual triunfo de , recientemente han surgido llamados a hostilizar por teléfono y en persona a quienes se percibe como facilitadores de la victoria de . Vía redes sociales se solicitan los datos personales –direcciones, rutinas diarias, teléfonos, etc.– de periodistas, políticos, actores y cualquier personaje público que no comparta la posición de quienes desean emprender una suerte de cruzada política con ajuste de cuentas.

La amenaza de la turba no es una herramienta democrática. No importan aquí colores políticos; la práctica debe condenarse sin medias tintas. Los errores de los candidatos en disputa y de las autoridades electorales sin duda han contribuido a enrarecer el clima político, pero jamás pueden justificar usar el miedo y la agresión como mecanismo de presión. El precedente puede ocasionar, además, la autocensura de quienes tengan opiniones controversiales, lo cual hace tremendo daño a la pluralidad en el debate. Por último, legitimar este tipo de estrategias –hoy ejecutadas por grupos políticos con distintos niveles de preparación y capacidad– puede derivar en prácticas similares organizadas desde el aparato estatal contra opositores, con consecuencias mucho más perniciosas.

La peruana puede más que esto. Con mucho esfuerzo y a pesar de los errores, el país ha logrado casi 30 años de traspasos constitucionales de poder, pero hoy se inclina hacia abismo del desgobierno. La única manera de reconstruir algún nivel de unidad nacional es a través de un diálogo respetuoso, no solo con quienes piensan igual, sino sobre todo con quienes opinan distinto. No se trata de conculcar ideales, ni de dejar de defender los principios y los procesos institucionales establecidos, sino encontrar puntos en común con aquellos que –de buena fe– los quieran también buscar. Y las cacerías de brujas son exactamente lo opuesto a ello.

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