En la política, como en todas las esferas de la actividad humana, abundan las leyendas urbanas. Historias que la gente da por ciertas a fuerza de leerlas o escucharlas en boca de presuntos testigos de lo relatado. El Parlamento Andino, por ejemplo, es una institución de cuya existencia nadie ha proporcionado pruebas terminantes, y es legítimo sospechar que se trata solo de un lugar imaginario. Digamos, de una especie de Walhalla que se les promete a los políticos que los partidos quieren retirar de circulación y que luego resulta ser como esas casas de campo de las que se les habla a los chicos cuando sus mascotas mueren y se los quiere hacer creer que solo han sido trasladadas a un espacio idílico donde continúan viviendo felices.
Otra leyenda política es la que asegura que en el país tenemos primer ministro. Desde distintos lugares del interior se reportan constantemente avistamientos y hay hasta quienes han mostrado sus huellas o fotos borrosas en las que aparece huyendo de los ciudadanos. Pero la verdad es que nadie lo ha visto pronunciándose sobre aquello que le tocaría a un funcionario de esa talla o ejerciendo el poder que debería. Se diría que es casi una versión local del Pie Grande norteamericano, pero como no pisa fuerte, habría que llamarlo nomás Pie Chico.