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No hay cargo de poder político más embrujado en el Perú que el de “primer ministro”.

Así como se le llama, se le reconoce y se le pinta a diario, no solo no existe legal y constitucionalmente, sino que encierra una delegación presidencial más volcada sobre lo que tiene que decir que sobre lo que tendría que ser y hacer como el mayor funcionario ejecutivo de gobierno después del presidente o la presidenta de la República.

De ahí que veamos más frecuentemente a un “primer ministro” informando y explicando lo que la Presidencia de la República no puede informar ni explicar que de veras ejerciendo, como debería ser, funciones de gobierno.

Por lo visto, Dina Boluarte será una piedra en el zapato de Eduardo Arana y Eduardo Arana será la piedra en el zapato de Dina Boluarte. La mutua tortura china política de todos los ciclos presidenciales, con sus cíclicos Gabinetes Ministeriales y sus cíclicos “primeros ministros”.

Hemos tenido muy pocos casos en el presente siglo de personalidades que han intentado y en cierta forma logrado dar la talla en el cargo.

Alejandro Toledo compensó muchas de sus debilidades y sofocó muchas de sus crisis políticas con “primeros ministros” como Roberto Dañino, Luis Solari de la Fuente, Pedro Pablo Kuczynski y Beatriz Merino. La presidenta Dina Boluarte experimentó con Alberto Otárola la consistente y prolongada clave de su estabilidad. Pero luego fue convencida de que no volviese a ceder cambio de maniobra extenso a sus siguientes “primeros ministros”. Bajo esta premisa, Gustavo Adrianzén se limitó a ser una fuente cotidiana de explicación y defensa cerrada del gobierno, y nada más.

El embrujo que rodea estrechamente a un “primer ministro” rodea también a un presidente, a un parlamentario, a un magistrado o fiscal, dentro de esa atmósfera de irrealidad y encantamiento donde se mueve el poder político y donde las cosas cobran valor más por lo que parecen y debieran parecer que por lo que son o debieran ser.

No debiera sorprendernos que el nombramiento de un “primer ministro”, así como su renuncia y la de los demás miembros del Gabinete Ministerial tienen en nuestro país las connotaciones dramáticas y expectantes de que cada cierto tiempo estamos ante la asunción o la caída de un jefe de gobierno, cuando en verdad no se trata más que de la entrada y salida de alguien que es algo más que un secretario de gobierno.

¿Qué poder real o irreal adquirirá el nuevo presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Arana?

Podrá ser en la práctica el jefe de gobierno de una presidenta Boluarte aconsejablemente replegada en sus funciones de Estado o algo más de lo mismo que fue Adrianzén, con lo que ahí sí tendríamos a la mandataria y al país sumidos en una condición de vulnerabilidad política y social mayor.

Arana tiene, pues, en sus manos, la clave de vivir solo con el embrujo de “primer ministro” o con la realidad de ser jefe de gobierno.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Juan Paredes Castro es periodista y escritor

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