TEST: Prueba a las tres pick-ups más nuevas del mercado [VIDEO]
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Iván Alonso

Con los recientes cambios en las tasas del el ministro espera recaudar 2,700 millones de soles al año y, de paso, reducir las “externalidades negativas” que los productos gravados supuestamente causan. El problema –mejor dicho, uno de ellos– es que ambos objetivos son incompatibles.

Cuanto más se grava un producto, más se reduce su consumo. Si el impuesto es moderado, el consumo apenas se retraerá, y el gobierno obtendrá buenos ingresos. Para reducir drásticamente el consumo, el impuesto tiene que ser mayor. Pero, pasado cierto límite, la recaudación comenzará a caer. Un impuesto realmente prohibitivo genera cero ingresos.

La verdad es que el gobierno necesita la plata, y la mejor manera de conseguirlos es poniendo impuestos a los productos cuyo consumo sea poco sensible al precio y, sobre todo, que tengan mala prensa. A nadie se le ocurre ponerles selectivo a las medicinas; pero a las bebidas azucaradas sí.

¿Cuál es la externalidad? Una externalidad se entiende como el efecto que una transacción tiene sobre un tercero, o sea, sobre una parte externa, sobre alguien que no participa en la transacción. Si usted toma bebidas azucaradas y engorda o desarrolla alguna enfermedad, ese efecto no lo sufre ninguna parte externa a la transacción; lo sufre usted mismo. No hay, pues, ninguna externalidad.

El argumento de que el tratamiento de esas enfermedades le impone costos a la sociedad es una falacia –y los cálculos que ha soltado el ministerio de economía, inverosímiles, porque exceden largamente el presupuesto del ministerio de salud–. Lo que le impone costos a la sociedad es el sistema de salud, en la medida en que le permite al consumidor trasladar los costos al estado. No vamos a discutir aquí si eso está bien o está mal. Lo que queremos resaltar es que el consumo de bebidas azucaradas, en sí mismo, no genera externalidades.

Distinto es el caso de los combustibles porque, ahí sí, cada vez que usted acelera, su carro emite partículas nocivas que todos respiramos. Además, el impuesto selectivo al diesel y a la gasolina es una buena manera de pagar por el uso de las pistas, de “internalizar” el costo de construirlas y mantenerlas.

Donde el gobierno se equivoca es en gravar simultáneamente el consumo de combustibles y la compra de vehículos. La externalidad se produce cuando se usa el carro, no cuando uno lo compra. Los carros de un coleccionista no le hacen daño a nadie.

Peor aún es establecer tasas diferenciadas para distintos tipos de vehículos. A las camionetas pick-up se les ha quitado el selectivo con el argumento de que son bienes de capital, o sea, como quien dice, una herramienta de trabajo, un insumo para la producción. Con ese mismo argumento debería haber exonerado del selectivo a cualquier combustible que se le eche a una pick-up porque también es un insumo para la producción.

Con las tasas diferenciadas, el gobierno está haciendo una política arancelaria de la peor especie. La importación de ciertos tipos de vehículos pagará más impuestos que la importación de otros; da igual si se les llama arancel o selectivo. Una distorsión que se ha introducido quizás inadvertidamente, pero que sería bueno rectificar antes de que se ponga de moda entre los gerentes generales manejar pick-ups. La Mercedes Benz X-Class comienza en 37,000 euritos.