Mabel Huertas

Existen razones de más para que Dina Boluarte sea expectorada de Palacio de Gobierno. La presidenta por accidente no solo miente a la ciudadanía y es incapaz de dirigir una gestión pública; además no le interesa operar, salvo su nariz. Es un corcho navegando en la turbidez del río Rímac.

Existen otro tanto de razones para no hacerlo. La estabilidad política y económica es uno de los argumentos; otro, es que nada garantiza que los hechos que sucedan a una vacancia no agudicen la crisis que ya vivimos desde hace varios años.

Mientras en el Congreso hacen cálculos politiqueros, y los opinantes discuten los principios democráticos en juego, hay gente que muere, como en Pataz, asesinada monstruosamente en manos del incontrolable crimen organizado.

Desde las curules se escucharán esta semana frases o palabras como: censura, pena de muerte, interpelación, bla bla bla… La Constitución del Perú es tan generosa que permite a los políticos, ingratos, jugar con su marco y, a la presidenta, declarar estados de emergencia y toques de queda sin resultados. Pero aquellos que abrazan la Constitución y la democracia deben recordar que la rendición de cuentas es esencial y Dina Boluarte se ha estilizado en ignorar esta última.

Ya nos ha dicho, con ese rostro bien tratado, que ella defiende la democracia, pero al mismo tiempo se esconde en pseudoconferencias de prensa, “cuartos de guerra”, en monólogos propagandísticos y en mensajes a la nación con prómpter incluido. ¡Ay de ella si le falla el aparatito!

La señora Boluarte lleva esquivando las preguntas de la prensa hace más de seis meses. No se atreve a comparecer ante periodistas y, a estas alturas, ni siquiera simula un diálogo democrático. Prefiere blindarse tras escenografías oficiales, rodeada de ministros uniformados como escolares, mientras el país vive una de sus más grandes crisis de inseguridad y violencia luego del azote de Sendero Luminoso y el MRTA.

Hay algo profundamente insultante en su monólogo de ayer: la evasión de su responsabilidad como mandataria, como si fuera una actriz secundaria. La presidencia no puede ser refugio para evadir la rendición de cuentas. El problema es que nadie se las exige: estamos paralizados, suspendidos entre disquisiciones morales y propuestas radicales. Hemos capitulado a nuestro derecho como mandantes de exigir esa rendición, y nos hemos resignado a la ingenua idea de que el sol brillará, sin más, en julio del 2026.

Si no exigimos más, si seguimos tolerando que el poder sea un premio para los mediocres, lo que viene será todavía más triste.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mabel Huertas es socia de la consultora 50+Uno

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