Fotos: Anthony Niño de Guzman \ GEC
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/ Anthony Niño de Guzman
Enzo Defilippi

Hace tres semanas comenté un análisis hecho por Alfonso de la Torre, Piero Ghezzi y Alonso Segura que concluía que, cinco semanas después de iniciada la cuarentena, el COVID-19 seguía expandiéndose por el país. Ellos concluían, usando datos oficiales, que la tasa de crecimiento de la enfermedad había caído relativamente poco; y que la tasa R, que mide el número de personas que el infectado típico contagia, se encontraba muy por encima de 1 (punto en el que empieza a ceder).

Hoy, cuando ya es evidente que tenían razón (de hecho, el Gobierno citó la evolución de ambos indicadores para justificar la última extensión de la cuarentena), me parece ilustrativo analizar los argumentos de quienes los criticaron por decir una verdad que les resultaba incómoda (o a mí, por comentarla).

El primero es el del ninguneo. “¡Pero si no son epidemiólogos!” Resulta que para armar modelos estadísticos que describan la evolución de una enfermedad no es necesario conocer de epidemiología, sino de… estadística (¡cha chaaan!). Y de eso, un buen economista sabe bastante. Un segundo argumento repetido por los ninguneadores es: “¡pero si no hicieron nada cuando estuvieron en el Gobierno!”. A ver. Si fuese eso verdad, ¿cambiaría en algo la tasa de contagios? No, ¿no? Entonces es irrelevante. Más aún cuando se miran las cifras y se encuentra que durante la gestión en la que Ghezzi y Segura fueron ministros (como ‘disclaimer’, en el que también participé yo), el presupuesto ejecutado del sector Salud aumentó en casi 50%. Y eso no es poco ni aquí ni en China.

Tercer argumento del que no quiere darse por enterado: la tergiversación. “¿Cómo van a decir que la cuarentena no ha funcionado si tendríamos muchos más muertos sin ella?”. Nadie ha negado que la cuarentena ha evitado una situación peor. Pero esta se impuso para reducir la tasa R a menos de 1 y 35 días después de iniciada ese objetivo seguía lejano. Por eso, no había funcionado “como se esperaba”. Jalados en comprensión de lectura.

Cuarto argumento falaz: las malas intenciones. “¡Lo que quieren es que el Gobierno fracase!”. Absurdo. La tasa R no tiene el valor que tiene porque está a favor o en contra del Gobierno ni se pueden colegir las intenciones de los autores por estimarla. ¿Hubiese sido mejor que se queden callados?

Quinto argumento falaz: “no proponen nada”. A ver, ¿se necesita saber de mecánica para darse cuenta si un auto está malogrado? No, ¿no? Eso es porque las habilidades necesarias para detectar un problema no son las mismas que para solucionarlo. Quizás, de haber leído el análisis antes de criticarlo, se hubiesen dado cuenta de que este sí contiene propuestas para combatir mejor la epidemia. Pero aún si ese no fuese el caso, ¿habría cambiado algo sus conclusiones sobre la tasa de reducción de la enfermedad? Obviamente no.

En 1633, luego de que la Inquisición obligase a Galileo a jurar que él creía que la Tierra se mantenía estática, él murmuró: “Eppur si muove” (“y, sin embargo, se mueve”). En buen cristiano, que la realidad es como es y le importa un bledo cuánto nos incomode. Casi 400 años después, aún hay gente que no termina de entenderlo.

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