Donad Trump crea comité de defensa contra amenazas biológicas para proteger a Estados Unidos. (AP)
Donad Trump crea comité de defensa contra amenazas biológicas para proteger a Estados Unidos. (AP)
Enzo Defilippi

La última sensación editorial en Estados Unidos es “Miedo”, del veterano periodista Bob Woodward (el mismo que, junto con Carl Bernstein, sacó a la luz el Caso Watergate). El libro, basado en conversaciones a profundidad con altos funcionarios del Gobierno estadounidense, describe el funcionamiento de la Casa Blanca bajo la presidencia de Donald Trump. De acuerdo con diversas reseñas, este aparece descrito como una persona impulsiva, egocéntrica y con limitada capacidad de atención. Como un mentiroso patológico que entiende poco de los temas y toma decisiones sin informarse. Un presidente despreciado por asesores que resienten su ignorancia, infantilismo y pequeñez. Un jefe rodeado por un personal que sabotea, por el bien del país, sus decisiones menos pensadas.

Para mí, sin embargo, eso no es lo interesante del libro. Tampoco lo son las sabrosas anécdotas que cuenta (como que el principal asesor económico del presidente habría impedido que Estados Unidos renunciara a un acuerdo comercial con Corea del Sur retirando una carta de su escritorio antes de que la firme). A mí, lo que más me atrae es el título, el cual hace referencia a la concepción que Trump tiene del poder, y que fuese revelada a Woodward en una entrevista cuando aún era candidato. En ella el hoy presidente dijo que para él el poder real proviene del miedo (“real power is fear”).

Y si analizamos la forma como Trump ejerce su poder, veremos que es consistente con esta concepción. Todo el tiempo lo vemos infundiendo miedo a sus ciudadanos. Ya sea a los latinos, porque son criminales; a los musulmanes, porque son terroristas; o a la prensa libre, porque son unos traidores que solo buscan sabotearlo.

Esta estrategia no es nueva. De hecho, ha sido utilizada por populistas a lo largo de la historia para consolidar su poder. La prédica del nazismo contra los judíos, la del estalinismo contra los contrarrevolucionarios o la del franquismo contra los rojos no son más que expresiones de lo mismo. Y es que nada mejor que el miedo para justificar un caudillo que nos proteja.

En el Perú, después de 26 años de la captura de Abimael Guzmán y sus secuaces, su recuerdo aún sigue generando miedo. Como señaló Santiago Roncagliolo en su última columna, todavía hay en nuestro país personas que se resisten a reconocer que Sendero Luminoso ha sido derrotado y lo ven, vivito y coleando, en cada manifestación remotamente vinculada a la izquierda. Y, por supuesto, hay personajes que buscan obtener beneficios políticos de ese temor.

Lo mismo sucede con la homofobia o con la inmigración venezolana. El miedo a lo diferente incentiva la aparición de políticos cínicos dispuestos a aprovecharse de él. Lamentablemente, con relativo éxito. Ricardo Belmont, por ejemplo, el candidato a la alcaldía metropolitana que ha proferido las peores expresiones xenófobas, ocupa hoy, para nuestra vergüenza, el segundo lugar en las encuestas.

Y este lunes, luego de que el presidente anunciara que su gobierno convocaba una legislatura extraordinaria para que el Congreso vote una cuestión de confianza (cuya denegación podría generar su cierre), una campaña bien coordinada en redes sociales hizo que el hashtag #VizcarraGolpista se volviera tendencia. ¿Casualidad? No. Una nueva pretensión de hacer política con el miedo de la gente.