Las mesetas, decían los libros de geografía que nos hicieron estudiar cuando estábamos en edad escolar, son planicies o llanuras extensas ubicadas a determinada altitud sobre el nivel del mar. La expresión, por supuesto, suele utilizarse también de manera figurada en asuntos alejados de la geografía, pero para aludir siempre a superficies planas. Decir, en consecuencia, que la curva de contagios del COVID-19 ha llegado en el país a una meseta al principio de una semana que luego conocería por lo menos dos récords en esa materia (martes 19 de mayo, 4.550 nuevos casos, y jueves 21 de mayo, 4.749 nuevos casos) supone una de dos cosas: o quien lanzó la afirmación tiene todavía un examen vacacional pendiente en el curso de marras, o sencillamente está dispuesto a perorar sin fundamento si tiene la sensación de que aquello le va a granjear popularidad momentánea. Nos referimos, por si no hubiese quedado claro, al presidente Vizcarra, que el lunes pasado proclamó esta presunta buena nueva “urbi et orbi”… para el viernes anunciar que la emergencia se extiende hasta el 30 de junio. ¡Esa sí que es una meseta!
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