Ricardo León y Javier Zapata

Sendero Luminoso, por órdenes de su cabecilla Abimael Guzmán, recientemente muerto en prisión, asesinó a más de 30 mil personas y dejó decenas de miles de heridos. Víctimas directas del terrorismo, o deudos de fallecidos en ataques senderistas, reviven en estas imágenes el dolor que trasciende a la muerte del genocida.


Créditos
TEXTOS / Ricardo León. FOTOS / Javier Zapata.
EDICIÓN DE VIDEO / Luis Jácobo.
Los rostros y los rastros de la violencia terrorista
Víctimas directas del terrorismo, o deudos de fallecidos en ataques senderistas, reviven el dolor que dejó Sendero Luminoso.

Mayor (r) del Ejército José Luis Casas Carrión

En abril del 2012, el secuestro de trabajadores de Camisea por parte de una columna narcoterrorista del Vraem puso en vilo al país. Decenas de soldados y policías fueron enviados a la zona para intentar rescatar a los rehenes y capturar a los subversivos. Era una misión en extremo arriesgada en un territorio inhóspito de la selva. El mayor (r) del Ejército José Luis Casas Carrión integraba una patrulla que fue emboscada en el monte. Dos de sus compañeros murieron y él y varios otros sufrieron graves heridas por las balas y las esquirlas de las minas enterradas en el fango.

Sobrevivió y, pese a perder parte de una pierna, su vida dio un giro hacia delante: en medio de las terapias sintió un fuerte impulso por seguir defendiendo al país desde cualquier trinchera. Se convirtió en atleta paraolímpico y representó a Perú en distintas competencias. En octubre del 2019, durante los VII Juegos Mundiales Militares en China, ganó la medalla de plata en la competencia de 200 metros planos. “Quedé así, pero todavía sigo luchando por mi país”, dice orgulloso y con el uniforme puesto.

Vanessa Quiroga

No sabe si ocurrió cuando su madre la cargó y cruzaron Larco para refugiarse en un restaurante ubicado al frente, o si fue antes, cuando estaban junto al quiosco donde venden sombreros, guantes y otras prendas. Lo que recuerda, sí, con seguridad, es que sintió que algo le picaba. Cuando miró, no había nada. Vanessa Quiroga tenía apenas 4 años cuando perdió la pierna izquierda con el coche bomba en la calle Tarata, en 1992. Unos tíos suyos, que paradójicamente habían llegado a Lima un día antes escapando del terrorismo que destrozaba la sierra del país, la llevaron al hospital mientras su madre buscaba desesperada la pierna para poder reimplantarla. Apareció dos cuadras más allá, pero muy dañada.

Vanessa Quiroga entendió que viviría sin esa parte de su cuerpo, entendió que tendría una naturaleza distinta. Años después, Vanessa tuvo que participar como parte afectada en uno de los juicios contra María del Carmen Ortega Segundo, ‘Rosa’, una de las senderistas que participó directamente en el atentado de la calle Tarata

sentó unos metros detrás de ella; prefirió no verle la cara, no saber cómo era la persona que lo hizo. ¿Qué pasa por la mente cuando uno tiene cerca a la persona que modificó su vida? Vanessa respondió unas cuantas preguntas al juez y se fue sin mirar a ‘Rosa’. Hoy ella es uno de los símbolos de la defensa de la democracia frente a la insania terrorista y a sus ideales no del todo derrotados.


Teniente Miguel Ángel Pezzini

En aquel entonces, julio de 1989, las noticias sobre emboscadas senderistas y respuestas militares llegaban de todas partes del país, y este hecho tuvo apenas repercusión. Se calcula que entre 700 y mil senderistas hombres y mujeres, integrantes de las columnas más grandes y mejor equipadas, decidieron continuar su avanzada atacando a los militares apostados en Madre Mía, pertenecientes al Batallón Contrasubversivo 26. La apuesta era mayor: asesinar a estos efectivos (o lograr su rendición) y tomar la base en Fiestas Patrias. Nunca antes ni después hubo un despliegue tan amplio de terroristas en un enfrentamiento abierto con las Fuerzas Armadas.

El teniente Miguel Ángel Pezzini, uno de los oficiales destacados en el lugar (y que resultó herido por esquirlas), contó después a sus superiores que el ataque fue cuidadosamente preparado: se bloqueó la carretera para evitar que llegara la ayuda, se alistaron camiones con municiones para abastecer a las columnas, se almacenaron medicamentos en viviendas cercanas. Incluso, antes del ataque se habían pintado en la carretera mensajes alusivos a la “destrucción total” de la base de Madre Mía, y se tenían escritos los letreros en cartulina que iban a ser colocados sobre los cuerpos de los militares que se planeaba asesinar. Pero el desenlace fue otro y Pezzinni y casi todos sus compañeros sobrevivieron para contarlo, para resistir.

Domingo García Rada

El 24 de abril de 1985, el experimentado jurista Domingo García Rada, presidente del Jurado Nacional de Elecciones, fue víctima de los terroristas de Sendero Luminoso. A las 8:30 de la mañana, su vehículo fue interceptado por por un automóvil en una calle de San Isidro, cerca de su casa. Unos ocho terroristas, entre ellos una mujer, dispararon sus metralletas y lanzaron un petardo de dinamita contra el auto del magistrado, de 72 años de edad.

García Rada se dirigía hacia su despacho para coordinar los detalles de la segunda vuelta electoral cuando ocurrió el ataque. Su chofer, Segundo Navarro Silva, falleció. El ilustre abogado recibió un proyectil y cinco esquirlas de bala en la cabeza. Sobrevivió al ataque, y falleció años después, en 1994. “Mi padre fue el primer presidente de un poder del Estado en ser atacado. Aquella vez hubo bombas y más de 50 balazos al automóvil... Es difícil olvidar sus enseñanzas, su vida ejemplar”, dice ahora su hijo, el ex congresista Víctor Andrés García Belaúnde.


Barbara d’Achille

El 31 de mayo, Bárbara viajaba en una camioneta junto a cuatro personas, una de ellas Esteban Bohórquez, funcionario de la Corporación de Desarrollo (CORDE Huancavelica). Ella quería conocer detalles del proyecto de camélidos sudamericanos que se realizaba en las comunidades de Tinyaclla y Pueblo Libre, en el distrito de Huando. Una columna de terroristas encapuchados los interceptó y varias horas después liberaron a todos los ocupantes del auto, excepto a la periodista y el funcionario.

Según los testimonios, que recogió la CVR, en medio de la tensión del momento Bárbara se negó a hacer una entrevista a los senderistas. Poco después, a cierta distancia, uno de los liberados escuchó disparos y luego una explosión. Los disparos fueron a la cabeza de Bohórquez, y lo que había explotado era la camioneta. A Bárbara la mataron a pedradas.

“Mi mamá hubiera querido que todos los peruanos y peruanas caminemos hacia una cultura de paz. Pienso que el Estado debe ser responsable, junto con las fuerzas vivas del país, en un proceso de rehabilitación y resocialización de todos y todas, víctimas o victimarios. Es un paso hacia curar las heridas del pasado, heridas que vienen de mucho más atrás”, comenta su hija, Daina.

Juan Carlos Vega Llona

El 6 de diciembre de 1988 asesinaron al contralmirante Juan Carlos Vega Llona, cuando era agregado naval de la Embajada del Perú en Bolivia. Aquel día, el oficial de la Marina fue interceptado en una de las calles de La Paz por terroristas de Sendero Luminoso, quienes le dispararon por la espalda. Su muerte fue en represalia por su participación en el develamiento del motín senderista en la isla prisión de El Frontón. Vega Llona estuvo a cargo de la compañía de infantes de marina de turno.

Según refiere el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliacón, “en la matanza de El Frontón, entre otros, murió el mando de un destacamento militar del PCP-SL en Lima, ‘Gastón’, apellidado Tineo. Poco después del asesinato, la Dircote detendrá en Juliaca entre otros a su hermana menor, Tania Tineo. Se comprobó que ella fue la responsable del asesinato perpetrado en venganza por la muerte de su hermano. Al detenerla encontraron en su poder los planes y los croquis de seguimientos que realizaban a Vega Llona”.

En la imagen, Ricardo Vega Llona, destacado empresario peruano, sostiene en sus manos el retrato (y la memoria) de su hermano.

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