(Infografía: El Comercio)
(Infografía: El Comercio)
Diego Chirinos

La corrupción en el Perú es cíclica. Si hace dieciocho años fue a través de los ‘vladivideos’, hoy los coletazos de los aún remecen las principales instituciones del sistema de justicia.

Parte de los más altos funcionarios, como el detenido ex juez supremo , simbolizan hoy, a ojos de la ciudadanía, los malos manejos. Sin embargo, resulta apenas una capa superficial y visible de un mal instaurado en diversos niveles.

“Estos malos funcionarios públicos, como los de hace 18 años, fueron producto de la misma sociedad. Repetimos la historia por ese desinterés en la lucha anticorrupción. La gente marcha, protesta, pero no está dispuesta a cambiar sus propios hábitos”, remarca Luis Vargas Valdivia, quien fue procurador anticorrupción designado para los casos del gobierno de Alberto Fujimori.

Dieciocho años después, el Perú aún tolera y experimenta corrupción a todo nivel. Hoy, casi dos décadas después de la crisis del 2000, la mitad de peruanos muestra una propensión media o alta a la corrupción, según el primer índice elaborado por El Comercio-Ipsos.

—Cifras duras—
El hallazgo es contundente: 15 de cada 100 peruanos son altamente propensos a la corrupción, mientras 35 lo son en menor medida. Solo la mitad restante no muestra propensión alguna hacia actos corruptos.

“Es un claro indicio de qué tan embebidos podemos estar de corrupción en la vida cotidiana. Pensamos que la corrupción es el Caso Lava Jato o Hinostroza, pero la corrupción está en nuestras experiencias, en nuestra tolerancia y en nuestra percepción diaria”, explica Lucía Wiener, directora de proyectos de investigación social de Ipsos Perú.

Más de la mitad de peruanos tolera conductas que trasgreden las normas y la tercera parte reconoce que ha tenido experiencias cercanas de corrupción. Propinas, favores o intercambios pasan, así, de ser la excepción a convertirse en el caldo de cultivo para redes de corrupción.

“Esa propensión diaria genera después casos como el de Los Cuellos Blancos del Puerto, que representan el 15% del sistema de justicia. Mientras más grande sea la institución pública, el porcentaje de funcionarios potencialmente corruptos aumenta y la erradicación será más difícil”, sostiene Vargas Valdivia.

—Atacar la raíz—
El Perú enfrenta hoy, dos décadas después, el reto de romper ese círculo vicioso de corrupción reflejado en el índice antes mencionado. Como al final de la última gran crisis, la corrupción vuelve a concentrar los cuestionamientos de una opinión pública que, de alguna u otra forma, es todavía parte del sistema de corrupción.

“Mientras sigamos con esa estructura en la cual interactuamos, conseguimos cosas u obtenemos poder, seguiremos en el mismo círculo interminable. Solo recuperar la confianza interpersonal y en las instituciones puede romperlo”, advierte Wiener.

La lucha anticorrupción, entonces, no solo pasará por las medidas tomadas por instituciones estatales. Como muestran los indicadores, la educación y la prevención a todo nivel social pueden jugar un papel preponderante para reducir ese 49% que considera a su círculo más cercano como muy o medio corrupto.

“La indignación no está siendo debidamente canalizada y eso es responsabilidad del Estado y de la sociedad. Ante esta evidencia, el riesgo de caer en soluciones políticas que pongan en riesgo la democracia es muy alta”, concluye Vargas Valdivia.

En ese sentido, los siguientes pasos para salir de la crisis de corrupción se avizoran claves a fin de no repetir la historia una vez más.