(Foto: Piko Tamashiro/GEC)
(Foto: Piko Tamashiro/GEC)

Prepárense para el espectáculo. y sus aliados interpelan mañana a Flor Pablo, ministra de Educación, en el evento que sellará el matrimonio entre el fujimorismo y nuestro conservadurismo más intolerante y alucinado.

Algunos dirán que esto no es nuevo. Que el fujimorismo ya es locomotora y caja de resonancia de estos grupos. En la campaña del 2016 se vio su pacto con pastores radicales y varios de sus congresistas nos deleitan con teorías conspirativas dignas de ciencia ficción clase B.



En realidad, Keiko Fujimori tuvo una actitud compleja frente a esos sectores: los quiero, pero no tanto. Compartía con ellos una agenda conservadora sin comprarse todo el paquete. Algo similar a la actitud de Álvaro Uribe y sus aliados en Colombia. El uribismo y el fujimorismo recibían felices el apoyo de quienes pregonan la ofensiva transnacional de la “ideología de género”, pero intentando cuidar sus otros votantes y aliados con visiones más moderadas.

Un episodio muestra este complicado balance. En la multitudinaria marcha de Con mis Hijos no te Metas del 2017, Philip Butters tomó el micrófono para fustigar a Keiko por no asistir a la marcha y no censurar con su entonces mayoría a la ministra de Educación Marilú Martens. Entre los asistentes había congresistas fujimoristas, pero la lideresa prefería no salir en la foto. Dicho sea de paso, también dijo que esos temas eran más importantes que los robos de Odebrecht.

Hoy eso cambió. En el relanzamiento del fujimorismo, el secretario general Luis Galarreta acogió el discurso hiperbólico y ha dejado claro que comulga con él. Reitero: a nadie debe sorprender que Fuerza Popular tenga posturas críticas en temas como aborto o matrimonio homosexual. Desde los noventa el movimiento se ha ido alineando con ideas conservadoras. Lo nuevo es que se ha comprado la agenda más dura, aquella en la que la palabra género es parte de un plan de Satán y el Ministerio de Educación reparte pornografía. Perdieron Kenji y Miki Torres y ganó Tamar Arimborgo.

En el mediano plazo, este matrimonio tendrá costos. Las encuestas muestran que cada vez más jóvenes rechazan estos discursos y que la sociedad encuentra razonable un enfoque de género que promueve la igualdad. Día a día se hace más evidente el fuerte vínculo entre una ideología (esa sí) que asigna roles naturales a las personas según su sexo y fenómenos como la violencia, la discriminación o el embarazo adolescente.

Además, cerrarse en este mundo paralelo tendrá un costo frente a técnicos más o menos conservadores, pero no conspirativos: ¿podrán convocar desde estas posiciones a Elmer Cuba o la actual presidenta de la Confiep, María Isabel León, para redactar sus planes de gobierno?

Lamentablemente, en el corto plazo sí les sirve. Sea por amor o conveniencia, este matrimonio busca politizar una base fuerte y activa que los mantenga vivos electoralmente. Poco les importa si en el camino refuerzan discursos de odio y afectan una educación sexual en libertad.

Para que el costo político de este matrimonio sea evidente hay que enfrentarlos con convicción. La ministra Pablo tiene una gran oportunidad de marcar con firmeza –y espero abundante ironía– la diferencia entre la mentira y una educación en igualdad. Dejar muy claro que esas ideas no pasarán. No hoy, no mañana.