La imagen del alcalde de Canchaque, Aldo Álvarez Ocaña, ante el presidente Martín Vizcarra ha sido la principal noticia política de la última semana.
La imagen del alcalde de Canchaque, Aldo Álvarez Ocaña, ante el presidente Martín Vizcarra ha sido la principal noticia política de la última semana.
José Carlos Requena

Aunque sin el rebote que suele generar algún dislate de una autoridad elegida o designada, la imagen del alcalde de Canchaque, Aldo Álvarez Ocaña, ante el presidente ha sido la principal noticia política de la última semana. Como se recuerda, Álvarez se arrodilló ante Vizcarra el martes 12 último, cuando el mandatario acudió a Canchaque a inaugurar el centro de salud local. El alcalde consideró que era un buen momento para pedir apoyo para la ejecución de obras de infraestructura y que el mejor modo de hacerlo era hincarse en el piso.

, quien preside la Comisión Permanente, calificó el suceso como “una vergüenza”. Pero el hecho, que podría ser anecdótico si la discusión se quedara en la superficialidad, es más bien un grave llamado de alerta: el instante interpela con crudeza a la democracia peruana.

Patricia del Río lo describe con precisión: “Lo que había en ese ruego eran siglos de olvido e indiferencia. Lo que cargaban esas rodillas era el peso de un Estado que no funciona, de una burocracia que todo lo hace lento hasta la exasperación. Había una falta de conciencia de que el presidente es una autoridad elegida por voto popular cuya legitimidad no es mayor a la de un alcalde” (El Comercio, 14/11/2019).

Las marchas estudiantiles, hoy silentes en el país, suelen repetir una arenga que reclama dignidad para sus protestas: “siempre de pie / nunca de rodillas”. ¿Carecía de dignidad el pedido de la autoridad edilicia? La religión mayoritaria en el país, el catolicismo, reserva el gesto para uno de los momentos estelares de una misa: la eucaristía ¿Se había revestido el pedido del alcalde del gesto católico para agradecer algo –el centro de salud local– que solo se alcanzaba con ayuda divina?

La motivación de Álvarez, un alcalde con tres gestiones edilicias encima, no parecía reivindicativa o de cariz religioso. Era, más bien, muy terrenal. “Yo estoy seguro de que usted no va a dudar en ayudarnos y creo que Canchaque se merece, presidente, tener agua, tener canales, tener colegios, y desde aquí, presidente, te voy a invocar que me ayude, presidente”, dijo antes de hincarse ante Vizcarra.

Lo perturbador del momento, además, es que ostenta una incómoda permanencia y ubicuidad. Lo que pasó esta semana en Canchaque pudo darse en cualquier otro momento o lugar de la historia republicana del Perú. Para no retroceder al siglo pasado, no es difícil visualizar a Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala o Pedro Pablo Kuczynski enfrentando un momento similar, en cualquier lugar del país

En medio de la convulsión global sobre los límites de los mecanismos democráticos, y tomando ventaja de la relativa y momentánea calma, el bienio electoral 2020-2021 debería servir para iniciar un serio y profundo debate sobre las relaciones entre gobernantes y gobernados, y los lazos entre autoridades nacionales y subnacionales. Una aspiración idealista, sin duda. La imagen de un alcalde hincándose ante el presidente no debería convertirse en una normalidad.

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