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Crianza después de los 40: las verdades, los miedos y las ventajas de una paternidad postergada
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Ser padre o madre después de los 40, sin duda, ya no es una excepción, sino una realidad cada vez más común, elegida con intención y sostenida por nuevas formas de entender la vida adulta. Hoy, como destacó Chivonna Childs, psicóloga de Cleveland Clinic a Estilo, la decisión ya no depende solo del reloj biológico, sino también de algo que antes no se consideraba tan importante: la salud mental y emocional.
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En la mediana edad, muchas personas hacen una pausa para reevaluar quiénes son, qué quieren y qué tipo de vida desean construir. Según Keiko Limache, docente de la carrera de psicología de la Universidad Científica del Sur, en esta etapa de la vida, para muchas personas es el momento en el que la identidad finalmente se consolida y los proyectos vitales se vuelven más claros. Por lo que tener un hijo deja de ser un mandato social o una carrera contra el tiempo y se transforma en una decisión profundamente alineada con la historia y el camino personal de cada quien.
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Además, los cambios culturales han redefinido las prioridades: estudiar más años, estabilizarse laboralmente, sanar vínculos y construir una autonomía emocional. A este panorama se suma un factor clave: los avances en la tecnología reproductiva, los cuales como señaló la psicóloga Verónica Carrasco: “Han ampliado las posibilidades y han dado respaldo científico a la decisión de postergar la maternidad o la paternidad. La ciencia ha abierto una ventana que antes parecía cerrarse demasiado pronto”.
El resultado es una generación de padres que llega a los 40 —o más— con otra mirada: más conscientes, más reflexivos y, al mismo tiempo, enfrentando retos que no siempre se cuentan. Porque criar a esta edad puede sentirse como un equilibrio entre la experiencia acumulada y los nuevos miedos; entre la fortaleza emocional y el cansancio que no perdona; entre lo que se soñó y lo que realmente implica cuidar a un hijo en la actualidad.
Una decisión desde la madurez
A los 40 años, muchas personas alcanzan un nivel de madurez emocional, la cual para la psicóloga Aída Arakaki, de Clínica Internacional, suele dar mayor claridad sobre las propias prioridades, lo que se traduce en decisiones más reflexivas y una presencia afectiva más estable que permiten crear un entorno emocional seguro para el hijo.
“Los padres mayores suelen haber cerrado etapas de estudios, carrera o metas personales, lo que les permite vivir la crianza con menos sensación de “estarse perdiendo de algo”, añadió la doctora Marita Ramos, de MAPFRE.

Asimismo, como mencionó Childs los padres cuentan con una serie de fortalezas tanto emocionales como psicólogas, como la autoconciencia ganada a través de las experiencias previas que les permite a muchos reconocer sus límites, reflexionar sobre su manera de criar y actuar de forma más intencional. La resiliencia también es un recurso valioso: tras haber enfrentado retos en diferentes momentos de la vida, estos adultos manejan el estrés de forma más serena y responden con mayor paciencia y empatía.
De acuerdo con Verónica Carrasco, esta madurez igualmente se manifiesta mediante un mayor autoconocimiento y control de sus emociones, lo que les permite gestionar de mejor manera la frustración y la ansiedad relacionada a la crianza.
Muchos han buscado información, se han asesorado o han recibido educación en crianza, lo que aumenta su flexibilidad ante los errores y disminuye la impulsividad. También destaca su capacidad de autocuidado—cuidar su propia salud física y mental—y su tendencia a planificar con mayor responsabilidad aspectos como rutinas, normas, alimentación o educación. Esa trayectoria de vida les otorga además mayor confianza en sus habilidades y decisiones como padres, así como una mayor autoestima.
De igual manera, esa madurez se refleja en la manera en que acompañan a sus hijos. Según Limache, la paciencia, la disponibilidad emocional y la claridad interna permiten estar presentes en conversaciones profundas, sostener procesos internos del niño y comprenderlo más allá de la conducta. Esto, finalmente, se traduce en un desarrollo emocional más sano y en relaciones afectivas más sólidas.
“Una persona emocionalmente estable y que se encuentra desarrollando su labor parental, tenderá a adoptar enfoques más calmados, equilibrados y adaptativos en la crianza, promoviendo un vínculo basado en la empatía, el respeto y la confianza mutua”.
¿Cuáles son los desafíos de criar después de los 40?
Aunque criar después de los 40 puede ser una experiencia profundamente enriquecedora, en donde la vida suele estar más ordenada y hay una mayor madurez, de acuerdo con Carrasco, también trae consigo desafíos tanto físicos como emocionales que no siempre se mencionan en voz alta.
- Ansiedad sobre la salud física y el bienestar del bebé: La preocupación y percepción por posibles complicaciones físicas como discapacidad, problemas genéticos o de desarrollo y los riesgos asociados a la edad puede generar altos niveles de estrés, ansiedad, culpa e inseguridad en los padres mayores de 40 años.
- Limitaciones físicas y adaptación a los cambios: La recuperación posparto y la adaptación a las demandas de un recién nacido pueden ser más desafiantes debido a menores niveles de energía física y mayor vulnerabilidad al cansancio. Limitaciones en actividades físicas por condiciones médicas puede generar en los padres frustración o sentimientos de culpa por la edad en la que atraviesan la experiencia de ser padres.
- Preocupación por la longevidad y la continuidad del cuidado: Existe una gran preocupación e incluso temor sobre cuánto tiempo podrán acompañar y apoyar a sus hijos en etapas clave de su desarrollo.

- Comparación con padres jóvenes y la sensación de aislamiento social: Los padres mayores de 40 años podrían sentirse incomprendidos si su entorno espera que sean “jóvenes” para tener hijos, o experimentar diferencias a nivel físico, social y cultural con generaciones de padres más jóvenes.
- Aceptación y adaptación a una nueva etapa de vida: Puede ser un proceso emocional complejo aceptar que la paternidad llega en una etapa diferente de la vida, implicando ajustes en expectativas y estilos de vida que tendrán que adaptarse a la llegada de un hijo.
- Miedo a no tener energía: Este temor suele volverse una preocupación constante, lo que aumenta la autoexigencia y el desgaste emocional. Cuando la persona intenta compensar su edad esforzándose más, puede terminar agotada y menos presente afectivamente, lo que incrementa aún más la ansiedad.
A estos desafíos se suma otro factor importante: el agotamiento parental. De acuerdo con la psicóloga Arakaki, en padres mayores, el burnout puede manifestarse como una fatiga extrema, irritabilidad y sensación de no poder cumplir con todas las demandas.
También se observa una pérdida del disfrute en la crianza, acompañada de pensamientos de “no estoy dando lo suficiente” y a la larga puede afectar la vida diaria. A diferencia del cansancio común, estos síntomas persisten incluso después de descansar o delegar tareas. Por eso, cuando estas señales aparecen, buscar apoyo profesional es fundamental.
“La llegada de un hijo en esta etapa de la vida puede confrontarnos con preguntas sobre la propia vitalidad, el futuro y la velocidad con la que crecen los niños. Para trabajar en esa ansiedad por el paso del tiempo, es útil enfocarse en el presente y reconocer lo valioso de criar con mayor madurez emocional, estabilidad financiera y experiencia en la vida. Estos pensamientos ayudan a disfrutar esta nueva etapa con más calma. Además, practicar la autocompasión, cuestionar pensamientos catastrofistas y priorizar el autocuidado permite fortalecer la confianza en las propias capacidades como madre o padre”, aseguró la experta de Clínica Internacional.
Paternidad y vida profesional
Conciliar la paternidad después de los 40 con una vida profesional activa suele sentirse como un ejercicio de equilibrio permanente. Si bien a esta edad, muchos padres han consolidado una carrera, tienen mayores responsabilidades laborales y, al mismo tiempo, desean estar realmente presentes en la vida de sus hijos.
Según Verónica Carrasco, lograr ese balance requiere de una serie de estrategias, las cuales permiten reducir la culpa, evitar el agotamiento y vivir ambos roles con mayor satisfacción:
- Aceptar las propias limitaciones.
- Establecer límites claros entre el trabajo y la vida familiar.
- Priorizar lo esencial y aceptar que no se puede con todo.
- Delegar tareas y pedir apoyo a la pareja, familiares o amigos.
- Gestionar el tiempo de forma efectiva mediante agendas y horarios definidos.
- Valorar la calidad del tiempo en familia más que la cantidad.
- Mantener flexibilidad ante imprevistos sin perder el foco en el autocuidado.
- Incorporar prácticas de mindfulness para reducir el estrés y la autoexigencia.
- Reservar espacios para actividades personales: ejercicio, hobbies o descanso.
- Cuidar el descanso y asegurar un sueño reparador.
- Fomentar actividades sociales o en pareja para fortalecer vínculos emocionales.
- Practicar la autocompasión y reconocer que el autocuidado es una necesidad, no un privilegio.
¿Qué implica para un niño tener padres mayores?
Aunque la experiencia depende tanto de la salud y el estilo de crianza de los padres como de la personalidad del propio niño, como afirmó Keiko Limache, muchos pequeños criados por padres mayores se benefician de un ambiente más sereno, donde la paciencia la estabilidad emocional y la crianza reflexiva suelen estar presentes. Esta madurez puede traducirse en límites más claros, mayor sensación de seguridad y un acompañamiento que, lejos de ser impulsivo, es más consciente.

“Los padres mayores suelen convertirse en modelos de conducta más sólidos, mostrando con el ejemplo habilidades de autocuidado, responsabilidad y resolución de conflictos. Además, gracias a una situación económica frecuentemente más estable, los hijos acceden a mejores oportunidades educativas, de salud, vivienda y recreación, lo que favorece su desarrollo integral”, sostuvo Carrasco.
Sin embargo, las expertas también advirtieron que pueden aparecer dificultades. Desde luego, la energía física puede no ser la misma para seguir el ritmo del niño, así como la carga laboral de esa etapa puede restar presencia. A ello se suma una brecha generacional que, si no se trabaja, podría generar en el pequeño la sensación de que sus intereses o su mundo no son del todo comprendidos.
Frente a estas diferencias generacionales, el vínculo afectivo puede fortalecerse si se cultiva de manera intencional. Para Chivonna Childs, el primer paso es aceptar que existirán diferencias y que estas no deben interpretarse como falta de amor o cercanía. Por el contrario, comprenderlas permiten construir un puente más auténtico.
Una forma de hacerlo es que los padres se acerquen con curiosidad al mundo del niño: escuchar sin juzgar, mostrar interés por sus gustos, entender sus códigos y, al mismo tiempo, compartir sus propias historias. Los rituales diarios —como una lectura antes de dormir, una caminata corta o un desayuno juntos— crean continuidad y seguridad emocional.
“Con respeto, flexibilidad y apertura, incluso generaciones distantes pueden construir un vínculo profundamente cercano, donde el niño no solo se siente amado, sino también visto, escuchado y comprendido”, resaltó la psicóloga de Cleveland Clinic.
¿Cómo podemos redefinir la idea de “crianza ideal”?
La “crianza ideal” no es la que sigue un guion perfecto, sino la que se adapta a la realidad emocional y vital del momento. A los 40, Limache refirió que tiene más sentido apostar por un vínculo auténtico, límites coherentes y una presencia emocional, que centrarse en expectativas rígidas o comparaciones con otras familias o con etapas pasadas.
En esta misma línea, Verónica Carrasco nos recuerda que cada familia tiene sus propios recursos y circunstancias, por lo que enfocarse en valores esenciales —amor, empatía, respeto y paciencia— es clave. Asimismo, reconocer la experiencia acumulada, aceptar las propias limitaciones y soltar los ideales sociales ayuda a construir una crianza más realista y amable.
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