Luciana Olivares

"Quiero que mi muerte tenga más sentido que mi vida” escribía Arthur Fleck en su pequeño diario. Esa y otras desoladoras frases fueron las que me encontré en la recién estrenada Guasón, una película que ya ha sido vista por millones de personas en el mundo y favorita para ganar varios premios Óscar. Y si bien la actuación de Joaquin Phoenix es para quedarse con la boca abierta por semanas, lo que verdaderamente me dejó en silencio, reflexiva y hasta diría preocupada, fue la profunda exploración que la película hace sobre la enfermedad mental. Guasón es una película oscura y dolorosa pero no por las razones predecibles de una historia de villanos.

Hay golpes, armas y mucha sangre pero eso no es lo más violento del filme, sino el retrato de una sociedad indolente, abusiva, hipócrita, que prefiere hacerse de la vista gorda ante temas incómodos como las enfermedades mentales, el abuso infantil y la depresión. Como bien dice Arthur: “Lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no la tuvieras”.

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Pero también explora con la misma fuerza eso que un guasón anterior dijo con aterradora brillantez: “La locura es como la gravedad, basta con un pequeño empujón”. ¿Acaso todos podemos ser potenciales asesinos?, preguntaba en su Instagram la periodista Juliana Oxenford, quien escribió luego de ver la película un texto bastante reflexivo y conmovedor en el que cuestionaba cuántos crímenes se podrían evitar si fuéramos una especie más empática. Por supuesto, nada justifica la violencia y la película es clara en eso, solo que eso no quita que se nos presente con crudeza cuán violentos y crueles nos volvemos todos cuando actuamos con indiferencia. Mientras veía la película, me preguntaba cuán lejos estamos de ser ciudad Gótica. Lo cierto es que de enfermedades mentales hablamos poco, a pesar de que más de seis millones de peruanos necesitan atención médica relacionada a problemas de salud mental, según el Minsa.

Y si se trata de depresión, las últimas estadísticas reflejan que esta enfermedad es en un 90% la principal causa de suicidios en nuestro país. En el Perú hay un suicidio por día, así de crudo e inverosímil, porque poco o nada hablamos del tema. La directora y actriz Norma Martínez me lo hacía notar hace unas semanas, mientras me contaba sobre su obra “Solo cosas geniales”, que tiene como tema central el reencuentro de una madre con su hijo luego de que esta fuera internada para tratar su depresión. Al final de cada función, los asistentes no solo la habían pasado bien interactuando con el espectáculo, sino que se enfrentaron con un tema poco hablado pero cada vez más presente en nuestra sociedad.

Saliendo del cine, leyendo el post de Juliana y recordando mi conversación con Norma –y todos esos post it coloridos que le dejaban en cada función cientos de personas con esas cosas simples de la vida que a la vez pueden ser geniales–, pensaba en qué importantes se vuelven los medios de comunicación para visibilizar eso que como sociedad nos negamos a ver o se vuelve invisible, porque forma parte del paisaje. Todos los días, películas, series, programas de televisión, artículos de prensa y revistas, obras de teatro, blogs, posts, tik toks, tienen millones de ojos cautivos. Eso significa que tienen un enorme poder para poner en la agenda conversaciones de aquellos temas de los que se tiene que hablar en los pasillos de la oficina, en la mesa, en el aula, en el recreo y en la cama. Los medios de comunicación, así como los líderes de opinión, tienen la oportunidad y la responsabilidad de ser agentes de cambio positivos.

Eso no significa que no entretengan e informen según la tipología del contenido, pero asumir –como alguna vez le escuché a algún medio– que esa es su única función no solo es un pensamiento prehistórico, sino limitado. Tampoco significa que tocar temas serios y relevantes para la sociedad le quite competitividad o atractivo al contenido. De hecho, las series más aclamadas y más vistas en la actualidad están basadas en temas complejos y que han sido tabú por años, como el autismo, en Atypical; la violencia familiar, en Big Little Lies; o los transgéneros, en Transparent. Hoy hay una audiencia que quiere y necesita escuchar pero también hablar de cosas incómodas.

Para mí, representa eso, lograr que una de las películas más taquilleras del mundo sea a su vez un medio de autorreflexión sobre nuestra poca o nula empatía hacia el sufrimiento ajeno a causa de las enfermedades mentales. Y eso no es ninguna locura. //


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