Paul Rebolledo

A lo largo de los artículos publicados en esta columna, he tratado varios temas vinculados a inversiones y finanzas personales. Un tema menos explorado se centra en las inversiones que no están relacionadas directamente a la acumulación de dinero sino a la calidad de nuestras relaciones personales (por ejemplo, la dedicación de tiempo y esfuerzo a nuestras familias y amigos). ¿Qué influencia tienen estos otros aspectos no monetarios en la riqueza personal de cada individuo? ¿Cómo se conjuga el éxito en nuestras inversiones financieras con la calidad de nuestras relaciones interpersonales de manera de trascender como personas?

Ante estas interrogantes, decidí volver a revisar el capítulo referente a la persona y necesidades humanas del libro “Gobierno de personas en la empresa” de Pablo Ferreiro y Manuel Alcázar, texto al que considero un buen ‘benchmark’ para estos temas.

En este capítulo, los autores, basados en las ideas del profesor español Juan Antonio Pérez López, exhiben tres tipos de necesidades humanas: materiales, cognoscitivas y afectivas. Las necesidades materiales pertenecen al mundo sensible, satisfechas con las cosas externas a nosotros. Por ejemplo, la compra de un departamento, vestido, comida, etc. Su satisfacción nos produce placer. Por su parte, las necesidades cognoscitivas se centran en el “aumento del conocimiento operativo, con nuestro saber, controlar la realidad y conseguir lo que queremos”. Actividades como hacer una maestría, obtener una acreditación, conocer varios idiomas, dominar un deporte, entre otras, cubren esta necesidad. Por último, las necesidades afectivas están ligadas al “logro de relaciones satisfactorias con otras personas, a la certidumbre de que no somos indiferentes a los demás, de que nos quieren como personas”. Una de las maneras de llegar a cubrir esta necesidad se centra en ser útil para los demás en nuestras labores diarias o en apoyar económicamente a gente próxima con necesidades, por ejemplo. En este contexto, el dinero nos sirve para ayudar al otro y aliviar necesidades.

Al respecto, claramente debemos buscar un nivel adecuado de decoro y ahorro para satisfacer nuestras necesidades materiales y cognoscitivas. El gran problema se produce cuando el “tener y acumular” es considerado como única necesidad y esto termina volviéndonos ambiciosos a toda costa y nos hace olvidar aspectos incluso más importantes como nuestras familias.

En línea con ello, el libro “Cómo hacer que te pasen cosas buenas” de Marian Rojas Estapé, en su primer capítulo, destaca el estudio de Robert Waldinger denominado Harvard Study of Adult Development, iniciado en 1938, sobre un seguimiento anual de la vida de dos grupos de hombres: un primer grupo que en ese momento era parte del alumnado de segundo año de la Universidad de Harvard y un segundo grupo de chicos de los barrios más pobres de Boston. El objetivo era evaluar su estado de satisfacción a lo largo de sus vidas con el fin de determinar qué les hacía felices. La principal conclusión fue que el factor que mejor predice la felicidad y la salud de un individuo está relacionado directamente con la calidad de sus relaciones. La fama y el dinero no destacaron como elementos determinantes del éxito en sus vidas. Al respecto, Rojas resalta como elementos clave de la calidad de las relaciones humanas el mostrar interés por las personas, hacer un esfuerzo por recordar datos importantes de los otros y profundizar en los mismos, evitar juzgar, aprovechar los intereses comunes, mostrar amabilidad, hablar bien de los demás (evitar “rajar”), no tener miedo de sentirse vulnerable ante otros y saber pedir ayuda, entre otras acciones.

En este sentido, una pregunta relevante resalta los parámetros con los que medimos el éxito en la vida. En esta línea, el documento “Cómo mides el éxito en tu vida” de Luis Huete (IESE), recuerda el pensamiento de Víctor Frankl, siquiatra austriaco sobreviviente del Holocausto. Frankl distinguía dos ejes en los que pueden moverse las personas en función de los parámetros que guían su vida: el plano horizontal (tener) y el vertical (ser). En el primero, podemos conseguir el éxito, consistente en acumular dinero, poder, estatus, etc. En el segundo, avanzamos en el camino hacia la plenitud solo cuando hemos tomado conciencia de nuestra vocación o plan personal en la vida. Gráficamente, en los extremos opuestos de un eje horizontal se sitúan el éxito y el fracaso; en los del vertical, la plenitud y el vacío.

Al respecto, Huete menciona que “el éxito y la plenitud en nuestro proyecto de vida no son realidades opuestas y excluyentes, sino distintas” y concluye que “el verdadero éxito en la vida es la plenitud, que está en el ser —sin excluir por ello el tener—”. Esto solo puede alcanzarse en un contexto de relación con el prójimo y nuestra contribución para con los demás.

Retornando a la pregunta original, claramente el “invertir tiempo” en nuestros seres próximos (como nuestros padres, hijos o cónyuges, amigos, por ejemplo) nos brinda una “rentabilidad” muy alta que permite cubrir las necesidades trascendentales de nuestras vidas. Ello nos aporta una mayor solvencia no solo económica sino también afectiva, con una alta probabilidad de perdurar en el tiempo. Casos como los de Ray Williams (padre de las tenistas Venus y Serena Williams, cuya película “King Richard” es altamente recomendable) lo demuestran. Así como en los mercados, es fácil perderse en el ruido y no tener clara la señal. Feliz año 2024.