
Hace unos años, en este mismo Diario, publiqué un artículo sobre la integridad que tuvo amplia repercusión. Hoy, con el ruido ético amplificado y los valores tambaleando en tantos espacios, siento que es urgente volver sobre ese tema. Me reafirmo en cada idea que escribí y aquí las comparto revisadas con ojos actuales y renovada convicción.
•La integridad es la base de la reputación. La imagen personal no se puede fabricar ni falsear. Refleja lo que realmente somos y hacemos cada día, cada vez más a la vista de todos. La reputación es un activo invaluable: abre puertas, genera oportunidades y nos acerca a la confianza ajena, ese recurso escaso que marca la diferencia en una carrera o en una vida.
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•La integridad genera confianza. Ser íntegro implica actuar con decencia, coherencia y consistencia en todos los entornos. Es ser la misma persona en lo público y en lo privado, en lo profesional y lo personal, en redes igual que en persona, fiel a nuestros valores sin acomodarlos a la conveniencia del momento. Sin confianza, no hay vínculo posible. Y sin integridad, no hay confianza que dure.
•La integridad va de la mano con la transparencia. Vivir con un solo set de principios simplifica todo. No hay que recordar versiones, ocultar verdades o fingir lo que no somos. Las máscaras cansan, el juego de roles genera disonancia, las mentiras pesan y tarde o temprano, todo se sabe. Nada como vivir liviano, con la conciencia tranquila y la serenidad que da la congruencia interna y la coherencia entre lo que se predica y lo que luego se hace.
•La integridad exige humildad. A veces, el riesgo de quienes se esfuerzan por actuar con integridad es sentirse moralmente superiores. Pero no hay integridad auténtica sin apertura, respeto por la diferencia y capacidad de escuchar sin prejuicio. Ser íntegro no es creerse perfecto, sino estar en constante revisión personal.
•La integridad construye redes sanas. Las personas íntegras se reconocen entre sí. Se buscan, se recomiendan, se apoyan. Así como quien transgrede asume que todos lo hacen, quienes valoran la honestidad gravitan naturalmente entre iguales. Y eso crea entornos de confianza que potencian los vínculos, los negocios, las carreras y el crecimiento profesional.
•La integridad inspira respeto. Todos queremos ser admirados por nuestros hijos, nuestros colegas, nuestros clientes o amigos. Y si hay una cualidad que inspira respeto duradero, es la integridad. No es el camino más fácil ni el más corto, pero sí el que deja huella. Porque actuar con principios, incluso cuando nadie está mirando, requiere carácter. Y eso se nota.
En estos tiempos en que tanto parece relativizarse, ¿vale la pena ser íntegro en un mundo que premia al vivo? Y sí, la integridad sigue vigente: es el poder invisible que define nuestra reputación, es el valor silencioso que más puertas abre. Y seguirá estándolo. Porque lo auténtico, lo ético y lo coherente siempre serán valiosos. Y quienes eligen actuar y vivir así lo saben bien.