Señalé recientemente que la responsabilidad es una categoría moral que requiere y merece ser defendida. Está íntimamente ligada a la libertad. Solo se atribuye responsabilidad a una persona que en verdad podía haber actuado de otra manera. Si resbalo por casualidad y caigo desde una considerable altura sobre un transeúnte, ¿cuán culpable resulto del daño cometido? Poco frente a la ley de la gravedad. En cambio, mi falta mayor radica en no haber previsto una situación que podría presumirse riesgosa.
Una mirada excesivamente compasiva sobre la responsabilidad sugiere que no se actúa libremente en muchos casos. Por tanto, no cabría exigir resarcimiento por nuestras caídas pues somos víctimas de las circunstancias y el contexto social. Por ejemplo, alguna versión del pensamiento de izquierda destaca el determinismo de los procesos productivos y la explotación de los obreros y pobres en general. Aparecen estos como víctimas a quienes se debía perdonar sus errores o excusar sus defectos. En cambio, otras visiones conceden más bien libertad y responsabilidad absoluta a las personas: estas son totalmente dueñas de sí pese a sus circunstancias. Por ejemplo, alguna variante del neoliberalismo señala que los sujetos obtienen la riqueza o pobreza que merecen. Se desconoce que la estructura social, “la cancha”, esté inclinada en perjuicio de algunos. Si alguno es desvalido, la culpa es solo suya.
Ambos enfoques parecen exagerar. Por un lado, la libertad existe; la responsabilidad, también. Salvo situaciones dramáticas, podemos suponer a las personas libres de sus decisiones, imputables de sus errores y héroes de sus aciertos. Por otro lado, no debemos desconocer la influencia de otros factores: las grandes estructuras económicas o las historias íntimas que cobijan heridas. El pasado personal o específicamente un trauma de la temprana infancia también nos condicionan en buena medida. Sin embargo ¿ahogan la libertad? Si me amenazan con dispararme a menos que asesine a un inocente, ciertamente soy maniatado por las circunstancias. Los tribunales lo entenderían. Sin embargo, existe aún cierto grado de libertad. Por tanto, pude haber elegido recibir el tiro; en cambio, no pude controlar una caída frente a la gravedad. Pocos serían tan libres como Sócrates para preferir sufrir una injusticia en vez de cometer otra.
Sartre fue uno de los defensores de la responsabilidad. Teorizó el efecto mariposa, aunque no lo llamase así. Nuestras acciones, incluso las pequeñas e inconscientes, generan consecuencias en mi futuro, pero no solo: también afectan a mis cercanos, mi sociedad, incluso la humanidad entera. Nunca podemos vislumbrar con certidumbre el final del más pequeño de nuestros actos como se trasmite en la cinta el Efecto mariposa. Saber que mis acciones repercuten en los demás no acrecienta mi responsabilidad. Y si me equivocó, ¿qué sucederá con los míos o mi patria? Ser plenamente consciente del impacto de mi conducta resulta angustiante. La libertad puede vivirse como una condena perpetua de la que no podemos escapar. Mas no debo desear culpar al pasado, al destino, a los otros, aunque resulte cómodo.
Ser libres constituye un privilegio inmerecido para nuestra especie. No lo hemos ganado ¿Providencia divina? ¿Azar de la evolución? No lo sabemos; pero sí, que la libertad nos posibilita merecer cosas porque fui yo quien actuó. Reconocer la propia responsabilidad es un aprendizaje moral significativo. Mientras los niños pequeños no distinguen su yo al menos intuitivamente, no admiten culpas. No pueden hacerlo cognitivamente. En cambio, los adultos sí a menos que prefiramos ser tratados como niños pequeños. Entre otras gracias que recibimos si nos consideramos libres y responsables, está el acceso a otra dimensión importante de las relaciones humanas: la reconciliación. Solo quien es capaz de reconocer su propia falta puede confesar “lo siento, me equivoqué” y ser digno de ser perdonado.
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