“Nunca hubo una voluntad de dejar de hacer música, de tocar o dejar los escenarios”, nos dice Julio Pérez, el hombre que por casi 25 años les puso voz a sus temas, mientras se convertía en uno de los más destacados performers de la escena rockera nacional. Entiéndase performer cuando hablamos no solo de un cantante, sino de alguien que convertía sus conciertos en histriónicas y potentes ceremonias teatrales en las que aparecía enmascarado, encadenado, poseído o con la banda presidencial. Un poco de Jim Morrison, un poco del Peter Gabriel de Genesis, un poco de Yuyachkani. Tras su sorprendente presentación en el recordado Festival Niño Malo (1998), despegó una carrera que los convirtió en una banda crítica, combativa y contestataria. Hoy, tras un cambio radical de integrantes, la pausa por la pandemia y ciertos problemas legales, la banda resurge con Julio Pérez y el regreso del bajista Frank Edgar, quien se había apartado del grupo el 2004.
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“La Sarita dejó los escenarios por diversas causas. Puntualmente, hubo una reformulación de la conformación de la banda y la pausa por la pandemia”, cuenta Pérez. “Si nos hemos juntado ha sido por el empuje del baterista Carlos Claro, él fue quien me llamó para volver a darle vida al grupo. Decidimos trabajar ahora un formato de cinco músicos: batería, guitarra, bajo, voz y arpa. Hoy en día es económicamente inviable sostener un grupo con más integrantes, como éramos antes”, explica.
Precisamente, la suma de aquel último instrumento le ha dado una nueva personalidad al sonido de La Sarita, gracias al talento del arpista Raúl Curo. Hoy, sin teclado ya, las cuerdas son protagonistas. La banda ha quedado conformada por Julio Pérez (voz), Frank Edgar (bajo), Raúl Curo (arpa), Carlos Claro (batería) y Ángelo Pantoja (guitarra). Tras cinco meses de ensayos, conversaciones y composición de nuevos temas con incursión en nuevos ritmos, este sábado 8 de octubre volverán a presentarse en vivo.
─En estos últimos meses han estado recuperando ritmo y afinando el sonido. ¿Cómo ha sido ese proceso con una nueva formación?
Julio: Si bien estamos tocando los temas clásicos de la banda, estamos también reformulando un poco el sonido. Uno, por el tema del arpa, que tiene mucha más participación ahora; pues tampoco hay teclados y el arpa está reemplazando esas funciones. Ha resultado una maravilla, porque realmente lo ha hecho con éxito y hemos conseguido la sonoridad que nos habíamos imaginado. También hay temas nuevos que estamos estrenando, y también estamos haciendo versiones. Estos elementos y ciertos factores para materializar y consolidar el sonido, fueron tema de bastante conocimiento y reconocimiento, de análisis, de diálogo, para poder encontrar el equilibrio musical que tenemos ahora.
─Para ti, Frank, ¿cómo ha sido volver al grupo y reencontrarte con algunos temas del repertorio? Frank: Yo daba por totalmente cerrado mi capítulo con La Sarita. Salí el 2004 y no volví para nada, perdí totalmente la pista. No supe de “Mamacha Simona” (2009) o “Identidad” (2012), aunque sí me veía con algunos ex integrantes, como Martín Choy o Choclito Oliveros. Para mí fue una sorpresa recibir la llamada de Julio. Fue algo totalmente inesperado. Tuvimos una larga conversación antes de todo, porque no nos habíamos visto en 15, 16 años. La idea era limar asperezas y ver cómo sería el asunto. Pero ahora estoy muy contento. Ahora el arpa le da otra dimensión a la música en un conjunto de puras cuerdas. Intentamos rearmar la banda con Martín Choy, pero era económicamente inviable. Martín tenía, además, el proyecto con Mauricio Mesones.
─Hace poco más de 20 años, cuando aparecieron en la escena, la situación era muy distinta en el país. Ustedes se establecieron como una banda crítica y con marcada posición política contra la dictadura de Fujimori. ¿Cuál es hoy el papel de La Sarita en función a este tipo de temas?
Julio: Sí, Ricardo, también hemos conversado sobre eso y también estamos tomando otra perspectiva, que la puedo resumir en pasar a un discurso más maduro. Ya somos unos señores. Hay algo fundamental aquí, y es que creo que a veces a los rockeros les cuesta asumir lo que es la edad, les cuesta asumir en buena forma que necesariamente la vida queda en lo buenamente vivido, en la experiencia bien vivida. Con todos los errores que se puedan haber cometido, siempre hay que evolucionar y hay que sacar conclusiones de la experiencia. Y eso es lo bacán de envejecer. Hay que ser un viejo cool.
─¿Y eso tiene relación con tu performance en escena?
Julio: En esta etapa, por lo menos en lo que a mí respecta, ya no me nace, ya no tengo ganas, ya no tengo ese tipo de energía para volver a ser el loco desbocado que era antes, cuando salía encadenado, o con una banda presidencial que terminaba usando como papel higiénico. A la tercera canción ya estaba semidesnudo y bacán, era una sensación bastante fuerte y que disfruté en su momento. Pero ahora ya el tipo de energía cambia totalmente, hay cosas que no volvería a hacer y tengo ganas de dar paso a una nueva actitud sobre el escenario y a una nueva actitud con respecto a la música y a la actividad de componer canciones. Un cambio que, como compositor, quiero dar definitivamente, es pasar a un discurso muy fundamentado, muy maduro. Y una de las razones por las que le pasé la voz a Frank no fue solo por sus habilidades con el bajo, sino porque en esta etapa, y desde esta perspectiva de crítica hacia la sociedad peruana, hay un tema que queremos plantear: el uso de la historia, recurrir a ella como fuente básica, importantísima, primaria para poder reflexionar y entender el porqué de la realidad peruana en este momento. Entonces, Frank, como historiador, está dándonos a todos un gran aporte y guía en ese sentido.
─¿Eso quiere decir que van a seguir siendo contestatarios, pero de otro modo?
Julio: Queremos pasar ahora a un discurso de fundamentos racionales. Ya dejar el discurso alocado, de protestar por protestar. A veces te das cuenta que hasta los más protestones lo que están haciendo es normalizar el poder, porque se quedan en sus espacios de protesta, de crítica, y no van más allá. Esta vez, lo que intentamos es hacer una crítica muy fundamentada, que pueda atreverse a enfrentar un diálogo, un debate, y poner los puntos sobre las íes en las verdades históricas que los peruanos muchas veces no queremos ver, o criticar a los tótems que no se pueden mencionar, porque inmediatamente saltan los dueños de la verdad y empiezan a decirte que eres un “resentido”, un “caviar” y no sé qué tantas cosas que su manada empieza a repetir, el discurso de siempre. Ahora nos estamos preparando para que nuestro arte realmente sea de una manera muy inteligente, muy fundamentado, muy académico. Un arte realmente disruptivo que no solo sea una pose o un discurso bobalicón que quede ahí, en el figurín.
─¿Este giro se ha dado por la polarización actual? Hay una cuestión muy febril, vehemente, que se ve con las fake news, los trolls o la posverdad. En las redes hay una casi completa ausencia de análisis histórico.
Frank: Hay una cosa bien fuerte que ha dicho Julio: la gente que protesta y se queda en sus espacios de protesta. Como concepto es muy fuerte y tiene que ver con este vacío que hay ahorita de respuesta ante la gente. También es gracioso que yo sea el profe de historia en la banda y la PUCP me haya dicho para dictar un taller de música para historiadores. Ahora, además de tocar, le enseño historia a los músicos y música a los historiadores (risas). Si te pones a pensar, la protesta que queremos hacer hoy es mucho más fuerte que la que hacíamos antes, porque es más de fondo. Si La Sarita ya era un grupo disruptivo en cuyos conciertos Julio salía medio calato gritando “Más poder” contra Fujimori, ahora va a ser peor, va a ser contra todo el mundo, un misil cargado de conceptos. Eso no es tan fácil. Y en redes, usualmente, la gente que usa el lenguaje de “caviar” o “cojudigno” carece de ilustración, y digo ilustración por ser benevolente. Escuchar a los troles de redes sociales da lástima. Es lo que decía Umberto Eco: “el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad”. Lo que dijo en Ur-Fascismo se cumple en el día a día. El propio grupo, además, tiene que realizar una introspección, analizar en qué medida estamos reproduciendo estos prejuicios. Quizás estamos convalidando ciertas cosas, tenemos que deconstruirnos nosotros mismos. Espero que lo hagamos, no solo como músicos, sino también como personas.
─¿Sienten que, a pesar de la situación actual, no hay muchas bandas nacionales que canten o que se expresen explícitamente contra el poder?
Frank: Yo lo que veo es mucho oportunismo.
Julio: Lo hemos hablado en la banda y en realidad es penoso ver como hoy en día, entre lo que he visto, nadie se atreve. Veo un conformismo, un acomodo, una resignación, no sé qué será, pero la ausencia es muy notoria. Esto me impresiona mucho, porque ante las circunstancias vemos esta apatía del sector cultural, esta aridez, esta ausencia. No sé cuáles serán las razones, pero la ausencia es obvia, es triste, y esperamos que tal vez nosotros, con este regreso, podamos animar a otros artistas que tengan las ganas de hacerlo, pero que tal vez no lo hacen porque el camino se podría tornar más difícil, porque de hecho lo puede ser, no es un camino fácil. Realmente, mi esperanza es que animemos a otros artistas a seguir este camino que ya ha sido trazado desde hace décadas, el de la música reflexiva, de la música que quiere encontrar explicación a los problemas del país y poner desde la cultura una agenda, un tema donde se pueda decir ‘Aquí estoy, presente’, para dar un aporte desde mi actividad en la búsqueda de lo que todos supuestamente queremos, que es el bienestar común, una sociedad éticamente viable. Una de las cosas que me animan de volver al discurso de la crítica razonable como fundamento racional, es el poder entender que la crisis por la que estamos pasando es básicamente una crisis ética. Tenemos un gran problema ahí porque ni el economista con premio Nobel ni los técnicos más destacados del planeta nos van a sacar del fango donde estamos, porque en una sociedad con este nivel tan pobre de ética la idea de buscar la mejor manera de convivir parece haber caído en desgracia.
─Con esto de la polarización política más reciente, recordé la letra de “Simeón”: “Me acusan de ser terruco feroz/ un arrepentido por vengarse me incriminó”. Me recordó el facilismo con el que hoy se le dice “terruco” a cualquiera que no opine igual que otros. ¿Cómo ven esta minimización de la opinión crítica, siempre estigmatizada? Un músico contestatario puede ser fácil de estigmatizar como “izquierdoso”, “rojete” o “caviar” y eso hace que muchos eviten la confrontación…
Julio: Justamente por eso, desde la cultura hay un gran aporte que hacer, pero tiene que hacerse de manera inteligente, estudiada, no puede ser protestar por protestar. Hay que prepararse, hay que leer filosofía, lógica, historia, saber que una opinión es solo eso y no la verdad, un prejuicio no es un juicio. Hay que darse cuenta de que creer no es saber. Porque, hoy en día, observo que estamos llenos de ignorantes. Estamos llenos de gente que se cree dueña de la verdad, dogmáticos que no aceptan una crítica, que quieren que el ciudadano acepte lo que dicen de una forma tal que no haya el menor atisbo de crítica o cuestionamiento a sus argumentos, que son, simplemente, dogmas, prejuicios, opiniones que creen ser verdades. Eso es lo que queremos enfrentar, el pensamiento conservador que no permite la reflexión. Ese es un tema fundamental que desde la cultura se debe abordar.
Frank: Te cuento que “Simeón” ha sido rescatada, la estamos tocando y la vamos a tocar el sábado. Sobre lo de las bandas contestatarias, hay oportunistas. ¿A quiénes llamo así? Desconfío del término “fusión”, porque lo que ha quedado de las bandas han sido formatos: “Cómo hacer una banda de fusión”. Muchas bandas se han ido al formato, pero con cero contenidos. No se trata de armar una banda de rock, ponerle un danzante de tijeras y decir que haces fusión. Tampoco tocar unos cuantos covers de cumbia, la cosa no es así. No ha habido deconstrucción, incluso, en los propios integrantes. A mí me impresionó, por ejemplo, La Nueva Invasión, pero luego resultó que el cantante le pegaba a su pareja. ¿Qué clase de banda es la que no practica lo que dice? Ahí queda en que son bandas cáscara, que solo imitan un formato. Así hay un montón. Y la verdad es que las grandes bandas de rock tienen grandes contenidos: Pink Floyd, Nirvana, Soundgarden, por mencionar las primeras que se me ocurren. Si La Sarita puede llegar, de vuelta, a ser un referente, será un camino largo, difícil y seguramente moriremos en el intento.
─Rock, punk, hardcore, chicha o huayno han sido algunas de las influencias musicales y ritmos que han mezclado en sus composiciones más emblemáticas, cuando aún no era tendencia la fusión. A partir de lo que estamos conversando, ¿Cómo se siente hoy La Sarita en una escena nacional en la que muchos grupos –incluso influenciados por ustedes- hacen también eso?
Julio: Hay un tema que, creo yo, es uno de nuestros fuertes y de nuestras características diferenciales: apostar por la música costumbrista, que está más viva que nunca. Basta con ir por el Paseo de los Héroes Navales y ver a la juventud ensayando sus danzas costumbristas, sus coreografías, junto con los cultores del K-pop y bailes y coreografías de otros géneros. La música costumbrista es oro, un tesoro que las bandas cultoras del llamado género fusión tienen a la mano para estudiar, para descubrirlas para sí mismos, y es algo muy moderno. Creo que la música costumbrista es la veta, el cesto del que debemos sacar las prendas para diseñar y tejer nuestra música. Gracias a Raúl Curo estamos incursionando en el Ayla, un género ayacuchano que se interpreta para acompañar las labores del campo vinculadas con la limpieza de las acequias para recibir las lluvias. Hay, además, un tema y un reto para nosotros: ¿Cómo llegamos ahora a los jóvenes de 20 años o de 17? ¿Cómo hacemos? Una de las cosas que estamos haciendo es entender los nuevos códigos de comunicación. En eso nos está ayudando mi esposa Olga, que es docente en tres universidades y es también la mánager del grupo.
─Uno de los rasgos que los definió fueron sus shows en vivo, la energía contagiosa que transmitían desde el escenario. ¿Qué tienen pensado para este relanzamiento? Ya has dicho que no vas a hacer esa especie de mezcla entre el Peter Gabriel de Genesis y Yuyachkani…
Julio: Y con los cómicos ambulantes… (risas)
¿Ahora qué tienen pensando?
Julio: También vamos a usar el recurso del teatro, aunque en los últimos años de la etapa anterior lo había dejado de lado, porque ya no estaba contento con lo que hacía. Me sentía una especie de JB o Carlos Álvarez musical en el escenario. En los últimos años lo dejé de hacer, excepto en “Más poder” y “Guachimán”. En esta etapa vamos a rescatar el elemento teatral, pero hemos convocado a un asesor en este tema que nos va a guiar como queremos hacer con las letras, con el concepto lírico y el concepto escénico para pasar realmente a otro nivel de seriedad sin perder la frescura, la ironía, la acidez, el sarcasmo, la alegría, la diversión, pero utilizándolo de una manera mucho más profesional, más seria en ese sentido.
─¿Te agotaste? ¿En algún momento sentías que estabas haciendo payasadas sin mucho fondo, obligado a hacer alguna “gracia” sobre el escenario en determinadas canciones?
Julio: Sí, totalmente, ya me daba vergüenza de mí mismo… En realidad, una de las razones de la crisis que tuvo la banda fue esa. Creo que terminó convirtiéndose en una banda que hacía una especie de parodia de sí misma. En eso quedamos. Ya sentía cierta vergüenza de salir al escenario en los últimos años, porque me sentía mal conmigo mismo. Dentro de toda la locura sí se quisieron hacer las cosas en serio, pero se había perdido esa seriedad. Hay muchos factores que intervienen para que uno se vaya perdiendo en el camino: desde la misma fama, el mismo dinero, la misma presión de la misma actividad, los conciertos, que a veces son agotadores, los viajes, las giras, todo termina desdibujándose y deformándose en algún momento y uno pierde el camino y entra en piloto automático degenerativo. Esa fue una de las razones por las cuales hubo un momento en que, por lo menos yo, ya no tenía ganas de salir al escenario hasta que se replanteen nuevamente las cosas.
─Cuando se busca La Sarita en Google, aparece también como nombre del grupo Sarita Colonia. Sé que hubo problemas legales con Martín Choy por el nombre del grupo y por la coautoría de algunos temas. ¿En qué ha quedado eso?
Julio: A veces el público ve a las bandas, pero no sabe ni tiene porqué saber cómo funcionan realmente por dentro, no conocen el detalle de las dinámicas internas de los grupos. Nadie sabe -o muy pocos- que La Sarita, básicamente, era un proyecto solista, era Julio Pérez y sus músicos. Y es algo que nunca quise, nunca fue mi intención que sea así. A mí me gustan las bandas, el espíritu de banda, que cada músico en su espacio sea una estrella, que brille por sí mismo, que pueda, desde el aspecto creativo, tener toda la libertad de explayarse y de materializar sus inspiraciones e inquietudes creativas en música. Lamentablemente, esto no sucedió en la banda. Y terminó siendo, en la práctica, un proyecto solista donde yo terminé haciendo las veces de chofer hasta financista, productor musical, cantante, director, manager, y eso creo que fue lo que terminó tergiversando y degradando toda la relación dentro del grupo. Yo no puedo negar lo obvio: a mí me llamaron para tocar en el grupo, eso todo el mundo lo sabe. Llegué a un grupo que se hacía llamar La Sarita, peo a este grupo le metí 20 años de chamba, de contenido, le di forma de un trabajo personal, de un trabajo en solitario, realmente. Y cuando me di cuenta de que ya esto iba a tener un final -y eso puede generar muchas opiniones en una dirección u otra- tomé la decisión de defender mi trabajo, porque yo quería seguir en esto, pero me di cuenta que no iba a poder pasar con ese grupo humano al nivel al que yo quería. Entonces, lo que hice fue registrar la marca a mi nombre. Pero pasaron 10 años desde ahí hasta que la banda se separó. Nunca fue mi intención que eso pasara. Lo hice como una especie de precaución y, si no lo hubiera hecho, no podría hoy retomar el camino.
─Hubo rupturas profundas…
Julio: Es que en La Sarita no hubo una deconstrucción, porque no solo era un proyecto solista, también, conceptualmente, era una posición solista. Todo lo que yo decía en mis canciones no era compartido por la banda. Todo este tema político, filosófico, ético, no era compartido por la banda. Es más, yo diría, peor aún, no les interesaba. Claro, ante la audiencia, había que dar la imagen de que todos estábamos unidos en un mismo discurso. No era así, pero nunca culpé al grupo para nada, porque no tenían por qué. Es más, me sentí agradecido de que crean de alguna forma en mis ideas o en las cosas que yo decía o pensaba, y tuvieran a bien subir a un escenario e interpretar las canciones que yo componía. Al final, La Sarita terminó prácticamente desmantelada, ya no había danzantes de tijeras, el grupo no ensayaba, se convirtió en un grupo chivero de sí mismo. A eso me refiero cuando te hablo de que el grupo terminó siendo una caricatura de lo que era.
─Sin embargo, a pesar de eso, sí se llegó a conversar con Martín Choy, guitarrista fundador del grupo, para que fuera parte de este reencuentro…
Julio: Sí, por iniciativa del baterista. Quiso convocar a Martin para reformar la banda. Frank También insistió porque tiene una buena relación con él. Pero, a mi parecer, quería hacer las cosas un poco complicadas y yo quería hacer menos dramático el reencuentro. Y no se pudo dar esta conversación.
─Desde “Más poder” hasta “Danza la raza”, pasando por “Mamacha Simona” o “Identidad”, le han dado al rock nacional muchos de sus mejores momentos. ¿Qué tiene aún para dar La Sarita?
Frank: Es una buena pregunta. Yo diría que lo más importante es que es un sonido. Tener un sonido peruano es muy difícil y La Sarita lo tiene. Yo no quiero desmerecer la chamba de Martín Choy, que es mi amigo, pero tener un nuevo guitarrista que tiene un aporte y un manejo amplio de muchas músicas, que yo mismo desconozco, ha renovado la banda y ha hecho que caminemos en otro sentido. Y también el hecho de tener a un arpista como miembro permanente. Crear sonido peruano es dificilísimo. Yo pienso siempre en clásicos argentinos: Spinetta, Charly, Calamaro, Los Redondos, todos tienen un “sonido argentino”, a pesar de cultivar géneros distintos. Eso es lo que La Sarita está buscando.
Julio: Y el otro aspecto tiene que ver con las convicciones. Siempre he asumido a la música como una herramienta. El poder está en todos, el poder no es algo que elijo ejercer o no, el poder nos elije a nosotros. Desde una perspectiva foucaultiana o nietzscheana, el poder nos conforma, nos construye, el tema está, creo yo, en hacer uso de ese poder para buscar el bien común. Queremos ejercer ese poder que podemos tener como artistas para hacer este aporte.
─¿Y cómo van a hacerlo?
Frank: Mi interés en La Sarita es decir estas cosas que muchas veces las decimos en el aula de Historia, pero afuera no, y la gente ni enterada. La gente no tiene idea de cosas elementales, hay muchos historiadores que tergiversan la historia solo para dale un sesgo político. Tienes derecho a tus opiniones, pero no a construir tus propios hechos y una evidencia que no existe.
Julio: Estamos convocando y generando un espacio donde nos estamos juntando con actores locales que hacen patria, que generan temas en común dentro de sus localidades, y que a través de La Sarita vamos a ayudar a que se hagan notar, vamos a ayudar a que puedan seguir creciendo y ellos también nos van a ayudar a nosotros, Estamos generando una especie de movimiento cultural, que es lo que me gustaría mucho hacer, donde todas esas personas con voluntad de reflexión y de filosofar sobre el país puedan enfrentar a una sociedad dogmática, prejuiciosa, que se cree dueña de la verdad.
La cita es el sábado 8 de octubre, a las 10 p.m. en La Noche de Barranco (Pasaje Sánchez Carrión 199). Las entradas están a la venta en Joinnus a S/60.