
¿Hacia dónde vamos? Cada día nos impresionamos más con los avances tecnológicos, pero rara vez nos detenemos a reflexionar que, por cada paso hacia adelante, también damos uno para atrás. Admiramos sin detenernos lo suficiente a considerar qué estamos dejando en el camino.
Vivimos atrapados en una necesidad intrínseca de sentirnos útiles, valiosos, conectados con algo más amplio que nosotros mismos. Buscamos definirnos dentro de aquella necesidad, realizando tareas que, paradójicamente, requieren cada vez menos de nosotros. El camino parece claro: hoy pensamos menos, mañana haremos menos. ¿Y cuándo termina? Quizás cuando nuestras responsabilidades se reduzcan a mantenernos con vida: comer, tomar… y preocuparnos de que el tiempo pase.
De vez en cuando, hay que parar a mirar dónde estamos. Tal vez hoy pierdo mi tiempo escribiendo algo que podría ser escrito sin esfuerzo, incluso sin pensar. Hoy una idea puede transformarse en un cuento, en un correo o en un artículo como este, y mañana una idea podrá convertirse en X, Y o Z (lo dejo a tu imaginación, así por ahora no perdemos la costumbre de pensar).
Daniel Dennett, filósofo estadounidense, advertía cuánto tiempo pasamos absortos en la tecnología y cuánta confianza hemos delegado a sistemas sin regulación. El problema va más allá de la desinformación: es la manera en la que usamos herramientas como ChatGPT. Preguntamos, recibimos respuestas y, con mucha fe, las adoptamos como propias.
La adopción de respuestas está remplazando la generación de ideas, el pensar.Sin embargo, no existen leyes que impidan a estos sistemas inculcar creencias, ni tienen obligaciones de decir la verdad. Por ejemplo, ChatGPT tiene sesgos políticos, es cuestión de hacer las preguntas correctas para notarlo. Y si es que tiene sesgos políticos, ¿qué otros sesgos podría tener? Estamos confiando en tecnologías que reemplazan poco a poco el pensamiento humano y que pueden terminar desestimando la manera en la que nos relacionamos.
Ya estamos presenciando la automatización del pensamiento, aunque rara vez dimensionamos sus verdaderos riesgos. Aún menos reflexionamos sobre lo que sigue: automatizar el hacer. Y casi nunca contemplamos la consecuencia final: convertirnos en solo otro animal más.
Hace unos meses Jensen Huang, CEO de Nvidia, presentó una gráfica sobre el futuro de la inteligencia artificial. El punto final es la inteligencia artificial física –o como sugiero el “automatizar el hacer”– que ya se comienza a ver en los vehículos autónomos y robots. Así como hemos visto un rápido avance en los grandes modelos de lenguaje, existe ahora una intensa carrera en el desarrollo de humanoides (empresas como Tesla, Figure, Apptronik, Boston Dynamics, 1X, etc.). Aunque hoy estos humanoides pueden realizar tareas básicas operacionales, al ritmo actual resulta difícil imaginar qué actividades humanas quedarán fuera de su alcance en un futuro cercano.
Para muchos, esto suena utópico; para pocos, profundamente distópico. Es fácil pensar menos… cuando todavía hay que pensar. Es idóneo trabajar menos… cuando aún hay que trabajar. Hoy queremos hacer menos, después querremos más; quizás hay que considerar el síndrome de la pieza faltante, en caso no haya vuelta atrás. Repito, pausemos y pensemos, con cuidado que el camino sin regulaciones y sin preocupaciones termina con nosotros como un animal más.

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