Las angustias de la escritora, por Fernando de Trazegnies
Las angustias de la escritora, por Fernando de Trazegnies
Redacción EC

Érase una vez una niña que demostró muy tempranamente una personalidad fuerte y positiva. Sus juegos, su manera de divertirse era siempre algo muy personal. Su hermana mayor le llevaba dos años, pero se entendían muy bien. Más tarde tuvo una hermana menor con la que se formó el trío. Pero la fuerza interior de ella era excepcional. A cada momento desafiaba a su padre a mirarse a los ojos y el primero que parpadeara perdía. Por cierto perdía siempre el padre.

Entrando a la juventud se interesó mucho por la literatura. Su papá le regalaba libros de cuentos sencillos y ella entraba continuamente a la biblioteca de su padre para discutir con él las novelas que había leído. Terminado el colegio, ingresó a la Universidad Católica y luego a la en los campos de literatura y periodismo. A su regreso practicó algo el periodismo, pero su verdadera pasión era la literatura. Se casó y tuvo un lindo hijo, a quien sentaba a su lado cuando ella se ponía a escribir cuentos para niños siguiendo todos los consejos infantiles del hijo. Paralelamente, ella seguía escribiendo sus cuentos serios que comentaré después.

Es en esa época que la desgracia hincó sus garras en la joven escritora y no la dejó nunca más: su hijo tenía cáncer al cerebro. Este niño vivió todavía varios años con los angustiados cuidados de su madre, mientras el niño seguía acompañándola siempre en la redacción de sus cuentos infantiles. Mientras tanto nació un segundo hijo, pero al año de su nacimiento le apareció también un cáncer al cerebro. Los dos niños murieron, ella se divorció y, valientemente, se reafirmó en la literatura. Como dijo el escritor Leopoldo de Trazegnies, ella transportaba una angustia vital a la literatura.

Publicó su libro de cuentos “serios” titulado terriblemente como “¡!”: los títulos de sus cuentos –“La espera”, “Sin retorno”, “Hola y adiós”– nos dan una idea de esa mente adolorida, con deseos de escapar de la tristeza sabiendo que eso es imposible. Los temas de sus cuentos tienen en algunos casos relación inmediata con su tragedia personal, como “Sin retorno”, que trata también el caso de una niña, Morgana, que muere de un tumor cerebral a los 5 años de edad. Esta desgracia refleja la muerte real de sus hijos; y así, mostrando su propia tragedia, hace decir a la protagonista del cuento: “Siempre supe que nuestro matrimonio no sobreviviría a la muerte de Morgana”.

La escritora quería entrar dentro de la experiencia humana en forma intimista y trágica, penetrando en lo más profundo de sus personajes, pero, al mismo tiempo, buscando que sus dolores y esfuerzos fueran sentidos como propios por el lector. Como le dijo a Guillermo Niño de Guzmán, para ella escribir era más que una necesidad, era la manera de vivir, y agregó: “La creación literaria es mi espada de lucha y mi escudo de protección”.

Leopoldo de Trazegnies comenta: “La autora [de ‘Sin retorno’] carga las situaciones con la angustia de sus personajes de una forma estremecedora; y vemos al amor transmutado en resistencia, al sexo en rito, a la alegría en un paréntesis entre dos tragedias y a la esperanza en una frustración permanente. No parecen encontrar otra forma para luchar contra el albur, contra el mal albur”. Y agrega este comentarista que la literatura de esta escritora es cruda y auténtica; y que “entronca con la sensibilidad de las escritoras anglosajonas de siglos pasados pero tocando preocupaciones rabiosamente contemporáneas”. Su estilo –dice– está más cerca del de Virginia Woolf o de las hermanas Brontë  que el de edulcoradas escritoras actuales, de gran éxito comercial pero de nulo aporte humano.

Lamentablemente, esta joven y prometedora escritora fue atacada por una leucemia a fines del 2013. Fue llevada a Estados Unidos, donde una de sus hermanas tuvo la generosidad de cederle una parte de su médula para realizar un trasplante. Todo sucedió asombrosamente bien. Ella sanó, volvió a la pluma y se puso a escribir una novela basada prácticamente en su vida. Pasaron los meses, casi el año, y estaba estupendamente bien. Su valor era un ejemplo y la sonrisa que la adornaba siempre transmitía paz y bondad. Sin embargo, como si presintiera algo malo (¡maldita sea!), en los últimos meses escribió con una intensidad inusitada. Pero esa enfermedad artera y asesina se volvió a presentar y se la llevó en cinco días, faltando que terminara solamente el último capítulo de su libro. 

Esa niña tan vivaz, esa escritora tan sentida, esa mujer tan sufrida y tan valiente, se llamó Julie de Trazegnies.