Discursos antagónicos, por Gonzalo Portocarrero
Discursos antagónicos, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

La violencia contra las mujeres y los niños es una realidad cada vez más repudiada. No obstante, las estadísticas señalan que, pese al rechazo y a las mayores sanciones prescritas por las leyes, es cada vez mayor el número de víctimas. Esta debilidad de las leyes y sus mayores sanciones, y de los discursos morales, hacen pensar en lo profundo de las raíces de la violencia, en que erradicarla requerirá de un esfuerzo sostenido durante mucho tiempo. 

Y es que por ‘abajo’ del discurso de la indignación frente al abuso hay otro discurso, menos llamativo pero plenamente vigente. Es el discurso que glorifica la violencia, que la presenta como fundamento de la hombría y como la base de la jerarquización social. El mundo se divide entre aquellos que son enseñados a agredir y otros que no saben defenderse. Estos últimos se convierten en “propiedad” de los primeros. 

El discurso de la “glorificación de la violencia” se suele proponer –y practicar– en la familia, la escuela y los medios de comunicación. En el fondo, nos dice que en la relación con el otro más vale la seguridad de la posesión que la incertidumbre en que nos deja el respeto de su libertad.

La fuerza creciente del discurso que rechaza la violencia no ha hecho retroceder, en forma decisiva, a la prevalencia del discurso que la glorifica. Por discursos que “glorifican la violencia” me refiero a las postulaciones que enaltecen la violencia, pues fijan en la capacidad de agredir la posibilidad de adecuar la realidad a nuestras necesidades. 

El mundo es una jungla, y los más débiles son devorados o esclavizados por los más fuertes. Entonces, desde esta perspectiva, quien quiere sobrevivir tendrá que interiorizar que solo puede hacerlo en la medida en que esté dispuesto a desplegar una violencia salvaje, sin control.

Glorificar la violencia es el eje de la educación de los varones. A los niños se les hace creer que serán más apreciados por su capacidad de imponerse por la fuerza que por su ternura y capacidad de dar afecto. El desarrollo de la capacidad de agredir y dominar requiere reprimir los propios sentimientos de justicia y poner distancia con el prójimo.

Nada de sentir afecto por ese otro inferior, destinado a servirnos, eso es mariconería. 
La glorificación de la violencia reprime la posibilidad de una aproximación sin temor, de un reconocimiento de la alteridad del otro. Hechos que son el fundamento del impulso democrático, pues suponen que la igualdad y el diálogo son la base de la convivencia social. 

En la sociedad contemporánea se enfrenta el discurso que glorifica la violencia con aquel que incentiva el diálogo y rechaza la idea de que la fuerza pueda ser el fundamento del derecho. Esta confrontación no se resolverá rápidamente. Hasta la mujer más feminista sabe, a la hora de educar a su hijo varón, que tiene que enseñarle, hasta cierto punto, a silenciar sus emociones y a defenderse, pues así no será víctima del ‘bulliyng’, del desprecio y escarnio de sus compañeros. De otro lado, el grupo de niños busca su integrante más débil, el que no se sabe defender, para proyectar sobre él todos los sentimientos de invalidez e impotencia asociados a lo femenino, de manera que con el señalamiento del “niño delicado”, del chivo expiatorio, podrán decir “yo no soy porque él es”.

En la actualidad, los medios de comunicación son la principal fuente de los discursos que naturalizan y glorifican la violencia. Especialmente los largometrajes y las series de televisión. No se necesita que prediquen las “bondades” de la violencia, basta con que la muestren como intrínsecamente gozosa y como el medio para el logro del poder y la riqueza. Series como “Game of Thrones”, y tantas otras, representan una publicidad escondida del discurso machista que glorifica la violencia.

En estas historias, la gente vale por su capacidad de ejercer violencia, y los actores decisivos, los protagonistas, son aquellos que no se detienen en nada en su camino hacia el poder. La exaltación de la violencia, a la que todos somos llamados en mayor o menor medida, es el gran obstáculo para el afianzamiento de la cultura horizontal, basada en el diálogo, donde la competencia esté encuadrada por reglas que eviten la imposición y la guerra. 

La marcha Ni Una Menos promete ser un gran hito en la lucha contra el abuso. Tendría que apuntar también al cambio de las relaciones de género, a una transformación de las sensibilidades desde las que sea imposible considerar a la otra, u otro, como mi propiedad, y a la violencia que niega o enmudece al otro como algo normal. La exaltación de la violencia representa la actitud que impide el desarrollo de la democracia.