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Decidir volverse loco

Decidir volverse loco

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En algo menos de un año, el país acudirá a las urnas para terminar de definir la renovación del liderazgo político nacional. Considerando que la elección del 2026 podría marcar un parteaguas hacia un mayor deterioro político o hacia la recuperación de alguna lógica basada en la razonabilidad, se trata de una elección crucial.

¿Quiénes nos acompañarán en estos 12 meses que nos separan de este potencial dramático desenlace? Pues no es otro más que este elenco político tan golpeado y, a la vez, tan insensible a las necesidades ciudadanas. De otra manera, no se explica que se legisle buscando beneficiar a grupos particulares, sin una evaluación seria de las implicancias de sus acciones.

Así, pareciera que el liderazgo vigente se empeñase en querer honrar el dicho “Poder que no se usa, se desprestigia”. Un ejemplo de ello son las leyes que el Parlamento aprueba sin que el Ejecutivo pueda contenerlas, a veces por falta de voluntad, otras por empeñoso contubernio; casi siempre, por su endémica debilidad.

Con ese telón de fondo, se desarrollará la campaña electoral. La caracterizará, en primer término, una fragmentación inédita, poblada de organizaciones que, en su mayoría, cumplen requisitos burocráticos, aunque, en la realidad, tengan ya fecha estimada de vencimiento.

En segundo término, la desconfianza hacia el proceso electoral no se ha despejado, aun después del cambio parcial de autoridades. Además, el arrebato fraudista de hace cuatro años sigue calando en un grupo considerable de la ciudadanía. De hecho, como reporta un reciente sondeo del IEP, solo el 13% de los encuestados tiene una confianza alta en las elecciones.

Finalmente, esta crisis social tiene su origen en la inseguridad, a diferencia de la del 2021, cuando el componente económico fue el meollo de las preocupaciones. Esta demanda podría hacer creer que candidatos más inclinados a la derecha, donde suele anidar la mano dura, tendrán mayores opciones de avanzar a segunda vuelta. Pero no debe descartarse que la dicotomía Lima vs. regiones, presente en las demandas de izquierda, termine siendo igual o, incluso, más persuasiva.

Así las cosas, el país camina por una compleja senda, cuyo incierto destino genera más inquietud que esperanza. Lo que se coseche en junio del próximo año estará marcado por lo que se siembre hoy. Si sirve de antecedente, la elección de Pedro Castillo, hace cuatro años, debe entenderse, al menos parcialmente, a la luz de la compleja realidad pospandemia y de los abismos sociales y económicos arrastrados por décadas.

Lamentablemente, en el Perú de hoy, la mayoría de los tomadores de decisiones pareciera no percatarse de ello. ¿O será más bien algo voluntario, como si quisieran emular al Martín Romaña de Alfredo Bryce, quien, de cuando en cuando, decidía volverse loco?

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

José Carlos Requena es Analista político y socio de la consultora Público

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