Renato Cisneros

En la época en que vivía solo, en Lima –en el tercer piso de un edificio–, mantuve debajo de la cama una mochila de emergencia ante la posibilidad latente de un gran sismo. La equipé con latas de atún, chocolates, botellas de agua, una pequeña radio a pilas, una linterna, algo de ropa, pastillas y poco más. El espíritu previsor me duró tres o cuatro años, pero –cansado de temblorcitos de grado cinco– acabé por consumir el contenido del maletín (y por redoblar mis oraciones para que el terremoto no llegara y me cogiera en calzoncillos).

Ha pasado más de una década desde entonces y ahora me veo en la necesidad de retomar aquella cautela. Resulta que a fines del mes pasado la Unión Europa presentó un documento donde recomienda a sus ciudadanos asegurar reservas de agua, medicamentos, baterías y comida para subsistir setentaidós horas en el caso de una potencial guerra, una seguidilla de ciberataques, una segunda pandemia, o para estar abastecidos frente a nuevos y devastadores efectos de la crisis climática.

De esta manera, Bruselas ha reaccionado ante los planes cada vez más amenazantes de Rusia, que podrían afectar al íntegro de los países comunitarios (la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha señalado: “sabemos que la ambición de Putin no termina en Ucrania”), pero también ante el deterioro de la relación con el Estados Unidos, un país al que muchos europeos ya no consideran un aliado, mucho menos garante de su seguridad.

Esta invocación a la población civil europea para guardar suministros de emergencia, sin embargo, no es nueva. Alemania lleva años instando a sus ciudadanos a almacenar provisiones básicas para al menos diez días. También el gobierno sueco, al menos desde 2018, distribuye en cada hogar una guía con instrucciones sobre cómo actuar en caso de guerra o catástrofes naturales. En el 2022, los franceses recibieron un manual de supervivencia para saber cómo actuar en caso de una emergencia nacional.

Lo realmente nuevo es que ahora la Unión Europea les pide a los civiles “reforzar su preparación” de cara a una hipotética agresión armada internacional. O sea que además de preparar el kit de urgencias (con cocina portátil, encendedor multiusos, saco de dormir ultraliviano, detector de humo, extintor de polvo y una manta térmica que sirve como poncho antilluvias y escudo contra las bajas temperaturas), tenemos que alistarnos para el combate. Por eso en estos días, en los bares y oficinas de España, se discute la eventual restitución del servicio militar obligatorio (desactivado hace veinticuatro años), así como la adquisición de búnkeres y refugios nucleares de 18 metros cuadrados, cuyo costo promedio ronda los 100 mil euros.

Para un amplio sector, las recientes directivas de la Unión Europea, más que persuadir a la población civil, solo han conseguido alarmarla y generar paranoia, considerando que no nos encontramos en un contexto de guerra global inminente. Solo una minoría –creciente, eso sí– parece acunar con entusiasmo la idea de armarse hasta los dientes para que el próximo estallido no la coja desprevenida, siguiendo de esa manera el ejemplo de países como Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca que, debido a su cercanía con Rusia, han difundido entre sus ciudadanos guías con instrucciones para protegerse si acontece una crisis de proporciones. Según una encuesta del diario El País, cuatro de cada diez españoles –jóvenes y mujeres, principalmente– prevén preparar el famoso kit de emergencia ante posibles guerras o crisis climáticas.

Yo, que me largué del Perú y vine a Madrid huyendo de los choros, los sicarios y los extorsionadores (también de los terremotos), ahora me doy cuenta de que en ningún lugar estás seguro del todo. Lo único que me queda es ahorrar dinero para alquilar un metro cuadrado de búnker, y cruzar los veinte dedos, o bien para que la hecatombe nuclear no llegue nunca, o bien para que se desate de una vez.



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Renato Cisneros es escritor y periodista

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