Octavio Salazar
Octavio Salazar
Juan Carlos Tafur

Decir como ha dicho el congresista fujimorista Octavio Salazar que el Museo de la Memoria de Ayacucho, manejado por la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecido del Perú (Anfasep), hace apología al terrorismo es un despropósito sustentado en el engaño o la ignorancia.

En dicho museo –muy pequeño y humilde– se muestra con crudeza que la violencia en Ayacucho estuvo signada no solo por la barbarie senderista, sino también por el abuso militar y policial. Subraya que la población ayacuchana estuvo bajo dos fuegos que la maltrataban, humillaban y asesinaban sin contemplaciones y sin diferencia.

¿Qué debería hacer un lugar cuyo lema es “Para que no se repita”? ¿Ocultar la historia y decir que en el conflicto armado interno, entre 1980 y 1992 en una región asolada por una violencia apocalíptica, las fuerzas del orden respetaron escrupulosamente los derechos humanos, cuando ello lamentablemente no fue así? ¿Y decirlo supone acaso una apología a la conducta criminal de Sendero Luminoso, muy bien denunciada en la exposición del museo?

Si el general Octavio Salazar se siente indignado, debería orientar mejor sus afectos y reflexionar si ese rubor corresponde a lo expuesto en el museo o estaría mejor enfocado hacia la conducta institucional de los hombres de uniforme que supuestamente representaban a la democracia peruana, al Estado de derecho y a la Constitución, y que hicieron tabla rasa de toda juridicidad en varios momentos y en muchas zonas del país.

La historia no se honra a punta de enterrarla o de recordarla engañosamente. Hubo una brutal respuesta de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, fundamentalmente en la década de 1980, y eso debería no solo avergonzarnos íntimamente sino públicamente, y al mostrarnos los abismos a los que el ser humano puede llegar debería servirnos de referente de aquello que no debe volver a ocurrir.

Es lamentable que el fujimorismo, que ni siquiera tuvo responsabilidad mayor en tales abusos, no sea capaz de procesar la historia con entereza y, lejos de ese talante, se halle inmerso en un proceso terrible de involución conservadora, que abarca no solo su mirada de la lucha antisubversiva.

Hay una conservadurización popular enorme, es verdad, pero no llega a los niveles de cinismo que algunos voceros o representantes del fujimorismo exhiben con desparpajo e insolencia. Una cosa es el pueblo que reacciona conservadoramente frente a los cambios sociales o a situaciones límite y otra es un intento taimado de aprovecharse electoral o financieramente de ese estado de ánimo, trastocándolo y convirtiéndolo en mercancía o baratija política.

Fue tan abrumador lo sucedido con la aparición de Sendero Luminoso y el MRTA que recién después de 20 o 25 años el país empieza a vivir el duelo, a elaborarlo y a procesarlo socialmente. Nos merecemos una clase política que tenga el empaque moral e intelectual de acompañar ese proceso con la verdad como único norte, sin importar lo doloroso o traumático que sea, consciente de que construir una cultura de paz pasa necesariamente por aprender de lo ocurrido mirando directamente a los ojos de la realidad.

La del estribo: extraordinaria puesta en el teatro Blume: “Yerovi, vida y muerte de un pájaro cantor”, obra que nos permite conocer la singular historia de nuestro controversial poeta, periodista y dramaturgo, a cien años de su muerte. Las actuaciones y el guion son sobresalientes.