(Foto: El Comercio)
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Carlos Meléndez

El papa Francisco decidió visitar dos países bastante disímiles respecto a la fe católica, Chile y el Perú, particularmente en la evolución y resonancia del catolicismo en sus respectivas sociedades. Según Pew Center, en América Latina, el Perú es uno de los pocos países predominantemente católicos (76%). Si en Chile aún la mayoría se considera católica (64%), el porcentaje de quienes no profesan fe alguna es uno de los mayores del continente (16%), solo superado por Uruguay (37%), un ‘outlier’ laico en el mundo hispano, y República Dominicana (18%). (No hay datos de Cuba). En cambio, en el Perú, la proporción de no creyentes, agnósticos y ateos suma 4%; luego de Paraguay, es la más baja del continente. Mientras los no creyentes en el Perú son mera anécdota, en Chile constituyen una masa crítica significativa.

Si nos concentramos en la tasa de desafiliación de esta fe, la caída ha sido similar en Chile y el Perú. Las cifras más recientes de Pew Center revelan que de un 90% de peruanos criados como católicos, el 76% mantiene la fe; mientras, del 77% de chilenos que crecieron bajo la fe católica, el 64% permanece bajo este credo. Una caída de 14 y 13 puntos porcentuales, respectivamente. No obstante, mientras en Chile gran parte de estos ex católicos tienden al agnosticismo, en el Perú se convierten a otras religiones.

El declive del catolicismo es un fenómeno global, y en América Latina ha sido contundente. Entre 1970 y el 2014 el porcentaje de profesantes de esta fe ha caído del 92% al 69% (23 puntos porcentuales). En el Perú, la baja fue de 19 puntos (de 95% a 76%) y en Chile de 12 (de 76% a 64%), porque ya había caído 20 antes, entre 1950 y 1970. La diferencia fundamental es que este declive en Chile se vive con notoria agresividad y violencia. Tanto en Chile como en el Perú existen denuncias y casos comprobados de pederastia que han desprestigiado enormemente a esta institución eclesial. (Karadima y Sodalicio son los más mediatizados, respectivamente). Asimismo, los gobiernos correspondientes tomaron decisiones que indignan a los sectores más republicanos. Por ejemplo, la visita del Papa a Chile se estima que habría costado a su estado US$10 millones, mientras que en el Perú, solo el acceso gratuito al metro de Lima para asistir a la misa papal supera los US$200 mil.

La diferencia sustantiva entre ambos países es respecto a la movilización. En Chile son los sectores anticlericales –mayores en número– los más activos y radicales. Por ejemplo, la quema de iglesias (casi 20 por año, desde el 2014) es una modalidad de protesta frecuente, especialmente en la Araucanía. No se trata solo de una creciente indiferencia o indignación respecto al catolicismo –la pobre asistencia a la misa de Francisco en Iquique ha sido elocuente–, sino también de un anticlericalismo militante. En el Perú, en cambio, las manifestaciones en contra han sido minúsculas. El colectivo católico peruano es más influyente y ha corroborado –si acaso dudaba, tras las marchas “pro-vida” (sic)– su alta capacidad de movilización. Obviamente, estas diferencias no hacen a ninguna de estas dos sociedades “mejor” o “peor” que la otra.