Nuestro país ingresó al mundial de la mano de la y el colonialismo español. Ello ocurrió en el siglo XVI, pero sus consecuencias siguen vivas. ¿Hubiera sido mejor tener como pasaporte para dicho comercio al azúcar o las telas? ¿Hacerlo por iniciativa propia, antes que por imposición exterior? Cada opción hubiera significado lidiar con otros legados. Los países americanos que entraron al comercio mundial de la mano del azúcar se transformaron en sociedades esclavistas y los que procuraron el comercio autónomo postergaron por siglos su ingreso al mercado mundial. Nadie elige dónde nacer, y tampoco podemos elegir nuestra historia, pero sí cómo enfrentarla.

Entramos al comercio mundial de la mano de la y lo hicimos pisando fuerte. Antes de un siglo éramos el principal productor del metal argénteo y la mina de Potosí, localizada en la actual Bolivia, aportaba ella sola un 40% de la plata mundial. Nuestro escudo nacional exhibe como símbolo de la riqueza mineral un zurrón derramando monedas ya acuñadas, como si en las minas fuéramos a encontrar los metales en dicho estado. Pero la verdad es que la plata, para poder ser exportada, antes debía ser producida. Para lograrlo, se erigieron ciudades que hoy son Patrimonio Cultural de la Humanidad, o podrían llegar a serlo, como Potosí, Huancavelica, Oruro, Castrovirreyna o Hualgayoc; se construyeron puertos, como los de Pisco y Arica; se abrieron caminos, como los de Huancavelica a Potosí, y desde los asientos mineros hasta los puertos; y se activaron los engranajes del comercio interno, promoviéndose la ganadería de llamas, equinos y vacunos, la producción de capachos, odres y velas de sebo, la explotación de las salinas y la producción de géneros vastos para su uso en los frígidos climas de las minas.

En el siglo XVII, la producción andina de plata disminuyó por razones que aún esperan una respuesta de los historiadores, pero en el XVIII se recuperó y junto con la minería mexicana, que en dicho siglo tuvo un crecimiento espectacular, proveyeron tres cuartas partes de la plata que alimentaba al mundo. La plata era por entonces el soporte físico del sistema monetario mundial. El comercio entre China, India, Europa y América se calculaba y saldaba con monedas de plata. La unidad monetaria (el dólar de la época) era el peso de ocho reales, que contenía una onza de plata con un 90% de pureza. Con distintas denominaciones, esta moneda era producida en diferentes países, siguiendo el modelo del peso español, cuyo imperio aportaba el insumo principal. Países como Francia o China, que no producían plata, adquirían los pesos acuñados en las casas de monedas de México, Potosí o Lima, y los fundían para fabricar sus propias monedas, o simplemente los resellaban. La expansión del comercio mundial entre los siglos XVI y XVIII fue posible gracias a la plata americana, y la revolución industrial, que fue su punto culminante, descansó en ese flujo del metal blanco desde las minas americanas.

Pero un hecho desconcertante fue que en las colonias americanas las monedas brillaban por su ausencia, manifestándose la del cuchillo de palo en casa del herrero. En los mismos asientos mineros no había monedas con qué pagar los jornales a los trabajadores, a quienes había que remunerar con alimentos y todo tipo de bienes. En ciudades como Lima o México, la falta de moneda fue un problema crónico y sus bazares y pulperías recurrieron al uso de fichas de plomo o de “monedas naturales”, como los huevos, semillas u ovillos de lana. ¿Cómo explicar esta paradoja, que parecía, además, un símbolo del colonialismo?

La respuesta ha sido motivo de debate entre los historiadores. Una hipótesis popular ha sido la del expolio colonial. Según esta, el Estado Español cobraba en las colonias impuestos excesivos, en el sentido de que la suma recaudada no era devuelta por entero mediante el gasto público, como ocurriría en un país independiente, sino que una parte gorda era trasladada a la metrópolis, produciéndose una sangría monetaria. Otra explicación descansa en el mecanismo del diferencial de precios. Como “la plata en las Indias, nace y se coge, tiénese en poco” decían en la época. Es decir, carecía de aprecio: los precios eran altos, por lo que la plata huía hacia Europa, donde tenía un mayor poder de compra.

Otro argumento consiste en que en América no se desarrolló una producción para satisfacer la demanda de bienes cotidianos, como ropa, mobiliario, instrumentos y piezas de fierro, papel y elementos de decoración o atavío, o cuando esta existía, era o fue percibida como de calidad inferior. Pudo ser el resultado de una política metropolitana orientada a inhibir dicha producción, o de una preferencia por lo foráneo, como secuela del colonialismo, pero la consecuencia fue la misma: la salida de la plata. Tampoco ayudaba el hecho de que las casas de moneda acuñaban sobre todo pesos de ocho reales, idóneos para ser exportados, y no monedas menudas de medio o un cuarto de real, necesarias para el comercio local.

La paradoja de la plata americana, a varios siglos de distancia, sigue despertando polémica y mantiene actualidad.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carlos Contreras Carranza es historiador y profesor de la PUCP

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