Claudia Chiroque

Escribo sin poder sacarme de la cabeza la imagen del hallazgo de los restos de , en ‘shock’ por la frialdad con la que fue ejecutada y porque este nuevo caso de confirma, una vez más, el desprecio por la vida a todo nivel en nuestro país.

Empezando por la Policía Nacional, que fue la primera emplazada por la familia Cóndor Torres para comenzar la búsqueda de la joven que llevaba varios días desaparecida. ¿Acaso esto no era motivo suficiente para activar el protocolo de búsqueda de personas desaparecidas? ¿No nos han demostrado los casos anteriores –y, lo que es más real, las cifras– qué es lo que se tiene y se debe de hacer frente al peligro inminente al que está expuesta una mujer desaparecida? Parece que no, porque, una vez más, en las comisarías de Santa Anita y Santa Luzmila, se esgrimieron argumentos medievales, machistas, irrespetuosos e intimidantes contra la madre de la joven que, desesperada, trataba de interponer la denuncia y ya tenía la sospecha (fundada por unos chats) de lo que podía estar pasando con su hija en manos del principal sospechoso, hoy no habido, Darwin Condori Antezana. Quien, además, es nada menos que un suboficial de tercera con graves antecedente por un caso de violación grupal. Y esto es lo indignante, porque hace rato que somos testigos de que los órganos de control interno de la policía no sirven para nada. Y lo afirmo categóricamente.

Una de las preguntas más importantes que debemos hacernos frente a la gravedad de lo ocurrido es qué hacía en actividad un suboficial con esos antecedentes. ¿Qué hace Inspectoría de la para apartar a los malos elementos de la institución? ¿Y qué criterio usó la jueza a cargo del caso de violación grupal para liberar a Condori, aun cuando el médico legista certificó lesiones en una de sus víctimas? Como ven, tenemos la ecuación perfecta de la crisis institucional cuyo resultado es la vulnerabilidad de todos los ciudadanos frente al delito.

Si no somos capaces de hacernos estas preguntas y, por el contrario, dejamos que se elucubren argumentos que ponen la culpabilidad sobre las familias y las víctimas, entonces, estimado lector, constato que hay un desprecio por la vida que estremece. Leo cientos de comentarios irreproducibles en las redes sociales que dan cuenta de mucha miseria humana, inexistencia de empatía, falta de respeto por el dolor ajeno y carencia de educación en humanidad. Basta de ser mercenarios de la honra de otras personas. La familia Cóndor Torres nos necesita del lado correcto de la historia, porque sobre el dolor por la pérdida atroz de Sheyla empieza un camino igual de doloroso de búsqueda de la justicia en un país que necesita a gritos reformarse.

En una semana, se conmemorará otro Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y, seguramente, no faltarán los tuits de compromisos con poca autocrítica desde el Ministerio de la Mujer, cuyo pasivo hasta octubre son más de 600 feminicidios.

Ojalá alguien se atreva a decir “te fallamos, Sheyla; y les fallamos a todas las víctimas cuyas memorias no logran descansar en paz porque en nuestro país parece que la impunidad es la consigna”.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Claudia Chiroque es periodista y abogada

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