
Faltan espacios públicos. Amable lector, lectora, si le pregunto qué hizo hoy día, seguro me contestará que fue al trabajo, a estudiar, a visitar a alguien o a ver alguna película. No me mencionará que pasó más de una hora en el tráfico o que estuvo caminando apurado en la calle. El espacio público no existe en nuestra narrativa, le tenemos miedo, intentamos evadirlo, nos molesta si algo nos retrasa y nos obliga a quedarnos en la calle. Cuando era estudiante, yo no tenía reparo en ir parado, casi doblado en noventa grados en una combi, con tal de llegar lo más pronto a mi casa, y si había un accidente o la policía detenía al vehículo, se sentía la tortura de soportar estar en ese “no lugar” que era la calle de manera desesperante.
Como si fuera poco, se prefiere que el espacio público no exista, se ha optado por enrejar los parques con hora de entrada y, lo que es más curioso, muchas calles tienen entradas vigiladas con grandes puertas de fierro. Se han construido condominios cuyo acceso es cada vez más complicado y la calle se vuelve cada vez un espacio más digno de evadir. Recuerdo una vez que estuve en el extranjero que alguien me preguntó “¿cierto que en el Perú todas las casas tienen muro?” y me pregunté si eso no era una normalidad a la que nos habíamos acostumbrado.
Esta reflexión me viene por el terrible accidente donde un techo cayó sobre un patio de comidas en un centro comercial en Trujillo. No solo revelando una irresponsabilidad arquitectónica y de mantenimiento de un ‘mall’, sino la materialización de la escandalosa corrupción a la que parece que nos hemos acostumbrado en nuestra vida cotidiana.
El ‘mall’, este centro comercial con un par de tiendas anclas unidas por pasadizos poblados con tiendas pequeñas y con un centro de comidas (donde ocurrió en este caso la tragedia), se ha popularizado en la mayor parte de las ciudades del Perú como una respuesta a la crisis de los espacios públicos.
Las personas que disfrutaban un espacio compartido ahí se sentían seguras y no lo estaban. La cadena de responsabilidad debe investigarse, como ya debemos mostrar de manera contundente nuestro hartazgo por la indiferencia, mediocridad y maltrato con el que se trata a la ciudadanía. También es una oportunidad para reflexionar acerca de nuestra falta de espacios de esparcimiento que sean seguros y realmente nos pertenezcan.
La calle, los parques y las plazas no son lo que la modernidad prometió, espacios de encuentro, de libertad de opinión, de ser, de mostrarse. En el Perú el espacio público se ha convertido exactamente en lo contrario, en espacios de vigilancia extrema (represión constante), de inseguridad permanente y riesgo siempre al acecho. Sintomático que el ‘mall’ como un espacio que es realmente privado o que se presenta como ‘semipúblico’ haya reemplazado el sitio de encuentro de las parejas, el espacio de recreo de fin de semana de las familias o el espacio de encuentro de los jóvenes. Importante notar también que estos centros ofrecen como mayor elemento de consumo no un producto, sino una ilusión, pues se estructuran como ambientes totalmente distintos al ambiente que los rodean, dando una imagen idealizada de modernidad encapsulada.
En las últimas tres décadas el espacio público en el que un grupo significativo de personas se ha mudado es el Internet, que no ofrece realmente un lugar real de conversación fluida, de compartir emociones más allá de emoticones y que no tiene la calidez que los humanos tanto reclamamos y que nos hace tanta falta en una sociedad donde el Estado vigila la cultura a su conveniencia y la empresa vigila sus propias ganancias. Nos queda vigilar el mantenimiento de nuestra propia humanidad, del encuentro sin miedo, con seguridad y con certeza de poder ser y estar.