Editorial El Comercio

Ayer, luego de asistir al para rendir su declaración en el caso que se le sigue por , el presidente hizo algo bastante inusual: se detuvo a brindar declaraciones a un grupo de periodistas en la entrada de Palacio de Gobierno. Sin embargo, en lugar de aclarar algunos cuestionamientos, el jefe del Estado optó (una vez más) por el ataque.

Es la tercera vez que esto ocurre en una semana. Recordemos que durante del pasado 28 de julio, el presidente desenvainó una furibunda catilinaria contra los medios de comunicación, a los que acusó de ocultar arteramente las presuntas luces de su gobierno para, por el contrario, concentrarse en sus sombras. Y que el domingo anunció a través que denunciaría al programa “Panorama” por la emisión de un reportaje. Pareciera como si el espíritu mordaz e insidioso contra la prensa del extitular del Gabinete Aníbal Torres continuase vigente en su antiguo jefe.

“Estoy presto a declarar, pero no me voy a someter a casos mediáticos; lo mediático no me ha elegido, a mí me ha elegido el pueblo peruano”, aseveró al ser inquirido sobre su declaración ante la fiscal de la Nación, Patricia Benavides. Como es evidente, al hablar de “casos mediáticos”, el presidente quiso repetir el bulo que algunos integrantes de su gobierno se han empeñado en difundir desde que comenzaron a aparecer los indicios en su contra; esto es, que los cuestionamientos que se ciernen sobre su figura no son más que meras invenciones fabricadas por la prensa. Nada más alejado de la realidad.

Tomemos como ejemplo el caso por el que el presidente acudió ayer al Ministerio Público: el de los ascensos. No fueron los medios, ciertamente, los que dieron la alerta sobre las irregularidades en torno de dichos procesos; fueron personas de adentro de las propias instituciones involucradas en el desaguisado. En el caso de las Fuerzas Armadas, la denuncia de un intento de injerencia provino de los propios excomandantes del Ejército y la FAP, y , respectivamente; mientras que, en el caso de la policía, la voz de alerta la dio el entonces número 2 de la entidad, el subcomandante general . En todos los casos, se advirtió de que se había intentado beneficiar a personas allegadas al mandatario.

Tampoco fue ningún periodista el que escribió desde el celular del mandatario hacia el del general Vizcarra de “Comandante del Ejército Víctor Hugo Torres Quispe. Para Coronel”. Ni fue un reportero el que colocó los US$20.000 que se le encontraron a Pacheco en Palacio y que, según él mismo ha contado, que varios postulantes desembolsaron para ser promovidos.

Dijo también el presidente que “se crea una torre, se crea una pirámide, para hacerle creer al pueblo que, con un testigo, con un ‘seudocolaborador’ o colaboradora, […] que Pedro Castillo ha robado y forma parte de una red criminal”. “Si Bruno Pacheco dice que a usted le ha visto allá en la esquina, ¿usted le va a creer?”, le encaró a un reportero.

Una aseveración bastante falaz, además de descarada, por cierto. Porque, como es evidente, Pacheco no es un colaborador cualquiera. Fue uno de los funcionarios más cercanos al mandatario, por lo que su testimonio y las pruebas que pueda brindar revisten una importancia insoslayable sobre el involucramiento del mandatario en manejos irregulares.

Por lo demás, ni Pacheco, ni Karelim López, ni Zamir Villaverde son una invención de la prensa. La cercanía y los favores que ellos le prestaron a Castillo o a varios de sus familiares está probada, por lo que pretender restarles importancia parece un recurso desesperado antes que válido.

Haría bien el mandatario, en lugar de continuar con lo que parece ser una cruzada personal contra los medios (“estoy seguro de que a ustedes les pagan para preguntar, porque ustedes no están gratis”, les dijo a los reporteros que lo rodearon ayer), en confrontar menos y responder más.

Editorial de El Comercio

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