(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Iván Alonso

No se puede negar el ingenio publicitario de un banco que promueve el uso de medios de pago digitales pintando como algo primitivo el uso del dinero en efectivo. El mundo parece moverse inexorablemente en esa dirección, pero las consecuencias podrían no ser del todo felices.

La pérdida de la privacidad cuando todas nuestras transacciones estén registradas en algún lugar y, por lo tanto, potencialmente a disposición de la unidad de “ispionaje” financiero y otras autoridades es un peligro fácil de subestimar. Un poco de memoria colectiva debería alertarnos de que no siempre se hará buen uso de ese tipo de información.

Pero hay otro peligro de naturaleza estrictamente económica. En nuestro sistema monetario, el dinero en efectivo es el último vestigio de la barrera que históricamente nos ha protegido de la emisión indiscriminada de moneda: la convertibilidad.

Hace cientos de años, cuando el oro y la plata se usaban como moneda, la única manera de aumentar la cantidad de dinero en circulación era extrayendo más oro y plata de la tierra. Un aumento desmesurado de la cantidad de dinero, de esos que son capaces de generar inflación, solo era concebible si aparecía de pronto una nueva fuente de moneda metálica, como fue la exportación de plata de América a Europa en el siglo XVI. En condiciones normales, el costo de minado mantenía la expansión monetaria bajo control.

La incomodidad de cargar con el peso de las monedas llevó a la invención del billete de banco. Al principio era una suerte de certificado de posesión del oro que estaba guardado en una bóveda. Usted podía ir en cualquier momento a su banco y canjear sus certificados por barras de oro. El billete era “convertible” en oro. Con el tiempo, los bancos cayeron en cuenta de que podían emitir más billetes sin necesariamente tener más oro en sus bóvedas porque no toda la gente que tuviera un billete en la mano iba a reclamar sus barras de oro a la vez. La ventaja de emitir más billetes era que podían hacer préstamos a sus clientes y cobrar intereses. Pero no podían aumentar sus préstamos ilimitadamente porque los billetes seguían siendo convertibles. Si un banco no tenía suficiente oro a la mano cuando alguien se presentaba con uno de sus billetes, podía quebrar.

En el siglo XIX los bancos centrales comenzaron a monopolizar la emisión de billetes. Los bancos comerciales se volvieron franquicias que ya no emiten billetes, pero que prestan a sus clientes creando depósitos en cuenta con los que estos pueden pagar a sus proveedores. Los depósitos son convertibles en billetes, que es lo que ocurre cuando usted hace un retiro del banco. La convertibilidad, otra vez, pone un límite a la cantidad de depósitos que el banco puede crear y, por lo tanto, a la expansión del crédito, que es lo mismo que poner más dinero en circulación. Sin convertibilidad, los bancos podrían hacer todos los préstamos que quisieran prácticamente sin riesgo de irse a la quiebra.

Ese es el peligro de un mundo sin efectivo. Cuando la única forma de dinero que exista sea el dinero digital, cuando no haya posibilidad de retirar nuestro dinero del banco porque los billetes y monedas han desaparecido y solo podamos moverlo de una cuenta a otra, habremos perdido la capacidad de frenar la emisión inorgánica de dinero y viviremos bajo la permanente amenaza de la inflación.